Más que nada: dos chicas en una escuela de chicos

CAPÍTULO 10

Nota: ¡Por fin llegamos a la segunda parte! 

***

Para empezar a hablar del segundo año, primero debo contar un poco sobre el verano. Este año hizo un calor horroroso y, junto con mi rabia, mi cabeza iba a explotar e incendiaría toda la casa. No quiero recordar mucho aquel día de la última semana de clases, pero es necesario. 

En resumen, publicaron el ranking de notas. Los que obtenían mejores promedios recibían premios y menciones honoríficas y todo eso. Yo, emocionada y temerosa, me acerqué al tablón que colgaba en una de las paredes del edificio de clases. Una pequeña multitud se agolpaba allí, buscando sus nombres. Cuando me vieron, varios se apartaron como si tuvieran miedo de tocarme (y lo agradezco). Registré la lista empezando desde lo último, para no decepcionarme demasiado.

Puesto 9, ¡puesto 9! Eso era casi el límite de los puestos premiados, dos menos y me convertía en una alumna normal y corriente. Como de costumbre, se me calentaron las mejillas, con una mezcla de enojo y vergüenza. Se suponía que había entrado al colegio por mis buenas notas, pero igualmente otros chicos me superaron. 

No lograba ver los tablones de los otros años, los habían puesto muy separados. Me pregunté en qué puestos habían quedado Jake y Samey. Salí del edificio dando pasos fuertes y, supongo que por mi cara, nadie se atrevió a preguntarme si estaba bien. Ya suponía que mis notas no serían las mejores, pero que ocho alumnos fueran mejores que yo… era demasiado. 

Y encima tendría que felicitar a mis amigos. Owen, puesto 4. Johnny, puesto 7. Jerry, obviamente, primer puesto, ¿qué premio recibiría? Al menos no debía preocuparme por Mateo, quien quedó en el 10. A los demás no los conocía, pero ya los declaré mis enemigos. Ahora creo que mi reacción fue algo exagerada, pero sigo sintiéndome mal, insuficiente. 

Mis padres sonreían de compromiso en el evento de fin de año. La fiesta para los de último año se haría días más tarde, y obviamente yo no estaba invitada. Según escuché, el baile se haría junto a las de Ridley. 

Como decía, mis padres no se veían muy felices. Jamás me regañarían, pero podía sentir la decepción de ambos. En la primaria tenía notas perfectas. Temí que pensaran que esto era demasiado para mi, pero como todas mis preocupaciones, esta era muy extrema. 

El punto de todo este dramatismo es que aquel día de verano me encontraba escribiendo furiosa en un cuaderno, sentada ante el escritorio que mi hermano se había apropiado. Los stickers de autos me miraban como si estuviera loca mientras yo adelantaba los contenidos del año siguiente. Después de varias búsquedas de google, encontré la lista de libros y les pedí a mis padres encargarlos. Ellos accedieron, ya que de todas formas tendrían que comprarlos, pero los noté algo raros. Cuando llegaron, mi madre me dijo:

—No te obsesiones con esto, hija —no me acuerdo qué le conteste, o si respondí algo en absoluto. Desde ese entonces estuve estudiando como si mi vida dependiera de ello. 

Poco después de almorzar, mi teléfono vibró unas tres veces. Por lo general lo ignoraba si era solo una vibración, pero tres significaban una cosa: mensajes. 

 

Judy

Judy ¿estás?

Necesito un favor 

 

Era Samey. Sí, Samey, la compañera de habitación que me hablaba cuando a ella le convenía. Me extrañó tanto eso que no dudé en responderle.

 

Yo:

¿Qué pasa?

 

Samey:

¿Puedo ir a tu casa? Quiero que me ayudes con algo

 

Y ahí creí que era una especie de broma. Mi cabeza todavía pensaba en ecuaciones, así que estaba algo confundida. Tardé unos segundos en reaccionar y preguntarle a mi madre, a los gritos, si podía venir una amiga a casa. Ella también se tomó su tiempo para procesar lo que acababa de decir, pero accedió. Creo que ninguna de las dos se esperaba eso. 

Al cabo de diez minutos, sonó el timbre. Bajé a abrirle a una Samey algo animada. No sonreía, claro, pero yo notaba que su humor era bueno. 

—Hola —me dijo. En las manos llevaba unas bolsas blancas de plástico.

—Hola, ¿qué ayuda necesitas? 

—Mejor vayamos a tu habitación. 

Asentí con algo de incomodidad y la conduje al piso de arriba. Mi madre, en la cocina, no se dio cuenta de la llegada de Samey, y estoy empezando a pensar que tiene algún problema de audición. Saqué a Oliver de la habitación no sin antes recibir un insulto y una patada en la pierna, y me quedé a solas con Samey. 

—Mi casa es un desastre, y nadie quiere ayudarme a hacer esto —dijo ella mientras sacaba diferentes productos de las bolsas. Eran todos de peluquería.

—Entonces...  ¿Quieres que te tiña el pelo o algo así?

—Quiero que me ayudes, tengo demasiado cabello para hacerlo yo sola. 

No respondí, Samey parecía muy convencida de mi colaboración, así que no la contradije. Fui al baño a buscar toallas, un cepillo y un espejo, y cuando volví mi compañera ya tenía todo bien ordenado en el piso. Incluso había comprado una brocha y un bowl para mezclar. 




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