Me enamoré entre dos correos (y un informe mal hecho)

capitulo 10 "la primera cita"

Después de aquel momento en la azotea, volvimos a la oficina con una mezcla de nervios y esperanza. El murmullo constante de los teléfonos y el tecleo de los computadores parecía lejano para mí, como si estuviéramos en una burbuja solo para nosotros dos.

Martín se sentó frente a su escritorio y me miró con una sonrisa tímida.

—No puedo creer que finalmente lo hayamos dicho —dijo bajito—. Ahora solo queda ver cómo enfrentamos todo esto aquí, en el trabajo.

Sentí un nudo en la garganta, consciente de que nuestra relación iba a cambiar, y que no sería fácil mantenerla en un lugar donde cada palabra y gesto podían ser observados.

Pero esta vez, estaba dispuesta a intentarlo.

La alarma había marcado el fin de la jornada, y mientras Martín y yo salíamos de la oficina, sentí cómo el peso del día comenzaba a disiparse. Pero en lugar de seguir juntos, esta vez cada uno tomó su camino, conscientes de que fuera del trabajo, nuestras vidas tenían otros espacios y retos.

Al llegar al hotel encendí la luz del salón y me dejé caer en el sofá, repasando en mi mente cada palabra que habíamos compartido. La incertidumbre y la emoción se mezclaban, pero una cosa estaba clara: nada volvería a ser igual.

Mientras tanto, en otro lugar de la ciudad, Martín también enfrentaba sus propios pensamientos, preguntándose cómo equilibrar lo profesional y lo personal sin perder lo que recién comenzaba.

Prendí la laptop; obviamente, esto se lo tenía que contar a Tereza y a Alondra, que son mis mejores amigas. Estaba esperando hacer la videollamada y la primera en responder fue Alondra.

—¿Qué tal, amiga? ¡Cuánto tiempo! —dijo ella con una sonrisa en la pantalla.

Poco después se unió Tereza.

—¿Qué onda? Cuenta, ¿cómo es la ciudad de La Libertad? —preguntó—. Pues no he podido conocerla como tal, pero creo que pronto podré hacerlo.

—Oye, ¿y cómo está todo en la oficina? —pregunte

—¡Ay, no! —respondio alondra —. Tania está más insoportable que nunca. Y lo peor no es eso, sino que le hizo un berrinche enfrente de los directivos. No sé, pero el señor Ortega está muy, muy enojado.

—¡Ay, ya! Te extrañamos, amiga —dijo Tereza con una sonrisa.

—Sí, lo sé, yo también las extraño —dije, y una gran sonrisa se dibujó en mi rostro—. Pero dime, ¿cómo te sientes allá? pregunto tereza

Luzia suspiró feliz y respondió:

—Creo que soy más que una amiga para Martín...

—¿Cómo? —interrumpió Alondra con una sonrisa pícara—. ¿Ya son novios?

—No como tal, ahí no sé —respondí un poco nerviosa.

En ese momento las dos gritaron al unísono:

—¡Qué emoción, amiga!

—¡Por fin! Ya me tenías harta con tus miedos —dijo Alondra.

—Escucha, nunca dejes que tus miedos te ganen. Sigue adelante como toda una luchadora. Tú sola sigue, porque eres una ganadora —me animó Tereza con dulzura.

—¡Qué lindas palabras, Tereza! —exclamé emocionada.

Estuvimos toda la noche contándonos chismes, risas y bromas. No podía creer lo rápido que había pasado el tiempo, pero el cansancio no me permitía dormir ni un minuto.

Llegó el día siguiente y, para mi sorpresa, ya era tardísimo. No había dormido nada, pero me levanté, me bañé y me arreglé rápido, apurándome porque tenía que salir del hotel.

Justo cuando estaba a punto de salir, lo vi: Martín estaba afuera, apoyado contra la pared, con esa mirada tranquila pero intensa que me hizo detenerme en seco.

—¿Martín? —le pregunté, sin poder ocultar la sorpresa.

Él sonrió y me hizo un gesto para que me acercara.

—No podía irme sin verte antes —dijo en voz baja—. Tenía que asegurarme de que todo estuviera bien contigo.

Mi corazón latía a mil por hora. ¿Qué haríamos ahora?

—¿Qué haces aquí? —le pregunté, aún sorprendida—. ¿No hay que trabajar? ¿No oíste el mensaje? El señor Ortega nos dejó el día libre por ser buenos empleados.

—De verdad, no lo pude ver —respondió él con una sonrisa—. Qué bien, supongo.

—Sí, bueno... ¿Quieres tomar algo? —le ofrecí.

—Claro —dijo—, ¿por qué no vamos a una pequeña cafetería cerca de un parque?

fuimos a una pequña cafeteria depues me dijo

—Planeé ir a un parque de diversiones. ¿Te parece?

—Perfecto —dije

Conversamos y, por fin, hablé con tanta fluidez que no me sentí nerviosa ni nada, sino cómoda de estar ahí con él

Fuimos caminando bajo el intenso sol hasta llegar a ese enorme parque lleno de juegos que parecían mortales. Para ser sincera, nunca en mi vida había ido a un parque de diversiones y tenía un poco de miedo, pero también una gran curiosidad.

Martín notó mi inseguridad y me tomó la mano con suavidad.

—No te preocupes, estoy aquí contigo —me dijo—. Vamos a divertirnos, nada más.

Sentí que, con él, todo parecía más fácil y menos aterrador. Así que, respiré hondo y me animé a dar el primer paso hacia la montaña rusa

—Bueno, ¿a dónde vamos primero? —pregunté.

—Mira, vamos a la montaña rusa, te va a encantar —dijo Martín con entusiasmo.

—Está bien —respondí, aunque en el fondo sentía nervios.

Yo pensaba que era un juego simple y tranquilo, pero cuando vi que era una montaña rusa, no sabía qué hacer. Sentí que me iba a morir. Ver a tanta gente gritar era algo, no sé, escalofriante. Pero Martín me daba confianza y me animé a la aventura.

Cuando me subí, tenía tanto miedo que no podía ni respirar. Y cuando comenzó, empecé a gritar, pero Martín sonreía de una manera que nunca antes había visto. Así pasamos la tarde.

La última atracción fue la caruzel más grande. Pensé que iba a ser mortal o escalofriante, pero fue todo lo contrario: fue mágico. Martín sonrió y me preguntó:

—¿Qué tal tu día?

—Fue mágico contigo aquí —le dije sin saber por qué esas palabras salieron de mí, pero no me arrepentí.

Él me sonrió y dijo:

—¿Sabes? Cuando era niño me gustaba mucho ir a los parques de diversiones. Eran mágicos, pero cuando mamá falleció, todo se apagó.



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En el texto hay: amor, oficina, amor drama humor

Editado: 20.08.2025

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