Me Vale Madre La Voluntad de Dios

XI.3. PIDA PERDÓN POR SER TAN MALA

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CAPÍTULO X. EN SAN LUIS POTOSÍ PARTE 3. PIDA PERDÓN POR SER TAN MALA

—Cuando Altagracia oyó eso, se detuvo en seco y se regresó —continuó narrando Fabi—. Yo tenía miedo de que fuera a desgreñar a doña Amparito, y me acerqué a impedirlo, pero no. Altagracia, muy serena, le dijo:

—“Vaya, mañana a mediodía, al santuario de Guadalupe y pida perdón a la virgen por ser tan mala, y cuando vea a su hijo no le cuente lo que hizo conmigo, se va a avergonzar de usted”.

—Cuando doña Amparito oyó eso, le dio una bofetada a Altagracia —siguió platicando Fabi—. Yo estaba seguro que ahora si la iba a desgreñar, pero Altagracia se fue muy digna. Doña Amparito se puso a llorar y se metió a su casa, seguida por las vecinas, quienes trataban de consolarla.

Fabi hizo una pausa, como tratando de revivir el momento, y luego continuó:

—Cuando Altagracia regresó en la noche, yo le dije:

—“La regaste, manita. Al hijo de doña Amparito lo fusilaron. ¿Para qué le recordaste su tragedia?”.

Recuerdo que ella solo me respondió:

—“Las cosas no son siempre como parecen”

Pensé que Altagracia tenía razón: las cosas no son siempre como parecen. Conociéndola, supe que ella lo dijo sin pensar; que nunca tuvo la intención de hacer sufrir a doña Amparito.

—Al día siguiente nos enteramos de lo que sucedió con doña Amparito —continuó Fabi con su relato—. Ella salió a hacer unos mandados; se enteró de que una conocida estaba enferma y decidió ir a visitarla. Estuvo un buen rato con ella y se despidió antes de comer. Cuando salió de la casa se puso a esperar un coche de alquiler que la trajera de regreso, pero no pasaba alguno y empezó a caminar. Pasó por el Santuario de Guadalupe y entró a decir una oración por su amiga. El templo estaba vacío a esa hora; ella fue hasta el pie del altar y rezó un rato. Al terminar, y dirigirse a la salida, se percató de que había un hombre agachado, de rodillas, rezando; algo la impulsó a detenerse. El hombre levantó la cara y ella lo reconoció: era su hijo.

—¿Pero cómo? —pregunté incrédula—. Él estaba muerto.

—No —dijo Fabi— No lo fusilaron. Hubo una confusión con su nombre. Él estuvo preso un tiempo en las Islas Marías y, al regresar a su pueblo, nadie le dio razón de su madre. La buscó inútilmente hasta que se dio por vencido; luego se estableció en Guadalajara. Estaba de paso en San Luis, cuando decidió entrar a rezar al santuario, y ahí encontró a su madre.

—¿Cómo sabía Altagracia que se iban a encontrar ahí? —pregunté, sabiendo que no habría respuesta.

—No sé. Altagracia nunca ha hablado de eso —me respondió Fabi—. Lo mejor del asunto es que doña Amparo creyó que Altagracia había hecho algo para que se reencontraran; le pidió perdón y escribió una carta al dueño de la casa retractándose de lo que había dicho de ella, y no solo eso, sino que, cuando se fue a vivir a Guadalajara con su hijo, le dejó su vivienda a Altagracia, con todos los muebles y tres meses de renta pagados.




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