Matías

PRÓLOGO

Querido lector y querida lectora, si existen temas de los cuales hay que tener mucho cuidado, el que les voy a presentar a continuación es uno de ellos.

Soy de lejos la persona más capacitada para tratar y comprender a una persona con el síndrome del espectro autista, pero no dudo en que mis experiencias me han aportado más compresión del mundo del autismo que cualquier párrafo encontrado en internet.

No es que no haya buscado ni investigado nada al respecto, al contrario, para hacer frente a este reto he tenido que dejar un lado varias responsabilidades para desempeñar el papel que debía realizar en cuestión.

Yo no conocía nada sobre el TDEA (Trastorno del Espectro Autista), por lo que esos primeros días fueron un total caos par mí y para el pequeño que quiero presentarles.

Aun así, sé que Dios me concedió esa oportunidad no solo para conocer y abrir mis ojos a uno de los problemas del mundo que enfrenta la educación actualmente, sino porque no me imagino a este pequeñito en otro lugar en donde no sea bien recibido.

Con todo, si ese primer día hubiera sabido lo que ahora sé, es probable que algo en él hubiera cambiado.

Ahora mismo no estoy segura y no sirve de nada que profundice en mis errores del pasado, aunque sí que quiero describirlos tal cual fueron porque es gracias a ellos que he formado está poca experiencia que tengo.

Empero, si hay algo de lo que me arrepiento, es no poder regresar a ese momento cuando sus pequeños ojos llenos de ternura en forma de oso de peluche me miraban como si fuera la cosa más interesante del mundo.

Sus manitas y sus cachetitos de globos de agua andantes que me daban ganas de apretujar, ese modo que tenía de verme mientras recostaba su cabecita entre mis piernas solo para pedirme siempre la misma cosa: "Mamá". Y yo, con la poca sensibilidad de alguien a quien se le ha instruido actuar con la mayor profesionalidad posible, respondía: "Ahorita viene mamá". No sé si me habría entendido, o si era mi imaginación, pero aquellas pequeñas palabras le consolaban por un breve instante su agitada mente, y de nuevo, volver a preguntarme al cabo de un momento, con su dulce y tierna vocesita: "Mamá".

Desconozco si alguna vez pueda volver a repetir una experiencia semejante, pero de lo que sí estoy segura, es que aún ahora su nombre parpadea entre mis recuerdos como si se negara a salir de algún lugar de mi corrompido corazón: Matías.

Y es que, aunque yo sé que el escaso tiempo que estuve con él tal vez no di todo de mí, sé que lo poco que le enseñé fue de verdad, lo mejor que pude dar: mi tiempo, mi esfuerzo, mis energías, mi amor y mi paciencia.

Hasta el día de hoy, no me arrepiento de presenciar cada una de sus rabietas, de sus gritos, de su ansiedad e imperatividad. Nunca lo haría.

Por ello, he de repetir que si ese primer día hubiera sabido lo que ahora sé, probablemente algo en él hubiera cambiado, sin embargo, la cuestión es: ¿Querría hacerlo?

Ya te imaginarás cuál es mi respuesta definitiva: No.

 



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En el texto hay: infantil, experiencias de vida

Editado: 17.06.2020

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