Mayra. Mujer, constructo del varón

MUJER, CONSTRUCTO DEL VARÓN.

Mayra o Mary, como la conocían sus mejores amigas, fue desde muy pequeña una “niña perfecta”. Nada rebelde y siempre muy obediente, con altibajos claro está, como aquella vez en la que se interesó en el béisbol y luego ¡quiso jugar en el equipo de su hermano mayor!

La peste masculina empezó ahí.

Casi se me sale de control, pero no hay mal que por bien no venga y la enderecé a tiempo, arranqué la idea con pinzas de su pequeña y linda cabecita. El piano y la pintura la distrajeron, pronto esas locuras desaparecieron y volvimos a la normalidad. Por muy poco tiempo, mi Mayra era tan desinteresada en las actividades femeninas… tan difícil de controlar.

Nunca aprendió a tejer o a bordar, sus manos no sabían callar o mantener la calma. ¡Tenía una personalidad tan enérgica y ansiosa!

Peor fue cuando cayó en la lectura, ese veneno silencioso.

Pasaba horas leyendo y cultivando una mentalidad irracional, despotricando sobre derechos y tan difícil de contener, no podía permanecer en silencio, por todo tenía que replicar. Nada que unos buenos castigos no solucionasen y al fin se quedase tranquila. De ser posible: sin opinar, solo asentir y sonreír como una dama.

Logré moldear a la mujer perfecta, la arcilla obediente. El silencio que brilla en recepciones y cenas. O al menos, hasta que la macabra y diabólica universidad la cambió, me la arrebató y la transformó en algo que no podría ser llamado: ¡mujer!

✿ ❀ ֍ ֎ ❀ ✿

—He vuelto mamá! —pronunció Mayra con gran emoción.

No pude evitar escandalizarme al observar su apariencia tan poco refinada e incluso, nada femenina. En cambio, la pobre muchacha no vestía más que una camisa azul bajo un flux azul y en pantalón.

Peor aún, no llevaba tacones o ni maquillaje, su larga cabellera desaparecida y estaba escondida en un moño alto, similar a la cola de un caballo, casi luciendo enmarañado.

—¿Qué te pasó en el cabello? —pregunté horrorizada.

—No te preocupes por eso, fue un viaje largo y sólo agarró un poco de friz.

—¡Mayra! —grité sujetándome el pecho, sentía como podría tener un infarto en cualquier momento—. Esa no es la actitud de una dama, debes lucir perfecta, no puedes solo vestir como un varón. Si no que no te preocupas en lo más mínimo por tu imagen, estás muy lejos de ser una dama, ¿dónde quedó tu feminidad? ¿Cómo podrás casarte así?

—¿De qué hablas madre? Sigo siendo una mujer y una gran abogada, no me importa en lo más mínimo lo que un nadie pueda pensar de mi aspecto. Si a un hombre no le gusto como soy, ¿entonces para qué me preocuparía que se case conmigo? —dijo ella, con su típica postura defensiva—. ¿Hablas de ser una dama? Pues sigo siendo refinada y glamorosa, pero no visto ropa incómoda, aunque si bien limpia y planchada, yo…

—¿Cómo que abogada? Esa es la profesión de un hombre, como la de tu padre, tú fuiste a estudiar arte como…

—¿Cómo tú? No me hagas reír madre, nunca te he visto levantar un pincel o siquiera pintar la más mínima cosa, ¿cómo ser crítico de cocina, si jamás has cocinado? Aunque sí que te he escuchado criticar y despotricar contra el arte, sobretodo, el que yo pintaba.

—¡No seas grosera! —grité y volteé su rostro de un cachetón—. No te reconozco Mayra, eres todo menos una…

—¿Una mujer? —respondió con resignación—. Tienes razón, no soy una mujer, estoy muy lejos de serlo y tampoco lo quiero, ahora soy libre, feliz, ¡soy yo! Jamás entenderías esta libertad madre, adiós.

Exclamó esa cosa frente a mí, el diablo me arrebató a mi hija y me dejó algo peor que un animal… ¿qué pensará su padre? ¡Oh Dios, que dirán mis amistades sobre lo que ha pasado!...