Más que nada: dos chicas en una escuela de chicos

CAPÍTULO 24

Sí, definitivamente voy a celebrar mi cumpleaños, aunque no será una fiesta como tal. Organicé todo de tal manera que hasta yo me sorprendo lo bien que quedó. Primero, mandé a mis hermanos a dormir a las casas de sus amigos; ningún niño se niega, y menos en verano. Segundo, mandé a mis padres a la casa de mi tía. Llevan tiempo hablando sobre que no la visitan seguido, así que aproveché la oportunidad. Mi tía no tiene ni esposo ni hijos, pero sí una casa con habitación para invitados. Solo me hizo falta prometerles a mis padres que no habría alcohol, que era nada más una reunión de amigos.

Y listo, toda la noche libre. 

Obvio que va a haber alcohol, pero la parte de los amigos es cierta. En total seremos diez personas, y espero que no sea muy incómodo (aunque seguro lo será).

Mis padres todavía no se van, apenas son las diez de la mañana. Estoy despierta desde las seis, más o menos. Cuando tengo cosas importantes para hacer, me cuesta dormir. Ahora mismo estoy desayunando a pesar de que siento una especie de nudo en el estómago. Mis hermanos siguen durmiendo, porque quieren aprovechar y quedarse despiertos hasta tarde en casa de sus amigos.

—¿Cuáles amigos vendrán hoy, hija? —me pregunta papá. Le repito la lista de invitados. No conoce a ninguno.

—Y esa Cath, ¿de dónde la conoces? —pregunta mamá.

—Del cumpleaños de Samey.

Siguen haciendo las preguntas que yo ya estudié. Me resulta fácil pensar en estas situaciones como si fueran un proyecto escolar. Cuando termino de desayunar, me dirijo hacia las escaleras para subir a mi habitación, arrastrando los pies. Pero justo en ese instante, suena el timbre. 

Mamá es más rápida. Parece una competencia, ambas siempre queremos saber quién es antes que nadie. Ella, por curiosa. Yo, por precavida. Y tengo toda la razón en serlo, porque al cabo de unos segundos dice:

—¡Judy, es para ti! —no, no, no. Detesto que atienda ella primero, me pone de los nervios pensar en qué le dice a la gente que pregunta por mí. No son muchos, pero el miedo siempre lo tengo presente. 

Voy casi corriendo hacia la puerta entornada. Mamá está con medio cuerpo afuera. 

—… así que sí, es una mañana hermosa —alcanzo a escuchar. Le toco el hombro y se da la vuelta—. Ya me voy, ya me voy.

Se va hacia la mesa del salón-comedor, donde estaba desayunando, y al fin veo quién es el visitante. 

Jake.

—Hola, digo, buenos días —saluda, con una sonrisa titubeante. Ay no, ¿por qué está aquí, qué bicho le picó? Debería haberme mandado un mensaje o algo, para avisar. Así al menos me hubiese puesto otra cosa que no fuera mi pijama con estampado de ovejas. En otra ocasión seguro le diría todo eso, pero ahora mismo me siento demasiado avergonzada. Debo tener la cara como un tomate. 

Como no digo absolutamente nada, vuelve a hablar. 

—Vine a… bueno, a darte algo —no me había dado cuenta que tiene las manos tras la espalda. Lleva ropa más normal que yo, e intenta fingir que no estoy para nada presentable. Nos miramos a los ojos por unos segundos, y aunque me pone nerviosa, no puedo apartar la mirada. Saca las manos de la espalda, lleva una bolsita que me tiende—. Es tu regalo, feliz cumpleaños. 

Observo la bolsa por un rato antes de agarrarla, debo admitir que estoy temblando un poco. Vuelvo a mirar sus ojos.

—Gracias. 

Otro silencio, aunque cada vez se van volviendo más incómodos. 

—Emm… estaré aquí a la noche —por un momento no entiendo a qué se refiere, hasta que recuerdo que es mi cumpleaños. 

—Ah sí, claro, te esperaré —eso suena desesperado, Judy Parker. O quizá soy una exagerada.

—Bueno, adiós.

—Adiós. 

Lo observo marcharse. Recién cuando da la vuelta en la esquina, vuelvo a entrar a mi casa. Mis padres me miran expectantes desde la mesa, pero no me salen las palabras. El corazón me late tan fuerte que temo que lo puedan escuchar. 

—Si quieres encerrarte en tu habitación, puedes hacerlo —dice, para mi sorpresa, mi mamá—. Pero en algún momento vamos a hablar.

Asiento muy rápido, y me voy corriendo hacia mi habitación. Como allí está Oliver durmiendo, decido que es mejor idea encerrarme en el baño. Allí, sentada en las baldosas frías, tengo un poco más de privacidad. Abro la bolsita y saco lo que hay adentro, mi regalo. 

Es una blusa, o camiseta, lo que sea. Termina a la altura de la cintura, tiene mangas largas y el cuello en V. Los colores son mis favoritos después del verde: los otoñales. Es hermosa, pero parece muy pequeña para mí. 

Me levanto y, frente al espejo, me saco la camisa de pijama y me pongo la blusa. Me queda perfecta. No siento mucho calor a pesar de las mangas, y debo decir que me gusta cómo se ve mi cintura, que por lo general tiene la forma de un cuadrado. 

Definitivamente me pondré la blusa esta noche. 

.

—¿Él te regaló eso? —Samey apunta a mi blusa, algo impresionada—. No sabía que tenía tan buen estilo. 

—Yo tampoco. 




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