Capítulo VIII
Renunciar
"Cuando comprendes que toda opinión
es una visión cargada de historia personal,
empezarás a comprender
que todo juicio es una confesión"
Nikola Tesla
***
— ¿Estamos seguras de esto?
Realmente tenía miedo al cambio que podía generar el solo cruzar esa puerta frente a nosotras.
— Si, lo estamos. Ya hablamos de esto y sabemos que si no hablamos con ella y pedimos su ayuda no hay forma de resolver lo que nos pasará.
Estuve de acuerdo, mi problema no era el escepticismo sino lo aterrada que estaba.
Y las mentiras.
Le mentí a mi mamá.
Le mentimos a Kevin.
Y le mentimos a Nissa.
Solo espero que esto sí sea la solución.
Bendiceme, abuelita.
Circe me dió un ligero apretón en el hombro en forma de apoyo antes de dar tres golpes en la puerta de madera, ahogué todo el aire que deseaba salir, la ansiedad la sentía en cada parte de mi cuerpo mientras mi mente seguía preguntándose si de verdad era correcto hacer esto.
El entusiasmo y curiosidad que sentía cuando el libro se abrió y todo empezó a volverse extraño, iba disminuyendo, la adolescente casi despreocupada por lo que podamos descubrir ya no estaba, porque ahora todo era para un propósito en el cual sabía que algo terminaría mal, es lo que más me aterraba.
Tal vez en ese momento tenía un buen instinto, no me equivoqué en absoluto.
Pero las respuestas las tendría, de eso estaba segura, cualquier duda se iba a desvanecer desde ahora.
Supongo que eso sería el lado positivo de cierto modo.
El crujido de la puerta fue mi señal para entender que esto era real y que me iba a enfrentar a una situación la cual no se si estoy lista.
Realmente lo sé.
No estoy lista.
— Jamás me equivoco. Las esperaba, pasen —se posicionó del lado derecho para darnos un espacio para entrar a su hogar — Tenemos mucho de qué hablar.
Circe fue primera con toda confianza y yo fui detrás, tarde un poco, aún las preguntas en mi cabeza se repetían o surgían nuevas, pero quedarme afuera en el frío de la noche con el invierno de la navidad acercándose no me permitió dudar lo suficiente.
— Gracias por recibirnos.
— Un placer. Dejen sus abrigos en el perchero y vengan conmigo.
Con cierta lentitud empecé a desprenderme de mi gabardina y dejarla en el alto perchero que se encontraba en la entrada, pude sentir la calefacción encendida por la diferencia de temperatura dentro del lugar.
A dónde nos guiaba era hacia una sala bastante hogareña y cómoda a simple vista, tenía un estilo algo antiguo cercano a lo elegante. Mire cada detalle ajena a todo, aún podía huir y volver a mi casa, esa idea no se iba de mi cabeza, pero sabía que no lo haría, la misma curiosidad que me impulsó venir hasta aquí es la misma que desea irse.
— Tomen asiento —a su invitación pude finalmente dejarme caer, con mucha cautela, en el gran sillón apoyado en la pared junto con Circe, quien su tranquilidad era envidiable — Estoy preparando chocolate caliente. ¿Desean un poco?
— Si, muchas gracias.
Yo realmente esperaba que fuéramos directo al punto, siento que mientras la situación se estanca más, mis nervios y valentía por saber buscan escapar por cualquier grieta que puedan percibir.
Ahogué un suspiro cuando María posó su mirada en mí esperando una respuesta, decidí negar agradeciendo en un murmullo que no esperaba decir tan bajo, pero llegó a escucharme, es lo importante.
Se excuso para ir por la bebida de mi amiga, y yo me dispuse a observar todo a mi alrededor nuevamente para mí propia entretención. Nunca había ido a su hogar, esta era la primera vez, María siempre era la que venía de visita.
Note una luz encendida además del espacio en el que estábamos, por ahí se había ido la María, incline un poco la cabeza para tratar de captar de una mejor forma que era la habitación, no tenía puerta así que era más fácil de visualizar, en los primeros segundos solo ví lo que era el lugar de la cocina, pero se veía más opaca que esta parte de la casa, hasta de cierto modo fría en emoción, iba a volver a concentrarme en la sala —que es donde me encontraba— pero una mesa de un mediano tamaño me detuvo, ya conocía esa mesa, ahí es donde estuvimos cuando nos trajo aquí e intentó explicarse.
Era su hogar.
— Ya estuvimos aquí —bajé el tono de mi voz cuando me dirigí hacia Circe.
— ¿De qué hablas? ¿Cuándo?
— El día en el que nos trajo sin preguntar, en el que estuvimos en ese cuarto oscuro.
— ¿Está aquí? ¿Cómo lo sabes?
— La cocina y el pequeño comedor es el mismo —señale el lugar, no tuvo que moverse mucho para poder inspeccionar el espacio.
— ¿Entonces aquí vive? Creí que donde nos había llevado era una casa abandonada, pero de este lado se ve bien.
— Si...
Cuando la vimos salir de la cocina nos reincorporamos manteniéndonos en silencio.
— Bien, niñas. Tengan —nos tendió a cada una la taza de leche de chocolate, la miré confundida, pero antes que pudiera refutar, ella tomó la palabra — hace mucho frío, debes tomar algo caliente, ayuda también a los nervios.
Tome la taza con resignación e incomodidad.
— Gracias.
Supongo.
— Okey. Vamos a hablar. ¿Qué desean saber?
Circe tomó un sorbo de su taza antes de hablar.
— Todo lo que sepa, porque nos pasó esto y cómo puede ayudarnos. Además hay cosas que también nos hemos enterado que debemos contarle.
Ella asintió pensativa.
— Okey ¿Creen en el destino? —se dejo apoyar en la mesa que estaba frente a nosotras para poder hablar cómodamente.
Ambas nos miramos confundidas por la repentina pregunta.
— ¿A qué viene esa pregunta? —hable por primera vez más de dos palabras desde que habíamos llegado, se notaba en mi voz el titubeo que deseaba ocultar.