Estaba terminando todo para irme por fin de ese lugar, que se sentía como una bomba de tiempo. Pero mi mente no dejaba de pensar en Martín. Me preguntaba por qué, si él estaba con Zoe, por qué ya no me quería. Pensaba una y otra vez en él; mi mente era un caos.
De repente, vi que de lejos se acercaba Claudia, la asistente del subdirector. Me dijo que había una junta a la que debía asistir. No entendía, no soy de esta empresa, ¿por qué debería ir a una junta? Bueno, bueno, tenía que ir. Alisté mis cosas y llegué a la sala 30.Mientras me sentaba en la sala trataba de ordenar mis pensamientos, pero no podía dejar de pensar en Martín. La reunión comenzó y escuché hablar de proyectos y decisiones que no entendía del todo, pero algo dentro de mí me decía que todo estaba conectado. Mi mente seguía siendo un caos, y sentí que ese lugar no me dejaría ir tan fácilmente como pensaba.
vi llegar a Zoe, ya no me sorprendía que ella llegara tarde. Era como si todo en ese lugar estuviera en su contra, menos yo. La miré de reojo, intentando entender qué hacía yo ahí, en medio de una situación que parecía no tener lugar para mí. Mi corazón latía con fuerza, pero traté de mantener la calma, aunque por dentro todo seguía siendo un torbellino.Para finalizar, el subdirector dijo: "Bueno, estará con nosotros mi hijo Leo, Leo, el de la cafetería". De repente, vi a Zoe mirando y volteando los ojos, como si se molestara porque Leo estaba ahí.Entonces, Leo se acercó y, con voz suave, dijo: "Buenas tardes, mi nombre es Leo y estaré en la sala de ventas. Gracias por permitirme estar aquí."
Muchas empleadas lo miraban atónitas, como si por fin hubiera un sentimiento humano en medio de esos robots. Leo siguió diciendo...
"Sé que no es común ver a alguien nuevo por aquí, y menos en una reunión así, pero quiero que sepan que estoy aquí para aprender y aportar lo que pueda. Todos somos parte de este equipo, y espero que podamos trabajar juntos de verdad."
Su sinceridad parecía romper un poco la rigidez del lugar, y algunas sonrisas tímidas comenzaron a aparecer entre las empleadas.
Muchas hasta murmuraban entre ellas, y otras simplemente lo quedaban mirando en silencio. Por un instante, nunca había dejado de pensar en Martín, pero esa vez, por un momento, logré distraerme y olvidar un poco todo lo demás.
Sin embargo, justo cuando parecía que la atmósfera se suavizaba, una sombra cruzó mi mirada: Martín entró en la sala. Mi corazón se detuvo, un nudo se formó en mi garganta y su presencia llenó el aire con una tensión que nadie pudo ignorar. El silencio se volvió pesado, y su sola mirada parecía decir más de lo que las palabras podían expresar.
Su llegada cambió todo, y supe que nada volvería a ser igual.
El subdirector finalizó la junta de manera cortés, agradeciendo la atención de todos y deseando éxito en las tareas del día. Justo al terminar, Martín se acercó a mí y me dijo en voz baja, con un tono serio:
—¿Qué te pasa? Te noto distante. ¿Quieres hablar de algo?
Por un momento, dentro de mí, había dos voces: una que quería abrirse y otra que prefería decir que todo estaba bien. Pero decidí ser sincera y le respondí:
—Sí, es importante que hablemos. ¿Te parece si vamos a la azotea?
Martín asintió y fuimos juntos. Al llegar, me miró fijamente y me preguntó:
—Bueno, ¿qué te pasa?
Mi mente se nubló, me costaba encontrar las palabras, pero finalmente dije con firmeza:
—No puedo seguir así. Quiero que me dejes las cosas claras, sin juegos ni engaños.
—Solo dime la verdad —le dije, con un nudo en la garganta—. ¿Te gusto o no? ¿O solo soy un juego para ti, una diversión?
Ni yo misma podía creer lo que le estaba diciendo a Martín, pero necesitaba saber.
Él me miró y, con una sonrisa tímida, respondió:
—Claro que me gustas. Y escucha, no juego contigo, lo siento si te hice pensar eso. Es solo que... me gustas mucho. Cada vez que estoy contigo, siento nervios, por eso le pedía a Zoe que inventara lo de las juntas.
—¿Por eso? —pregunté sorprendida.
—Sí —continuó—, cada vez que estoy contigo siento que me vuelvo loco y que todo mi mundo da vueltas. Me gustas desde hace mucho tiempo, y sé que te dije que te daría tu espacio, pero... escucha, me estoy enamorando de ti cada vez más, Lucía.
—Eres la luz que ilumina mis ojos —dijo, bajando la voz—, y cada vez que estoy contigo, mi corazón late a mil por hora.
Sentí que el corazón se me salía del pecho, como si él hubiera puesto palabras a todo lo que yo también sentía pero no me atrevía a decir. Mis ojos se llenaron de lágrimas, no de tristeza, sino de alivio y esperanza.
—Martín... —empecé, con la voz temblorosa—, yo también siento lo mismo. Tenía miedo de que solo fuera un juego para ti, pero ahora sé que no es así.
Él me tomó de las manos, apretándolas con ternura, y sonrió, esa sonrisa que ahora me parecía la más hermosa del mundo.
—No voy a dejar que nada nos confunda más —dijo—. Quiero que seamos honestos, que nos demos la oportunidad que ambos merecemos.
Y en ese momento, bajo el cielo abierto de la azotea, sentí que todo podía cambiar, que por fin había una luz clara para los dos.
Nos quedamos en silencio por un momento, disfrutando la calma que seguía a la tormenta de emociones. El viento acariciaba nuestro rostro y parecía susurrarnos que todo estaría bien.
—Gracias por ser valiente —le dije bajito—. Por fin siento que podemos empezar de verdad.
Martín me abrazó con suavidad, como si quisiera protegerme del mundo, y yo me apoyé en su pecho, sintiendo que por primera vez en mucho tiempo, todo encajaba.
La azotea, que antes parecía un lugar frío y vacío, ahora se había convertido en nuestro refugio, el lugar donde dos almas decidieron dejar atrás los miedos y apostar por el amor.