CAPÍTULO IX. EN SAN LUIS POTOSÍ PARTE 2. LAS SEÑORITAS ESCANDÓN
El capitán Eduardo Escandón cumplió su palabra. La cuidó y la alimentó. Luego la llevó en tren hasta la capital. No la llevó a su casa, no quería que su mujer y sus hijas la tomaran como sirvienta, la llevó a la casa donde vivían sus tías: Leonor, Sagrario y Trinidad Escandón.
Las tres mujeres habían sido de familia rica. Su padre había sido un hombre importante que tenía haciendas y negocios. Vivían en una gran casa en el centro de México. Cuando el emperador Maximiliano llegó a México, en 1864, el señor Escandón lo apoyó, y su esposa fue nombrada Dama de Compañía de la emperatriz Carlota. El hermano mayor, Eduardo, había pertenecido al ejército conservador del Gral. Miguel Miramón y se unió al ejército imperial.
La mayor de las Escandón, Leonor, se casó con un capitán, compañero de regimiento de su hermano Eduardo, en una elegante boda a la que acudieron Maximiliano y Carlota, pero no le duró mucho la felicidad conyugal. En junio de 1866, su marido murió en la batalla de Santa Gertrudis, Tamaulipas, combatiendo contra el ejército republicano del Gral. Mariano Escobedo. En esa misma batalla murió su hermano, el coronel Eduardo Escandón. A consecuencia de esa batalla, Leonor no solo perdió marido y hermano, también perdió al hijo que esperaba. El dolor provocado por la noticia le produjo un aborto.
La familia Escandón estaba de luto, y las señoritas Escandón no pudieron ir a la Villa de Guadalupe, el mes siguiente, a despedir a la emperatriz Carlota Amalia, quien viajaba a Europa a buscar ayuda. La emperatriz se enfermó en Europa y nunca pudo regresar a México.
En marzo de 1867, las últimas tropas francesas que apoyaban a Maximiliano abandonaron México, y con ellas se fue el amor de Sagrario, la segunda de las señoritas Escandón. Ella estaba comprometida para casarse con un oficial francés, pero el luto por la muerte de su hermano, hizo que se pospusiera la boda. Cuando el oficial se enteró del retorno de su ejército a Francia, fue a hablar con los señores Escandón para solicitar un rápido casamiento con su prometida y poderla llevar con él a Francia. Los padres de Sagrario no aceptaron una boda precipitada, y menos en tales circunstancias, pues sería como aceptar que el emperador Maximiliano estaba derrotado.
El oficial francés convenció a Sagrario de huir con él. El capellán del ejército francés los casaría antes de salir a Veracruz y embarcarse para Francia, pero, de alguna manera, el señor Escandón se enteró y encerró a su hija en su habitación. Sagrario estuvo llorando y gritando todo el día, hasta que se dio cuenta que ya era demasiado tarde. Su novio regresó a Francia sin ella. Durante muchos años tuvo la secreta esperanza de que él regresaría a buscarla, pero nunca más supo de él.
En mayo de ese año, el emperador Maximiliano fue capturado y enjuiciado en Querétaro. Todos pensaban que le permitirían regresar a Europa, pero Benito Juárez dejó que lo fusilaran, al mes siguiente, en el Cerro de las Campanas. La familia Escandón mantuvo su fidelidad y respeto por la pareja imperial. Siempre mantuvieron sus retratos en una repisa, con una veladora constantemente encendida, para pedir “por el eterno descanso del emperador Maximiliano y la pronta recuperación de la emperatriz Carlota”.
Con la derrota de los imperialistas vino la venganza de los republicanos, quienes confiscaron las haciendas del señor Escandón y ya no le permitieron hacer negocios. La familia perdió rápidamente su riqueza y su posición social. La señora Escandón fue la primera en morir. No soportó la humillación social. Después murió el señor Escandón. La poca riqueza que pudo rescatar y conservar la heredó a su nieto, Eduardito Escandón, para asegurar su futuro y el de su apellido. A sus hijas solo les dejó la casa familiar. Ellas sobrevivieron rentando la parte frontal a unos comerciantes y dando clases de francés, modales y piano a las hijas de los nuevos gobernantes republicanos.
Junto con su riqueza y su posición social, las tres Escandón perdieron también la oportunidad de casarse. Ningún hombre de buena familia iba a casarse con ellas, sabiendo que estaban en la ruina. Ellas tampoco aceptarían casarse con un hombre de menor posición social: ¿Qué dirían sus amistades? Olvidaban que ya no tenían amistades, solo gente conocida, y lo que dijeran no debía importarles.
Leonor vistió siempre de negro, en recuerdo del esposo que tanto amó. Quién sabe si hubiera seguido amándolo si hubiera tenido más tiempo para conocerlo. Sagrario también vistió de negro. Quizá por el dolor que le causó no haberse podido ir con el militar francés, o quizá porque sabía que murió la esperanza de conocer el amor de un hombre.
La menor de ellas, Trinidad, se quitó el luto al año exacto de que murió su papá, y, con alegre resignación, aceptó su vida de solterona. Siempre dijeron que ella era la menos bonita y la menos inteligente de las tres, y que difícilmente hubiera encontrado marido, pero fue, quizá, la más feliz. Nunca se amargó, nunca se dejó llevar por la tristeza, ni se dejó agobiar por la soledad. Siempre tuvo muchas amigas, que la consideraron una gran amiga. Era alegre y divertida, y la invitaban a todas las reuniones femeninas. Si no la invitaban a alguna, no lo tomaba como un agravio. Si alguna amiga le regalaba un vestido usado, con gusto lo arreglaba y lo usaba en la siguiente reunión. Si se lo “chuleaban”, contestaba sincera y orgullosa: “Me lo regaló fulanita”. Tenía una cándida inocencia que desarmaba a cualquier malintencionada que la quisiera hacer sentir mal.