Me enamoré entre dos correos (y un informe mal hecho)

capitulo 8 :"Cinco minutos de respiro"

Pasó así una semana. Las pruebas eran agotadoras y, la verdad, las ventas no estaban siendo tan buenas. Yo pensé que cuando Atlerin se uniera al equipo, todo iba a ser más lindo, no sé, mejor... pero fue todo lo contrario. Poco a poco, empecé a notar cosas: Zoe, que al principio se mostraba como una chica buena y tranquila, terminó siendo incluso peor que Tania. Solo se pasaba por la zona de ventas para ver a Martín, y eso ni siquiera era lo peor. Lo peor era que me dejaban con todo el trabajo. Se llevaba a Martín con la excusa de que tenían que revisar algo de “nuestra empresa”, pero yo ya no me lo creo.

A veces pienso que ella solo aceptó colaborar con nosotros por estar cerca de él, y la verdad... eso me pone muy triste. Me deja solo, cargando con todo, mientras ella anda diciendo que yo no hice nada y que fue Martín quien se encargó de todo. Pero bueno, en mi mente repito que solo son dos semanas. Luego todo volverá a la normalidad. Eso es bueno... ¿no?

Por otro lado, me gustaría poder ver más de la ciudad. Solo he podido disfrutar la vista desde un pequeño rincón en la terraza del hotel, y aunque es linda, no es suficiente. Me siento atrapado entre responsabilidades que no son mías, personas que no dicen la verdad, y un cansancio que se me pega a los huesos. Pero sigo. Porque algo dentro de mí me dice que esto no puede durar para siempre.

Pronto será el descanso, y como siempre, Martín no está en la oficina porque Zoe se lo llevó con la misma excusa de siempre. La verdad es que ya no la soporto. Todo en ella me cansa: su tono falso, su manera de manipular la situación, su interés fingido por el proyecto... pero hoy, después de una semana, por fin tendré una videollamada con las chicas. ¡Qué bueno! De verdad, súper bueno. Las extraño un montón.

Lo mejor es que sé que podré relajarme un rato. Necesito hablar con alguien que me escuche de verdad, sin dobles intenciones. No veo la hora de volver a casa, de volver a estar en mi espacio, con mi gente. Esta ciudad tiene su encanto, pero sin el apoyo correcto, se siente como una jaula.

Sonó el timbre. Por fin, después de tanto, puedo relajarme un poco en el comedor de la empresa. La verdad, siempre me siento un poco sola aquí. Aunque trato de ser amable, todos parecen robots: solo trabajan, trabajan y trabajan, muchos hasta tarde. El ambiente es frío, mecánico… casi como si las emociones estuvieran prohibidas.

Estaba a punto de probar el primer bocado de mi deliciosa comida cuando, de repente, lo vi acercarse. Un chico… guapísimo. Ojos verdes intensos, pelo rubio ligeramente desordenado, y una sonrisa tímida que me descolocó. Me quedé con la boca abierta —literalmente—, pero me recompuse al instante.

—Hola —le dije, tratando de sonar natural.

—Hola —respondió con voz tranquila—. La verdad, comer en el comedor de esta empresa es raro. Casi nunca hay nadie… y los pocos que vienen, solo hacen más que mirar la pantalla de su laptop o se la pasan en reuniones eternas.

Asentí, agradecida de que alguien más notara lo mismo.

—Sí, a veces siento que si hablo muy fuerte voy a romper alguna regla invisible. Como si aquí todo fuera silencio y productividad.

Él rió, y eso me relajó un poco más. Se sentó en la mesa frente a mí sin pedir permiso, como si fuera lo más natural del mundo. No me molestó… de hecho, me pareció agradable.

—Soy Leo —dijo, extendiendo su mano.—Mucho gusto, soy [tu nombre].

Como le dije eso, me sentí avergonzadísima. ¡¿Cómo pude decirle “soy tu nombre”?! Qué vergüenza. Sentí el calor subiéndome por el cuello hasta la cara… me puse rojísima. Los nervios me tomaron por sorpresa, como si de repente me hubiera olvidado de cómo hablar.

Pero él se rió, no con burla, sino con una risa suave y genuina. Eso me tranquilizó un poco.

—Sabes —dijo sonriendo—, eres muy graciosa para ser una chica de oficina.

No supe si lo decía en serio o si solo intentaba hacerme sentir mejor, pero igual me reí con él. Era la primera vez en mucho tiempo que alguien me hacía sentir vista… no solo como una empleada más entre tantos, sino como una persona real.

—Gracias… creo —le dije, todavía tratando de recuperar mi dignidad—. No suelo presentarme con ese nivel de confusión, lo juro.

—Está bien. Me gustó. Fue diferente —respondió, mirando mi comida—. ¿Eso huele tan rico como parece?

—¿Quieres probar? —le ofrecí, casi sin pensar, y de nuevo quise darme una cachetada por impulsiva.

Pero él asintió, acercando su tenedor con cuidado.

Y así, entre risas y un par de bocados compartidos, el comedor dejó de ser un lugar frío y vacío. Por un momento, parecía que todo lo malo del día se había ido… y solo quedábamos él y yo, como si el resto del mundo se hubiera puesto en pausa.

No sé cuánto tiempo estuvimos ahí, hablando de todo y de nada. Entre risas, comentarios sobre la oficina y uno que otro silencio cómodo, me sentí un poco más ligera. Fue extraño… no suelo conectar con la gente aquí. Pero con Leo, la conversación fluyó, natural. Aun así, por más amable y simpático que fuera, mi cabeza seguía en otro lado. O mejor dicho, en otra persona.

Martín.

No podía sacármelo de la mente. Aunque estaba molesta por cómo Zoe lo arrastraba todo el día, aunque me sentía invisible a su lado… seguía gustándome. Y eso dolía un poco. Me hacía sentir tonta.

Cuando Leo terminó su comida (y parte de la mía), miró el reloj y se levantó.

—Deberíamos volver antes de que piensen que nos escapamos —dijo, sonriendo.

—Sí, seguro Zoe ya anda contando otra de sus historias.

Él rió, me deseó un buen resto del día y se fue. Yo me quedé sentada unos segundos más, mirando mi bandeja medio vacía.

Fue un descanso agradable, sí. Pero no cambió lo que siento. No cambió el vacío que me deja Martín cuando elige mirar a otra.

Y mientras volvía a mi escritorio, solo pensaba en una cosa:
Dos semanas más, me dije.
Y después, todo volverá a la normalidad… ¿o no?



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En el texto hay: amor, oficina, amor drama humor

Editado: 20.08.2025

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