I. 2. A CALZÓN QUITADO
La señora me miró y se rio al decirme:
—Que no te dé pena, chula, ¿A poco no es cierto? Bien que andan de cabrones con una y con otra, y si algún día nosotras nos sentimos solas y les pagamos con la misma moneda… ¿Que hacen los desgraciados? —preguntó—. ¡Se ponen muy dignos, se hacen los ofendidos y hasta nos quieren matar! ¡Con eso que la ley se los permite! Dizque para lavar su honor. No, chula. ¡Que se vayan a la chingada!
No quise aclararle a la señora que ése no era mi caso, porque eso me obligaría a hablarle de mi vida, lo cual no quería hacer, y menos a una desconocida, por lo cual me limité a sonreír levemente y a asentir de nuevo.
—¿Conoces a alguien en San Luis? —me preguntó—. Si son parientes, olvídate de ellos, siempre le van a dar la razón al hombre —agregó.
—No. No conozco a nadie —respondí en voz baja.
—¿Vas a buscar trabajo?
Yo asentí con la cabeza.
—¿De qué? ¿Qué sabes hacer?
—De lo que sea: de niñera, de institutriz, de dama de compañía, de empleada en una tienda… Hasta de sirvienta.
—¡Uy, chula! —me dijo con una expresión de incredulidad—. ¡Olvídate de eso! No es por echarte la sal, pero no lo vas a conseguir. ¿Tienes recomendaciones o cartas de referencia? ¿Verdad que no? ¡No te van a dar empleo! ¿De empleada de tienda? Te va a andar manoseando el patrón y, lo que es peor, ¡gratis! —me dijo riendo—. ¿De sirvienta? ¡Ni lo sueñes! Ninguna señora te va a contratar. Tienen maridos a quien cuidar. Y si no tienen marido, te van a estar humillando constantemente porque les va a dar mucho coraje que seas más bonita y fina que ellas —se rio al decir eso, y agregó—: ¡Dímelo a mí que conozco a muchas viejas así!
No había pensado en eso y me empecé a preocupar. Me atreví a preguntarle:
—Entonces… ¿Qué puedo hacer? ¿Qué me recomienda?
La señora me miró a los ojos y continuó hablando:
—¿Sabes cuál es tu problema, chula? —me preguntó, pero no esperó mi respuesta y continuó—: Tu problema es que eres bonita, se ve que eres gente bien y eso, como ya te dije, te cierra muchas puertas. Si fueras fea conseguirías un trabajo fácilmente. ¡Pero no! Pero por ser bonita y con clase, se te pueden abrir otras puertas mejores.
La señora me miró a los ojos y guardó silencio, esperando que la curiosidad me hiciera preguntar:
—¿Qué puertas?
—¿Cuántos años tienes?
—Veintiocho —le respondí.
—Eres más grande de lo que pensé, pero te ves más joven y eso es lo importante. Ya no eres una muchachita y te lo voy a decir a calzón quitado, a fin de cuentas no te vas a escandalizar por eso y sabrás a qué atenerte… —la señora hizo una breve pausa antes de continuar—: Mira, chula, como tú sabrás, los hombres siempre han estado acostumbrados a usar y tirar a las mujeres, pues bien, creo que es justo que nosotras hagamos lo mismo con ellos…
La señora detuvo su charla y buscó en mi rostro una señal de entendimiento. Al no encontrarla continuó:
—Tu marido, cuando te buscaba, ¿qué quería? ¡>Comida y cama!, y tú… ¿qué obtenías a cambio? ¡Nada! Ahora es tiempo que obtengas algo por eso que tanto tiempo hiciste gratis por tu esposo —me dijo convencida.
Comprendí lo que ella quiso decir y sonreí al pensar que esa señora me estaba ofreciendo algo que yo podría hacer fácilmente.
—Ya la entiendo —le dije, y ella sonrió complacida—. ¿Está buscando una cocinera? —le pregunté.
La señora puso sus ojos azules en blanco y se rio al responder:
—¡No, chula! Las mujeres feas y tontas trabajan en la cocina, las bonitas y listas trabajan en la recámara —me dijo.
No estaba segura de haber entendido lo que la señora trató de decir y, con temor de equivocarme y ofenderla, le pregunté en un susurro:
—¿Se refiere usted a un burdel?
—No me gusta ese nombre. Es muy vulgar —me respondió—. Es simplemente una casa de compañía. Un lugar donde el hombre va a buscar la pasión y aventura que en su casa no encuentra.