Me Vale Madre La Voluntad de Dios

XI.4. SIEMPRE SERÁS SU FABRICIANO CHULO

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CAPÍTULO X. EN SAN LUIS POTOSÍ PARTE 4. SIEMPRE SERÁS SU FABRICIANO CHULO

Lo mejor del asunto es que doña Amparo creyó que Altagracia había hecho algo para que se reencontraran; le pidió perdón y escribió una carta al dueño de la casa retractándose de lo que había dicho de ella, y no solo eso, sino que, cuando se fue a vivir a Guadalajara con su hijo, le dejó su vivienda a Altagracia, con todos los muebles y tres meses de renta pagados.

—Y los demás vecinos que querían desalojar a Altagracia ¿qué hicieron?

—Nada. Lo tuvieron que aceptar. Unos respetan a Altagracia y otros le tienen miedo. Dicen que es bruja, pero no se meten con ella.

—¿Tú crees que sea bruja? —le pregunté a Fabi.

—No, no lo es —me respondió—. Pero a veces sabe o mira cosas que otros no ven. A veces viene alguna persona que busca un ser querido, pero casi siempre les dice que no les puede ayudar. Algunas veces les susurra algo al oído y la persona llora. Una vez, yo estaba triste, porque me habían avisado que mi mamá había muerto en el pueblo; Altagracia, que iba para el trabajo, se acercó a mí y me dijo al oído:

—“Dice tu mamá que la perdones por no haberte defendido. Que siempre te quiso mucho y que está orgullosa de ti. Que siempre serás su Fabriciano chulo”.

—Cuando me dijo eso —continuó Fabi— me puse a llorar. A todos les digo que me llamo Fabián, pero en realidad me llamo Fabricio. Solamente mi mamá me decía Fabriciano. Su Fabriciano chulo…

Fabi ya no pudo continuar y se puso a llorar, como si su madre acabara de morir. Lo abracé y me quedé un rato con él hasta que se tranquilizó, y después me fui a casa.

Cuando llegué a casa, Altagracia estaba acostando a Romi. En la mesa de la cocina vi un billete de cinco pesos. Ya otras veces, al llegar en la noche, había encontrado dinero en la mesa. Ya sabía que ese dinero era de Altagracia. En ese momento supe de dónde había salido el billete.

Miré a Altagracia arropando y besando a su hija. Olvidé lo que llegué a pensar, porque vi a la misma Altagracia de siempre: la Altagracia que me ayudó. De ahí en adelante procuré no llegar antes de las nueve, y si lo hacía me entretenía un rato con Fabi, para hacer tiempo.

Una vez casi me topé con el señor que la visitaba. Él iba saliendo cuando yo casi llegaba a la puerta de la casa, pero se agachó a recoger algo y no se fijó en mí. A la luz de una ventana vi brevemente sus facciones. Era un señor de unos cuarenta y tantos años, alto y de buena figura; vestía pantalón y camisa color caqui. Parecía militar o ingeniero de minas. Subió a una camioneta Ford TT negra, que ya otras veces había visto estacionada ahí cerca, y se fue.

Ya sabía muchas cosas sobre la vida de Altagracia, pero ella no sabía nada de mí, y no me parecía correcto eso, ya que la consideraba mi mejor amiga, o más bien mi única amiga. Poco a poco le conté lo más importante de mi vida, pero nunca le dije mi verdadero nombre ni de donde era.




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