Más que nada: dos chicas en una escuela de chicos

CAPÍTULO 11

—¿Estás segura que no me va a quedar la espalda verde? 

—¿Acaso ves que a mi me queda la espalda violeta?

Miré de reojo la espalda de Samey. Impecable, aunque seguía teniendo mis dudas. 

Seguimos corriendo por las partes con más sombra de la plaza, y a pesar de mi gorra, la cabeza me ardía. Pasamos al lado de la gente que nos miraba un poco extraño, y lo cierto es que tenían algo de razón. Las temperaturas no habían bajado, era bastante estúpido hacer ejercicio así. Según mis padres, en cualquier momento me iba a desmayar, y tendríamos que ir al hospital. De ellos habré sacado lo exagerada. 

Nos preparábamos para la noche, o eso me gustaba imaginar. En conjunto con el ejercicio de la escuela, ese verano comencé a tener mejor estado físico. También comía como una desgraciada, supuse que a eso lo llamaban “crecer”. El caso es que queríamos entrenar a esa hora, para tener libre el resto del día. 

Samey me acompañó a casa y luego se fue trotando hacia la suya, a pesar de que no quedaba demasiado cerca. 

Subí a darme una ducha, sin preocuparme por los libros de texto que se apilaban en el escritorio. Aquellos días me despertaba bastante temprano para estudiar por las mañanas. Mi obsesión, a pesar de haber disminuido, seguía presente, atormentando mi vida. El objetivo de ser la mejor se me había incrustado en la cabeza, y no pensaba salir de allí. 

Cuando salí de bañarme, mi celular tenía más mensajes que de costumbre. Samey me avisaba que ya había llegado a su casa, Jake preguntaba por decimoséptima vez si iba a ir, y Harold me contaba nuevas noticias sobre el cumpleaños de Jerry. El suyo fue unos días atrás, pero mi madre no me dejó ir. Era una especie de castigo por teñirme sin permiso, con la excusa de “tu amigo vive muy lejos, y no te dejaré quedarte a dormir en la casa de un chico”. Por suerte, Jerry vivía con su hermana y su madre, quien ya había contactado a la mía para terminar con mi encierro en ese pueblo. 

Y ese día era el cumpleaños de Jake, maldita sea. A excepción de Samey, todos mis amigos cumplían años en vacaciones. Su casa no quedaba muy lejos de la mía, y aún así sabía que la fiesta no sería allí.

Mis padres me matarían si supieran que yo iba a estar en la plaza a la noche. Por más que esa zona del pueblo fuera segura, cuando caía el sol podía pasar cualquier cosa. Las únicas excepciones eran Navidad y Halloween, cuando todo el mundo salía a la calle. 

Intenté tranquilizarme pensando que íbamos en grupo. Exactamente quién iría, ni idea. No conozco a los amigos de Jake, y mucho menos los del pueblo. Él salía a socializar con gente que no asistía a Murray, según me contó. También me había mencionado algún que otro nombre, ya borrado de mi mente.

Así que ahí me encontré, sentada en el piso del área para niños. Bolsas de comida y botellas de sustancias dudosas se esparcían por todos lados. Incluso de noche, el escaso viento apenas bastaba para aliviar el calor sofocante. Tuve que atarme el pelo y abanicarme con un papel que encontré ahí tirado. Me entretuve unos dos minutos doblándolo hasta transformarlo en un abanico decente. Después, volví a aburrirme. 

Samey de vez en cuando pasaba por mi lado para conversar, pero la tentación pudo con ella, y se fue con sus otros amigos. Jake, Sasha y, para mi sorpresa, Nelly, se hallaban tan cerca de mí que podría tranquilamente unirme a ellos, pero no conocía al resto de ese grupo. Apenas escuchaba lo que decían, pero mi mente parecía estar bloqueada. 

Toda esa situación era mi culpa, era muy fácil entretenerme. Todos estaban de buen humor, y ni siquiera eran tantos como en el cumpleaños de Sasha, pero no lograba comprender qué me estaba pasando. Mi corazón latía como si hubiese estado corriendo, y las mejillas me ardían a pesar de que no ocurría nada fuera de lo normal. Las manos y los pies se sentían entumecidos y mi estómago daba vueltas, pero estaba segura que, si comía algo, lo iba a vomitar. 

Y hablando de Sasha, se la veía muy contenta. Cuando recién llegué, Nelly me lo contó todo. Ella y Jake volvían a ser pareja, aunque ya me di cuenta de eso en el primer minuto. Le pregunté a Nelly de qué conocía a Sasha, porque también fue a su cumpleaños, y me contestó que era amiga de ambos hacía tiempo. Pasado eso, fue a socializar con el grupo y de ahí llegamos a donde me encontraba, aburridísima y probablemente enferma. 

—Judy, ¿estás bien? —la voz de Jake me sacó de mis pensamientos. No me dio tiempo a responder—. Ven con nosotros, te ves muy sola. 

Eché un vistazo al grupito de Samey, que se reían de algo. Luego miré al grupo de Jake, algo más tranquilo, y me acerqué. Sasha y Nelly me sonreían con complicidad, como si las tres compartieramos algún secreto. No lograba entender esas cosas. 

—¿Alguna novedad de la escuela? —me preguntó Nelly, colocándose más cerca. Los pocos chicos de ahí decidieron ignorarnos. Sasha, sentada al lado de Jake, quedaba bastante cerca de nosotras como para poder escuchar.

Supe a lo que se refería la pregunta, por supuesto, ¿qué otra cosa le interesa a Nelly?

—Nada, creo que los chicos son alérgicos a mí —respondí, intentando no parecer muy idiota, como diría Samey. 

—Dales tiempo —se acercó más y murmuró:—. Creo que este nuevo año va a ser diferente.

—¿Y eso por qué? —Nelly miró a Sasha y luego ambas me miraron. Me di cuenta un poco tarde que sus ojos no se dirigían precisamente a mi cara. Abracé mis piernas a pesar del calor, sintiendo la habitual reacción de mis mejillas, e intenté cambiar de tema—. ¿A ustedes les pasó algo interesante?




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