Me enamoré entre dos correos (y un informe mal hecho)

capitulo.:4

Luzia corrió como nunca lo había hecho.
Las calles, las dudas y el miedo quedaron atrás.
Solo pensaba en alcanzarlo, en no dejarlo ir sin decirle lo que ardía dentro de ella desde hacía tiempo.

Llegó al parque. Y ahí estaba Martín, de pie, con el celular en la mano, mirando distraído hacia el cielo.
Cuando la vio, sus ojos se abrieron, sorprendido.

Ella se acercó con paso firme, aún sin aliento, y soltó lo primero que salió de su pecho:

Estoy lista para responderte.

Martín la miró por unos segundos, como si no supiera si estaba soñando.

—¿Sabes? —dijo al fin— Pensé que no vendrías. Creí que te acobardarías… pero realmente me sorprendiste

Creo que...

Pero no alcanzó a terminar.
Luzia levantó la mano, suave pero decidida.

—Déjame hablar, por favor.

Él asintió.

—No —dijo ella, firme—. No fue un error.
Todo lo que escribí en esa carta fue verdad.

Nunca imaginé que te enterarías así... no de esa manera.
La verdad es que llevo enamorada de ti dos meses.

Hizo una pausa. Sonrió con cierta timidez.

—Ya sé… dos meses nada más. Y hablo como si fuera toda una vida. Pero es que… esos son mis dos meses contigo. Con tus risas en la oficina. Con tus bromas que solo yo entiendo. Con tus correos que siempre empiezan con “te voy a deber el café de nuevo”…

Bajó la mirada, un poco avergonzada.

—Puede que no sea mucho, pero para mí lo ha sido todo.

Martín la miró. No dijo nada por unos segundos.
Solo la miraba… como si estuviera tratando de recordar cada palabra.

Y entonces, dio un paso hacia ella.

—Dos meses, Luzia… —dijo, con una sonrisa suave— y yo llevo al menos tres tratando de encontrar la excusa perfecta para invitarte a salir.

Luzia se quedó sorprendida.
La persona que había amado en secreto durante dos meses… también sentía algo por ella.

El aire le faltaba.
El corazón le latía como si hubiera corrido otro kilómetro.

—¿Esto está pasando de verdad? —susurró—. ¿O estoy soñando en medio de la oficina?

Martín rió, bajito.

—No. Esta vez no hay PDF, ni junta, ni proyector. Solo tú y yo… hablando sin filtros.

Ella sonrió, pero su voz salió temblorosa.

—No sé qué hacer con todo esto… Es mucho.

—Lo sé —dijo él, sin apuro—. No te estoy pidiendo nada. Solo quería que supieras la verdad. Que lo que leí… me llegó. Porque sentí que esa carta también podría haberla escrito yo.

El silencio que siguió fue diferente. No incómodo. Solo… lleno de cosas aún no dichas

—¿Podemos ir despacio? —preguntó Luzia al fin—. Esto me da miedo… pero también me gusta.

Martín asintió.

—Podemos ir a tu ritmo. Aunque sea un café en la oficina. O una banca en el parque. No necesito mucho… solo que no huyas más.

Luzia lo miró. Y por primera vez en días, respiró en paz.

—Entonces está bien —dijo, sonriendo—. Pero esta vez... sin correos, sin cartas, y sin PDF adjunto.

Ambos rieron.
Y caminaron juntos, sin prisa, como si el mundo empezara recién a ordenarse.

La noche pasó como un sorbo de café: rápida, intensa y con un dejo de ansiedad dulce que les revoloteó el estómago a los dos.
Luzia no durmió bien. Martín tampoco.
Ambos pensaban —por separado, pero al mismo ritmo— en cómo iba a ser volver a verse.

A la mañana siguiente, Luzia se arregló como nunca antes.
Eligió con cuidado su ropa, se puso un toque de perfume, y en el espejo practicó varias formas de decir “hola” sin parecer una adolescente en pleno colapso emocional.

En la estación de autobús, repasaba mentalmente las opciones:

—¿Le digo "hola, Martín"? ¿O solo "buenos días"? ¿Le sonrío casual? ¿O lo ignoro y finjo que no me importa?

Para otros, eso sería fácil.
Pero para Luzia… era como resolver una ecuación emocional imposible.
Una especie de operación sentimental que ni el mismísimo Albert Einstein se atrevería a calcular.

Llegó a la oficina. Se subió al ascensor con un nudo en el estómago.

Y justo cuando las puertas iban a cerrarse, entró Martín.

Traje elegante, cabello peinado con descuido calculado, sonrisa suave.
Estaba… guapísimo.

Luzia se quedó sin palabras.
El rubor le subió como una ola.

Pero él fue más rápido.

—Buenos días —dijo con voz cálida—. Estás... tan linda hoy.

Ella apenas pudo sonreír.

Estaba a punto de responderle algo —nada brillante, seguro, pero al menos una sílaba— cuando entró Tania.

Con su perfume de catálogo caro y su actitud de reina del drama corporativo, se metió al ascensor como si estuviera en una pasarela.

Y sin perder ni un segundo, se colocó peligrosamente cerca de Martín.

Luzia sintió la incomodidad como un pinchazo.
Y también… los celos.

Tania, por supuesto, lo notó. Y le sonrió con esa sonrisa sarcástica que solo usa cuando huele sangre emocional en el aire.

—Me sorprende que sigas aquí, Luzia —dijo, fingiendo tono amable mientras se acercaba aún más a Martín, que ya no sabía a dónde mirar—. La verdad no entiendo qué pensaba el señor Ortega al darte otra oportunidad.

La sonrisa se amplió como una cobra antes de atacar.

—Eres tan afortunada… pero bueno, ya sabes cómo es la suerte. A veces cambia. Y rápido.

Luzia sintió que algo le hervía dentro.
No solo por las palabras.
Sino por el tono. Por la forma en que Tania hablaba como si Martín le perteneciera.
Y por cómo ella misma se quedaba muda, como si fuera una extra en su propia historia.

Menos mal que el ascensor se detuvo en el cuarto piso.

Las puertas se abrieron. Y todos salieron.



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En el texto hay: amor, oficina, amor drama humor

Editado: 20.08.2025

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