Me enamoré entre dos correos (y un informe mal hecho)

capitulo: 5 donde comienza el atardecer

Luzia caminaba por la vereda, con el bolso colgado al hombro y la cabeza llena de pensamientos.
El día había sido largo. Tenso. Raro.
Pero también… revelador.

Apenas dobló la esquina rumbo a su casa, el celular vibró en su bolso.
Era un mensaje de Teresa.

"Plan de emergencia: cena con amigas. Alondra ya dijo que sí. Tú no puedes faltar. Reúne tu dignidad, tu maquillaje y ven. 🍕"

Luzia sonrió. No lo pensó demasiado.
Se subió al primer taxi que pasó y se dejó llevar.

Una hora después...

Estaban las tres en una pizzería tranquila del centro, con luces cálidas y risas fáciles.
Teresa hablaba de las locuras del recepcionista nuevo.
Alondra contaba cómo había “sin querer” corregido en público a un jefe de otro departamento.
Y Luzia se reía como no lo hacía desde hacía días.

Hasta que Alondra, con su estilo clásico de francotiradora emocional, apuntó directo al tema prohibido.

—Bueno —dijo, mirando su copa de vino—. Ya reímos, ya comimos…
Ahora hablemos de lo importante.

Teresa levantó una ceja.

—¿Del aumento de sueldo?

—No. De Martín —respondió Alondra, mirando fijamente a Luzia—.
Porque, amiga… no puedes seguir así. ¿Estás bien?

Luzia se quedó en silencio.
El tenedor suspendido a medio camino.
El corazón... apretado, como si le hubieran hecho esa pregunta por primera vez en serio.

—Estoy... confundida —respondió al fin—. Me gusta. Me gusta mucho.
Pero a veces siento que todo pasó tan rápido… que no sé si estoy en una historia romántica o en una pesadilla con proyector incluido.

Teresa se acercó un poco más, suave.

—Luzia, no tienes que decidirlo todo ya. Pero no apagues lo que sientes solo por miedo. A veces el caos también trae cosas buenas.

Alondra, menos cursi pero igual de sincera, añadió:

—Solo no te quedes mirando. Si él vale la pena, lo vas a saber pronto. Y si no... lo vamos a despellejar juntas con pizza, ¿queda claro?

Luzia rió, esta vez con más alivio.

—Está bien —dijo—. No prometo nada. Pero… creo que ya no me quiero esconder más.

Luzia salió del restaurante con la barriga llena y el alma revuelta.
La noche estaba fresca, tranquila, pero su mente era todo lo contrario.

Mientras caminaba hacia casa, las palabras de sus amigas daban vueltas como cometas en espiral.

Tal vez tenían razón.
Tal vez ella sí estaba huyendo.

Pero… ¿cómo no tener miedo?

—No es fácil —susurró para sí misma.

Porque no se trataba solo de gustarle a Martín.
Era todo lo que venía después: el qué dirán, el si valía la pena, el miedo a ilusionarse y… salir lastimada.

Sí, lo había amado en silencio durante dos meses.
Pero ese amor, aunque callado, se había vuelto una parte delicada de su identidad.
Y ahora, con él tan cerca, tan real… no sabía si podía dar ese paso.

No porque no quisiera.
Sino porque algo dentro de ella insistía en recordarle que tal vez no era suficiente.

—¿Y si solo soy un desliz gracioso en su vida perfecta? —pensó.

Martín era brillante. Encantador. Seguro de sí.

Ella… era un caos organizado. Con PDFs accidentales incluidos.

Llegó a casa. Cerró la puerta. Se quitó los zapatos sin prender la luz.

Entró a su habitación, se acostó con la ropa puesta y se abrazó a la almohada como si fuera un escudo.

Y justo cuando estaba por cerrar los ojos… su celular vibró.

Un mensaje nuevo.

Era de Martín.

“No sé qué pasa por tu cabeza… pero ojalá supieras lo que pasa por la mía. Buenas noches, Luzia.”

Ella lo leyó varias veces.
Una sonrisa leve, tímida, le acarició el rostro.

Tal vez no todo era miedo.
Tal vez, en algún lugar del fondo, también había esperanza.

Cerró los ojos.
Y esta vez, no pensó en huir.
Solo pensó en mañana.

Apenas Luzia entró a la oficina, sintió el ambiente más agitado de lo normal.

No pasaron ni cinco minutos cuando su teléfono fijo sonó.

—¿Luzia? —era la voz del jefe de Recursos Humanos—. El señor Ortega quiere verte en la sala de juntas. Y lleva a Martín contigo, por favor. Es urgente.

Urgente.
Esa palabra le erizó la piel.
Por un momento temió lo peor.

Martín la esperaba de pie, también con cara de confusión. Caminaron en silencio por el pasillo, como si estuvieran rumbo a su propio juicio.

Cuando entraron a la sala, el señor Ortega ya estaba ahí, con una carpeta abierta y varios papeles sobre la mesa.

—Cierren la puerta —dijo, sin levantar la voz.

Martín obedeció. Luzia tragó saliva.

El señor Ortega levantó la vista, los miró a los dos, y dijo sin preámbulos:

—Han sido seleccionados para representar a la empresa en la Convención Nacional de Innovación

Corporativa.
Es fuera de la ciudad. Salen este viernes. Los pasajes ya están listos.

Luzia se quedó sin palabras.
Martín también.
Solo se escuchaba el leve tic-tac del reloj.

—Tendrán que preparar una pequeña presentación conjunta —continuó Ortega—. Habrá charlas, actividades de equipo y… bueno, ya saben cómo son esas cosas.
Tienen tres días para dejarlo todo listo. Ah, y empaquen sus cosas. Es una convención de tres días.

Justo en ese momento, la puerta se entreabrió discretamente.

Tania.

Fingía dejar unos papeles en el mueble de la esquina, pero sus oídos estaban más activos que sus manos.

Cuando escuchó la palabra “pasajes”, el brillo de rabia en sus ojos fue evidente.

Ortega apenas la miró.

—¿Necesita algo, Tania?

Ella sonrió de forma forzada.

—No, no… solo pasaba a dejar esto.
Qué emocionante lo del viaje. Debe ser… muy inspirador. —Y con eso, salió fingiendo serenidad, pero su paso firme traicionaba su enojo.



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En el texto hay: amor, oficina, amor drama humor

Editado: 20.08.2025

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