Primera parte
La casa de mil pasillos
Érase una vez un rey que tenía un hijo al que despreciaba. Fruto del amorío con una pobre mujer que le pidió asilo durante una noche de invierno, el rey ocultó al niño del mundo y condenó a la madre a que se le cortara la lengua para que nunca pudiese contar el secreto. La mujer suplicó por piedad y prometió irse lejos para siempre, pero el malvado hombre se burló de ella y ordenó que no saliera del castillo hasta que su castigo se cumpliera. Sin embargo, lo que el rey no sabía era que aquella muchacha era en realidad una poderosa hechicera. El rey trató de disculparse, pero era demasiado tarde, la bruja había visto que en su corazón no había amor. Como castigo, lo maldijo a él y a toda su descendencia.
“Perderás tu reino, tu poder y tu riqueza si tus acciones siguen reflejando la crueldad de tu alma”. La maldición crecería con los años y aun si el rey moría, se trasladaría a sus hijos, nietos y bisnietos hasta el final de los tiempos. “Pero, si conviertes tu interior en algo tan bello como tu exterior, y encuentras alguien a quien amar-y que te ame de vuelta- el hechizo se volverá tu recompensa”.
Lleno de ira, el rey ordenó que la mujer fuese destruida. Antes de morir, la hechicera juró que no existía fuerza en el mundo que pudiese anular la maldición, más que el amor verdadero.
Los años pasaron y el rey se casó con una noble de tierras lejanas, tuvieron una hija a la que ofrecieron las estrellas y el cielo. Mientras tanto, su bastardo crecía encerrado en una torre sin más vista al mundo que una diminuta ventana, llenando su corazón de odio.