XXVII.2 DOÑA RITA
Pasaron los meses y mi vida de felicidad continuó. Tenía el esposo y los hijos que siempre soñé tener. Mariana era mi hija y a Romelia la quería como si lo fuera. Toño siempre le dijo “Pa” a Sacramento, porque era su padrino de bautizo, pero creo que le decía así porque lo consideraba su papá, lo cual era muy adecuado, porque Sacramento lo quería y lo trataba como si fuera su hijo. A mí me empezó a decir “Ma” cuando me casé con Sacramento y fuimos sus padrinos de primera comunión.
Un día, doña Rita me platicó cómo conoció a Sacramento, en la Ciudad de México.
Ella vivía con el único hijo que le quedaba; los demás habían muerto en la Revolución. Su hijo trabajaba repartiendo leche para mantenerla a ella y a su esposa embarazada. Un día, el hijo se enfermó de gripe española y murió, pero contagió a su esposa, quien murió después de dar a luz a Toñito. Doña Rita se quedó con un bebé recién nacido y en la calle, pues no tenía para pagar la renta. Para evitar que el bebé muriera de hambre, se iba a la plaza del mercado y buscaba a alguna mujer amamantando a un bebé; le suplicaba que amamantara un poco a Toñito. Algunas se negaban, pero la mayoría aceptaba tranquilamente, en especial las mujeres más pobres. Doña Rita no podía trabajar por cuidar a su nieto. Algunas veces se ganaba unos centavos barriendo las banquetas o ayudando en el mercado, pero apenas alcanzaba para malcomer. Dormía en el atrio de una iglesia junto con un montón de mujeres y niños sin hogar.
En una ocasión que llevaba varios días sin comer, decidió aguantar la vergüenza y pedir limosna. La moneda de más valor la recibió de quien menos lo esperaba: un militar. Solo pedía caridad cuando no conseguía trabajo y tenía hambre. Frecuentemente pasaba por ahí el mismo militar y siempre la ayudaba. Una noche que lloviznaba se quedó en el vano de una puerta, con el rebozo cubriendo al bebé. Pasó por ahí el militar.
—¿No tiene casa? —le preguntó.
—No.
—¿Tiene familia?
—No. Murieron todos. Solo queda mi nieto.
—Sígame —le pidió el militar.
Doña Rita lo siguió resignada. Pensaba que la llevaba a la cárcel por vagancia o mendicidad, pero al menos ahí no se mojaría; quizá hasta le dieran algo de comer. El militar se detuvo en un puesto y pidió atole y tamales para ella. Cuando se los terminó, le preguntó:
—¿Quiere un trabajo?
Doña Rita no le respondió, sólo se puso a llorar e intentó besarle la mano, pero él no la dejó. Los llevó a su casa, cerca del templo de la Santísima Trinidad. De ahí en adelante, doña Rita se encargó de la casa de Sacramento, él se encargó de ellos y se los trajo a San Luis Potosí.
Toño se la pasaba todo el tiempo libre con su Pa, en la tlapalería. Le gustaba tanto estar con él que, al terminar la secundaria, ya no quiso estudiar; quiso trabajar con su Pa. Para desanimarlo, Sacramento le dio el trabajo más pesado y peor pagado, pero Toño siempre fue muy responsable y trabajador, se aguantó hasta llegar a ser el empleado de confianza de Sacramento.