Me enamoré entre dos correos (y un informe mal hecho)

capitulo 6 Un Respiro Antes del Salto"

El murmullo lejano de la ciudad comenzaba a despertarse con las luces, como si el mundo recordara de pronto que aún seguía girando. Pero allí, en esa terraza suspendida en el tiempo, nada parecía importar.

Luzia se abrazó a sí misma, no por frío, sino por ese impulso involuntario que llega cuando uno se siente demasiado expuesto, aunque nadie haya dicho nada.

—¿Te pasa a veces? —preguntó en voz baja, sin mirarlo—. Sentir que un momento es tan perfecto que casi da miedo romperlo.

Martín la observó un instante. No respondió enseguida.

—Sí… —dijo al fin—. Y a veces pienso que por eso los dejamos pasar, para no arruinarlos. Como si vivirlos del todo los hiciera desaparecer más rápido.

Ella giró apenas el rostro hacia él, y en sus ojos había algo que no era tristeza, pero se le parecía.

—Tal vez —susurró—. O tal vez los dejamos pasar porque creemos que no los merecemos.

Martín se quedó quieto. Su expresión se endureció por una fracción de segundo, casi imperceptible.

—¿Y vos? —preguntó—. ¿Creés que lo merecés?

Luzia no supo qué responderle. Si un simple "sí" o un "no" disfrazado de sonrisa. Lo cierto era que tenía miedo.

No de Martín. No de la noche, ni del momento.

Miedo de lo que sentía, de lo que estaba empezando a ver en él, en ella… en ese espacio compartido que no sabía cómo nombrar.

La verdad era que todo esto —sentir así, dejarse ver así— era nuevo para ella. Y las cosas que le estaban pasando por dentro a veces no lograba entenderlas del todo.

Había algo en Martín que la desarmaba sin esfuerzo. Una calma que no era quietud, sino presencia. Y eso la hacía querer quedarse… pero también correr.

—No lo sé —murmuró al fin—. A veces siento que estoy viviendo algo que no me pertenece. Como si me hubieran prestado esta tarde… y en cualquier momento vinieran a pedirla de vuelta.

Martín bajó la vista, como si buscara una respuesta en sus propios zapatos.

—Si alguien se la reclama —dijo en voz baja—, no la devuelvas. No esta.

Luzia lo miró. Y por primera vez en mucho tiempo, se permitió no entender. No tener claridad. Solo estar ahí, con él. Con todo lo que eso implicaba.

El silencio entre ellos parecía haberse asentado de nuevo, cómodo, como una manta ligera en una noche de verano. El murmullo lejano de la ciudad seguía ahí, pero ellos ya no lo escuchaban.

Martín se estiró hacia la mesa, tomó el vaso de ella, lo examinó y murmuró:

—Estás perdiendo puntos, Luzia. Dejaste hielo derretido en el whisky. Un crimen.

Ella lo miró de reojo, con una ceja alzada.

—¿Y vos quién sos, el juez del whisky?

—No, pero tengo principios. Y este... este es uno de los grandes.

Luzia soltó una pequeña risa, esa que se escapa sin permiso pero se siente bien. El momento había

cambiado, solo un poco, lo justo.

—Entonces vas a tener que enseñarme tus reglas, señor de los principios —dijo, apoyando el codo en la mesa y mirándolo de frente—. Pero aviso: no soy buena alumna.

Martín la sostuvo con la mirada, ladeó la cabeza y sonrió, cómplice.

—No hace falta que aprendas. Solo que te quedes un rato más.

Y esta vez, no hubo dudas, ni preguntas, ni silencios incómodos.

Solo ellos. Y la noche, todavía joven.

A la mañana siguiente, Luzia se despertó, se arregló y bajó. En la sala estaban Martín y el señor Ortega discutiendo sobre el tema de ventas. Luzia se sentó, y cuando el señor Ortega la vio, le dijo:

—Luzia, justo a tiempo. Quiero que hagas un informe sobre el tema de ventas. Quiero ver cómo vamos para la junta con los empleados.
Y tú, Martín, comunícate con los jefes de Ateliering. Bueno, ya está, me tengo que ir.

Martín miró a Luzia y le dijo con una sonrisa:

—Bueno, hay trabajo por hacer.

Martín se retiró de la mesa, dejándole a Luzia una leve sonrisa como despedida. Sin perder tiempo, ella se dirigió a la oficina que el señor Ortega tenía destinada para quienes viajaban por negocios. Era un espacio sobrio pero funcional, con una gran ventana que dejaba entrar la luz de la mañana y una pila de documentos esperando ser revisados.

Luzia se sumergió en el trabajo, revisando reportes, comparando cifras y armando el informe que le habían solicitado. Perdió la noción del tiempo entre papeles, gráficos y llamadas rápidas para confirmar datos. Trabajó hasta ya no poder más, con los ojos cansados y la cabeza pesada, pero con la satisfacción de estar haciendo las cosas bien.

Alrededor del mediodía, escuchó unos golpecitos en la puerta. Era Martín, con dos cafés en la mano.

—¿Pausa para respirar? —dijo, tendiéndole uno.

Luzia sonrió, agradecida.

—Pensé que no ibas a volver tan pronto.—Tú no eres la única que trabaja duro —respondió él, tomando asiento frente a su escritorio.

Martín le dijo mientras le pasaba el café:

—Cuando estemos libres, te invito a dar una vuelta por la ciudad. Oí que hay muchos lagos donde se puede dar de comer a los peces, y por las noches, la vista es hermosa.

Luzia sonrió, aunque con algo de duda en la mirada.

—Eso suena bien… si es que tenemos tiempo. La verdad, no le veo mucho futuro a eso de “cuando tengamos tiempo”, y menos si el señor Ortega consigue cerrar la colaboración con Atelierring.

Martín la miró con una sonrisa tranquila, como si sus palabras ya las hubiera escuchado antes.

—Ten paciencia. Ya vas a ver que, con fe y esperanza, siempre hay tiempo.

Luego se puso de pie, estirándose un poco.

—Bueno, eso sí… ya debo irme, o el señor Ortega me baja el sueldo y me pone más trabajo —dijo en tono de broma mientras salía por la puerta.

—Está bien —respondió Luzia, mirándolo salir con una mezcla de cansancio y curiosidad. Quizás, después de todo, aún quedaba espacio para respirar

El día pasó lentamente, y finalmente Luzia terminó su informe. Bajó a la sala y vio a Martín. Al encontrarse, se estrecharon la mano con timidez, como si aún no supieran cómo comportarse fuera del entorno laboral.



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En el texto hay: amor, oficina, amor drama humor

Editado: 20.08.2025

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