XXXI.3 EL FINAL DE LA REVOLUCIÓN
Sacramento continuó narrando:
—Abraham González se dio cuenta de que Madero no tenía intención de cumplir su promesa, por lo que decidió regresar a Chihuahua a restituir él las tierras. Lo acompañé de regreso. Madero no duró mucho en la presidencia. Se quedó sin aliados. Los revolucionarios se pusieron en su contra por no cumplirles su promesa de regresarles las tierras; los empresarios y hacendados ricos lo atacaron por no pacificar a los revolucionarios. A principios de 1913, el general Victoriano Huerta lo mandó asesinar; al mes siguiente hizo lo mismo con el gobernador Abraham González.
Sacramento decidió unirse a Francisco Villa y su División del Norte. Quedó a las órdenes directas del general Felipe Ángeles en el cuerpo de artillería. Con él participó en las dos batallas de Torreón y en la de Zacatecas.
—En Zacatecas éramos veinticinco mil villistas contra doce mil quinientos soldados federales de Victoriano Huerta. Nuestra artillería inició el fuego sobre los federales, ubicados en los cerros que rodeaban la ciudad, mientras que Villa lanzaba ataques de caballería y de infantería en contra de las defensas que la protegían. Al caer la tarde los revolucionarios empezaron a ocupar la ciudad. Los revolucionarios asesinaron a todos los soldados federales que trataron de huir; luego empezaron a matar a los que se escondieron en casas, iglesias y hospitales. No hacían distinción entre soldados y civiles; agarraron parejo. Durante toda la noche hubo violaciones, saqueos y muerte, hasta que Villa ordenó detener la matanza al día siguiente. Al llegar yo a Zacatecas, procedente de la vecina Guadalupe —contó Sacramento—, los siete kilómetros de camino estaban tan llenos de cadáveres que no podían circular los carruajes.
La batalla de Zacatecas significó la derrota de Victoriano Huerta, quien renunció a la presidencia y se exilió. Los jefes revolucionarios hicieron la Convención de Aguascalientes para tratar de ponerse de acuerdo acerca de quién iba a ser el presidente y cómo se iban a repartir las tierras, pero fracasaron y se empezaron a pelear entre ellos: Francisco Villa y Emiliano Zapata se unieron contra Venustiano Carranza y Álvaro Obregón.
Villa y Zapata tomaron ventaja; sus ejércitos ocuparon la ciudad de México sin combatir.
—En la capital, fue donde conocí a Altagracia —contó Sacramento—. La vi paseando entre los soldados de Villa, hasta que un general se fijó en ella y la hizo su mujer. Me sorprendía cómo un día era capaz de estar cocinando ante una fogata y al día siguiente estar elegantemente vestida, cenando, bebiendo champaña y bailando valses en un salón de la capital.
—Yo pensé que Villa y Zapata iban a formar un gobierno estable que restituyera las tierras —continuó Sacramento—, pero me equivoqué. No confiaban el uno en el otro y no tenían capacidad para gobernar. A Zapata sí le interesaba restituir las tierras, pero nada más la de su región; no le interesaba el resto del país. A Villa no le importaba si se restituían o no, sólo le importaba ganar batallas y matar enemigos; era muy rencoroso, violento e impredecible. Era capaz de mandar fusilar a alguien tan sólo por contradecirlo. Había que andarse con cuidado con él. Así le pasó a un amigo de la juventud, a quien reencontré catorce años después en la Convención de Aguascalientes, se llamaba David Berlanga. Era un hombre muy culto que había estudiado pedagogía en Europa.
El nombre de David Berlanga, me sonó conocido, pero por más que hice memoria no lo recordé. Sacramento continuó su relato:
—Un día, el general Villa fue a comer al Hotel Palacio, que era propiedad de un ciudadano francés. Su esposa, una bella mujer parisina, lo ayudaba de cajera en el restaurante. Cuando Villa la vio quiso tenerla; ordenó que la raptaran y la llevaran a su cuartel. El secuestro provocó un escándalo. La embajada de Francia interpuso una demanda ante el presidente Eulalio Gutiérrez. El gobierno convocó a un consejo de su gabinete y, en esa junta, el coronel David Berlanga denunció ante los secretarios de Estado el plagio cometido por el general Villa. Dijo: “Villa ha sido y seguirá siendo un bandido”. Con esas palabras firmó su sentencia de muerte porque horas después fue arrestado en el restaurante "Sylvain" y llevado al panteón de Dolores, donde fue fusilado. Quisieron vendarle los ojos, pero David se negó, diciendo: “Déjeme ver la cara de los soldados que me van a matar”.
Un ataque de tos hizo que Sacramento dejara de hablar. Fui a la cocina y le traje miel de abeja y agua. Sacramento continuó su narración:
—En las Batallas de Celaya, Villa no aceptó los consejos del general Felipe Ángeles y fue derrotado cuatro veces por Álvaro Obregón. Después de eso, su División del Norte entró en una decadencia que la llevó a su derrota final. Villa se volvió bien desconfiado y abusivo con todos; su trato se hizo insoportable y muchos lo empezaron a abandonar. El general Felipe Ángeles fue uno de los primeros. Se exilió a Estados Unidos. Yo me quedé porque no tenía a dónde ir y tenía la esperanza de recuperar las tierras...
Sacramento hizo una pausa y luego continuó su relato:
—Villa se hizo cada vez más rencoroso, sanguinario y vengativo. Un día, en la estación de ferrocarril de Santa Rosalía, Chihuahua, encontramos noventa soldaderas carrancistas con sus hijos, una de ellas disparó contra él, pero erró el tiro. Villa les pidió a las mujeres que señalaron a la culpable. Ninguna respondió. Entonces ordenó fusilarlas, una por una, hasta que dijeran quién fue. Ninguna habló. Prefirieron morir a delatarse. Ahí decidí separarme de su ejército en la primera oportunidad.