—Está bien, Manuel, gracias —le agradecí, y fui hasta la sala de juntas. Abrí la puerta. Y ahí estaba ella, sentada como si nada.
—Hola, Leandro —dijo ella con una sonrisa
—¿Qué haces aquí? —respondí con voz firme, casi áspera—. ¡Lárgate!
—Leandro… vine hasta aquí solo para verte —insistió, dando un paso hacia mí.
—No te lo pedí. ¡Lárgate! —repetí, esta vez más alto, con la rabia y la sorpresa acumulándose en mi pecho.
—Debemos platicar de algo —dijo mientras se acercaba con cautela
—¡Aléjate y lárgate! —grité, pero ella no se detuvo. Puso sus manos sobre mis hombros, con ese mismo gesto suave que solía calmarme hace años.
—No me toques —dije entre dientes, apartando sus manos con fuerza contenida, tratando de no perder el control.
—Leandro, pero…
—¡Lárgate antes de que llame a seguridad! Y no vuelvas a buscarme ni a mencionar mi nombre —le dije, alejándome y abriendo la puerta con brusquedad
—Nos volveremos a ver, cariño —susurró, y se fue como si nada, dejando el mismo vacío que me dejó hace años.
Me quedé en silencio por unos segundos, tratando de procesar lo que acababa de pasar. ¿Qué hacía ella aquí, después de cinco años? ¿Por qué ahora? ¿Por qué justo hoy?
Salí de la sala, con el corazón aún latiendo con fuerza, y me dirigí a buscar a Manuel.
—Manuel —lo llamé con tono serio.
—¿Sí, señor?
—No quiero que esa señora vuelva a entrar. Tiene prohibido el acceso a esta empresa, ¿entendido? —le ordené, sin darle margen a dudas.
—Sí, señor. Ahora mismo informo a los demás —respondió con rapidez, comprendiendo la gravedad del asunto.
Me fui directo a mi oficina. Cerré la puerta con llave, como si eso pudiera cerrarle la entrada también a los recuerdos. Tomé un vaso, me serví un whisky y me dejé caer en la silla. Tenía que trabajar, enfocarme, apagar el ruido en mi mente con números, pendientes y reportes. Cualquier cosa servía con tal de no pensar en ella.
Cinco horas después
La oficina se había quedado en silencio. Solo el zumbido del aire acondicionado y la luz tenue de la lámpara sobre mi escritorio me acompañaban. Salí, exhausto, y me dirigí al estacionamiento. El aire fresco de la noche me dio un pequeño alivio… hasta que escuché una voz que heló mi sangre.
—¡Leandro!
Volteé rápidamente. Allí estaba ella otra vez. Mi exnovia. Como una sombra del pasado que se negaba a desaparecer.
—¿Qué quieres ahora? —le solté, harto, sin energía para otra escena.
—Necesito hablar contigo —dijo mientras caminaba hacia mí con ojos llenos de urgencia.
—Yo no —dije cortante. Subí al auto, arranqué sin mirarla de nuevo y me fui, dejándola allí, como lo merecía.
Llegué a casa, tiré las llaves sobre la mesa y me metí directo a la ducha. El agua caliente no solo arrastraba el sudor del día, sino también parte de la rabia y la confusión. Salí, me puse ropa cómoda y me dejé caer en el sofá.
¿Qué hacía aquí después de cinco años?
La pregunta daba vueltas en mi cabeza una y otra vez. Estaba angustiado. Angustiado por la posibilidad de volver a caer en lo mismo. En ella. Tenía miedo de que me volviera a lastimar, como lo hizo aquella vez, cuando más la necesitaba y me dio la espalda.
Había prometido no repetir errores. Había trabajado tanto en sanar, en reconstruirme. No podía permitir que su regreso destruyera lo que tanto me costó levantar.
Tenía que hacer algo. Antes de que fuera demasiado tarde.