Leandro
Me desperté a las 5:00 a. m. Lo primero que hice fue lavarme los dientes y luego ducharme. Después de ducharme, bajé a desayunar. Me preparé un café y un sándwich. Al terminar, salí de casa vestido formalmente. Subí a mi auto y llegué a la empresa muy rápido, ya que no había tráfico.
Entré al edificio y me dirigí hacia la recepcionista.
—¿Ya llegó la nueva? —pregunté.
—Sí, señor. Llegó hace 20 minutos. Está en la oficina que se le asignó —respondió.
—Bueno, gracias —dije, y me fui hacia la oficina. Subí, entré y la vi.
—Hola, señorita. Un gusto volverla a ver.
—Hola, señor. Igualmente, un gusto.
—Bueno, vamos a hablar de lo que estás encargada —dije, y vi que asintió con la cabeza—. Estarás encargada de mis juntas e inversionistas. Eres mi secretaria personal. No vas a cumplir órdenes de los demás, solo las mías. Cada vez que viaje, deberás acompañarme, a menos que no puedas. Lo comprenderé, pero debes informarme. ¿Entendido?
—Sí, señor —respondió.
—Bien. Ahora toma esto y ordena todo —le entregué una lista—. Lo quiero antes del mediodía.
—¿Algo más? —preguntó.
—No. Mi oficina es la que está al lado. Si tienes alguna duda, estaré allí —le dije, y me retiré a mi oficina.
Arianna
Estaba muy nerviosa. No sabía cómo empezar. Tal vez podía ordenarlo por lo más importante, o al menos por lo que sonara más interesante. Empecé a organizar todo. Eran las 11:30 cuando llevé la lista a su oficina. Toqué la puerta.
—Adelante —se escuchó del otro lado. Entré.
—Señor, aquí está —le entregué la lista.
—A ver —dijo, y comenzó a revisarla—. Bien, está todo en orden. Acomodaste bien. Ahora ve por un café sin azúcar, y cómprate uno para ti también —me dio dinero.
Lo tomé y salí a buscar su café.
Leandro
Después de que Arianna se fue, alguien tocó la puerta.
—Adelante —dije, dando el pase.
—Hola, cariño —entró mi exnovia sin avisar.
—¿Qué quieres? Te dije que no quería volver a verte —le respondí con rabia.
—Ush, no seas tan amargadito —dijo mientras se acercaba.
—¡Quítate! —gruñí entre dientes—. Vete, no quiero volver a verte nunca más.
Me levanté de la silla y la empujé hacia la puerta.
—¡Seguridad! —grité.
Enseguida llegaron dos guardias.
—Llévensela. Y asegúrense de que no vuelva a entrar —ordené.
Ellos la sacaron del lugar mientras ella protestaba.