Arianna
Regresé a casa súper feliz: por fin tenía trabajo después de mucho tiempo. Ahora solo faltaba ir a comprar ropa para ir a trabajar. Decidí revisar lo que tenía en mi armario para saber qué necesitaba comprar. Me asomé dentro y noté que tenía muy poca ropa. Además, recordé que desde que me mudé, no he comprado nada nuevo.
—Serán unas compras largas —dije mientras agarraba mi bolso con dinero y tarjetas. Salí de casa y tomé un taxi. Pagué el viaje y me dirigí al centro comercial. Primero pasé por un café, y después fui a las tiendas de ropa. Comencé en una tienda de vestidos; entré y empecé a elegir algunas prendas. Después de una hora, salí con cinco bolsas llenas.
Luego me dirigí a otra tienda para comprar ropa cómoda. Tras otra hora de compras, salí y fui por unas zapatillas. Eso era esencial para ir a trabajar.
Caminaba tranquilamente cuando choqué con alguien.
—Disculp... —volteé hacia arriba y me di cuenta de que era mi jefe, Leandro.
—Señorita —dijo él.
—Disculpe, señor. Iba con prisa y no lo vi —respondí.
—Está bien. ¿Qué hace aquí?
¿Qué le importa? —pensé.
—Vine a comprar ropa, señor. ¿Y usted?
—Acompañé a mi hermana.
—Oh, bueno. Fue un gusto verlo, señor, pero tengo que irme —le dije.
—Ah, está bien. Nos vemos mañana, señorita —dijo, y se fue.
Leandro
Me sentí mal por mentirle, sobre que vine con mi hermana, pero no sabía qué decir, así que eso fue lo primero que se me vino a la mente. Salí del centro comercial, y justo cuando iba a subir al auto, me llegó una llamada.
—¿Hola? —contesté.
—Buenas tardes, ¿el señor Leandro? —habló una voz al otro lado de la línea.
—Sí, ¿quién habla? —interrogué.
—Lo siento, señor. Soy Manuel, jefe de administración de la empresa —me contestó.
—Oh, bueno. ¿Qué se le ofrece? —pregunté.
—Ah, sí. Es que hay una señorita aquí, preguntando por usted y gritando. No la he dejado pasar porque Laura, la recepcionista, salió a hacer unas compras...
—Está bien, ya voy para allá. No la dejes pasar —le dije.
—Sí, señor —colgó.
Subí a mi auto, y en el camino iba pensando quién podría estar allá. Llegué a la empresa, me estacioné, bajé rápido y me adentré.
—¿Qué pasa aquí? —dije con voz fuerte.
Se acercó Manuel.
—Señor, como le expliqué, la señorita sigue aquí —me informó.
—¿Dónde está? —le pregunté.
—Está en la sala de juntas 3 —me dijo—. Me dijo que no la hiciera pasar, pero las personas se quedaban viendo y comenzaron a grabar. Hicimos que borraran los videos, y pues… pasamos a la señorita a la sala para que no siguieran viendo —me explicó.
—Está bien, Manuel, gracias —le agradecí, y fui hasta la sala de juntas. Abrí la puerta. Y ahí estaba ella, sentada como si nada