Me enamoré entre dos correos (y un informe mal hecho)

capitulo 2:susuros de oficina

Luzia estaba paralizada. Martín, su compañero de trabajo, se acercaba poco a poco hasta llegar a su oreja. Podía sentir su respiración cálida rozándole la piel.

—No te muevas —susurró él, con una voz tan baja que apenas fue un murmullo.

Ella no supo si era una advertencia o una súplica. Su corazón latía con fuerza, los segundos parecían eternos. Algo en la mirada de Martín había cambiado desde aquella reunión de hace dos días.

—Hay algo que no sabes —continuó él—. Y necesito que me escuches sin interrumpir.

Luzia tragó saliva. El ambiente estaba cargado, como si el aire pesara más de lo normal.

—Todo esto que está pasando… no es una coincidencia.

Luzia no sabía qué decir. Su mente era un torbellino de pensamientos, pero su momento con Martín fue interrumpido bruscamente.

Una colega del trabajo se acercaba desde lejos y, al verlos juntos en el parque, frunció el ceño. Se notaba molesta. Sus ojos lanzaban destellos de celos, aunque intentaba disimularlo con una sonrisa fingida.

—¡Vaya, qué casualidad encontrarlos aquí! —dijo con voz exageradamente alegre—. Ya que se cruzaron, ¿por qué no vamos los tres a tomar un café? Yo invito.

Luzia dudó, pero Martín aceptó con una cortesía forzada. Todo parecía ir bien, hasta que la colega, sin previo aviso, soltó el comentario:

—Ay, Luzia, no te habías aparecido en dos días. Yo pensé que ya habías renunciado... la verdad, ¿quién no lo haría en tu lugar? —rió con cierta malicia—. Si yo fuera tú, ya me habría ido hace rato.

Luzia se quedó en silencio. Martín la miró de reojo, atento a su reacción. La tensión era palpable. Detrás de cada palabra, había algo más. Una intención. Una advertencia.

El colega no se detuvo ahí.

—La verdad… no te culpo por que te guste Martín. Pero sinceramente, ¿qué pensabas? —dijo con una sonrisa torcida y un tono cargado de burla, como si estuviera haciendo un chiste a costa de ella.

Luzia no respondió. Las palabras la golpearon con más fuerza de la que esperaba. Sintió que el suelo bajo sus pies se volvía inestable. Las risitas que se escuchaban a lo lejos, los pasos apresurados por el parque, todo parecía haberse detenido por un segundo.

La atmósfera se volvió espesa, casi irrespirable. El aire que antes le parecía fresco ahora quemaba. Martín frunció el ceño, pero no dijo nada.

—Bueno, ya me voy —dijo Luzia, con una voz seca y distante—. Tengo trabajo.

Se dio media vuelta sin mirar atrás y caminó con paso firme hacia su edificio. En cuanto estuvo sola en el ascensor, su fachada se quebró. Respiró hondo, apretó los puños. Tenía que calmarse.

Al llegar a su piso, se lanzó sobre el teclado como si nada hubiera pasado. Intentó ahogar el mal rato entre correos, reportes y números. Pero era inútil.

Las voces de los empleados a su alrededor se colaban por cada rendija de la oficina. Susurros, risas, comentarios apenas audibles.

—¿La viste con Martín?
—¿Otra vez desaparecida?
—Dicen que se la pasa en los pasillos con él...

Luzia sintió un nudo en el pecho. La ansiedad empezó a subirle por la garganta como una ola imposible de detener.

Y entonces, sonó el teléfono.

Su jefe. El mismísimo señor Ortega. Un hombre conocido por su severidad, por despedir a empleados con una sola mirada, por ser incapaz de sonreír siquiera en los cumpleaños de la empresa.

—Luzia, en mi oficina. Ahora.

Su voz era cortante, impersonal. Una sentencia.

El silencio en la oficina fue inmediato. Todos la miraron al pasar, algunos con lástima, otros con burla, muchos con curiosidad. Luzia caminó hacia la oficina de su jefe como quien va al cadalso. El pasillo parecía más largo que nunca.

¿La iban a despedir? ¿La estaban acusando de algo? ¿Tenía algo que ver con Martín?

Su mano tembló ligeramente al tocar la manija de la puerta. Tomó aire… y entró.



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En el texto hay: amor, oficina, amor drama humor

Editado: 20.08.2025

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