Me Vale Madre La Voluntad de Dios

XIX.3 LUNA DE MIEL

XIX.3 LUNA DE MIEL

Sacramento entró a la recámara, ya se había quitado los zapatos y el saco. Lo vi quitarse la camisa y quedar vestido sólo con su pantalón negro de paño de lana. Yo me ruboricé, no por ver su vientre cubierto de vello, sino porque en ese momento entendí el poema de Otilio González, que decía:

“Pasa una rubia, de ojos aceituna, junto a mí:

con los tacones va escribiendo tentaciones;

y yo siento a mi deseo, como un pájaro irascible,

dar debajo del flexible fieltro negro un aleteo.

Sacramento apagó la luz, se sentó en la cama y se desnudó. Yo esperaba que se subiera encima de mí a hacer sus cosas, pero en vez de eso se acostó de lado en la cama y se puso a mirarme. Yo me di media vuelta en la cama para estar frente a él. Estuvo platicando de lo maravillosa que estuvo la boda, de lo bella que yo lucía, de los comentarios de sorpresa y admiración que hicieron sus amigos, de la mirada de envidia de más de una señora. Mientras hablaba besaba mis manos o rozaba con las suyas mi cara y mi cuello. Creo que tenía miedo de faltarme al respeto, pero, poco a poco, su boca empezó a perder el miedo y sus manos el respeto, mientras que mi boca perdió la timidez y mis manos el pudor. No entendí cómo mi tía podía pensar en la comida del día siguiente en momentos como ése, pues yo me olvidé de todo lo que había en el mundo, menos de Sacramento.

En la madrugada, Sacramento me despertó, porque al darse la vuelta, dormido en la cama, su mano golpeó mi hombro. Me dio un beso en el hombro, me abrazó y siguió dormido. Su suave roncar no me molestó, al contrario, me tranquilizó, era una forma de sentir que ya no estaba sola, que él estaba a mi lado.

A la semana siguiente, Sacramento me llevó de viaje de bodas a Estados Unidos. Quería aprovechar que, por la Gran Depresión Económica, había muchas mercancías en liquidación y quería surtir su tlapalería. Viajamos en tren, pero no en segunda clase, viajamos en camarote privado. Fuimos a San Antonio, Texas. Sacramento me dijo que fuera a comprarme ropa y cosas bonitas mientras él hacía sus negocios. No me dio dinero, me dijo que ordenara que llevaran todas mis compras al hotel y las cargaran a su cuenta.

Me asombró mucho el gran tamaño de los almacenes y tiendas que había ahí. Después de más de diez años de vestir hábito, o de comprar ropa en el mercado, no me decidía qué ropa comprar. Me llevé varios catálogos para que Fabi me hiciera los modelos que me gustaran. De cualquier manera, no resistí la tentación y compré perfumes y algunos vestidos de tarde y noche. Le compré ropa y lociones a Sacramento, y gasté mis ahorros en regalos para Fabi, doña Malena, doña Rita, Romi, Toñito y las muchachas de la fonda.

Todos los días Sacramento y yo comíamos juntos en el comedor del hotel o me llevaba a un restaurant. En la noche siempre me llevaba al cine, a cenar o a bailar. Una noche, nos disponíamos a ordenar en un elegante restaurante, cuando vi que a nuestro lado pasó una pareja norteamericana de mediana edad. Ella llevaba un vestido que me gustó mucho, aunque sólo pude apreciar su parte posterior. Pensé que le podría preguntar dónde lo había comprado. Cuando se sentó, volví a mirarla, para apreciar los detalles frontales de su vestido; en ese momento ella volteó hacia nuestra mesa, trató de ponerse de pie, pero se llevó las manos al pecho y se desplomó al piso. Su acompañante se agachó a su lado y le dijo:

—Darling, Darling! What happen? Are you ok?[1]

La mujer no reaccionó, y el hombre empezó a gritar:

—Please, somebody call a doctor![2]

Uno de los comensales se acercó a examinar a la mujer y le dijo:

—I´m sorry, Sir. She is dead.[3]

Yo preferí no quedarme en el lugar y le pedí a Sacramento que regresáramos al hotel. Me impresionó mucho la muerte de la señora.

—¡Pobre mujer! —dijo Sacramento—. Al menos no sufrió. Tuvo una muerte rápida.

—Ojalá hubiera podido tener una vida muy larga —murmuré.

No le dije a Sacramento que esa mujer era mi madre.

[1]¡Querida, querida! ¿Qué te pasa?

[2] ¡Por favor. Alguien llame un doctor!

[3] ¡Lo siento, señor. Ella está muerta!




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