Melody

Capítulo 11: La maldición de los inocentes.

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El aire en la mansión Santoro parecía haberse vuelto más denso, más opresivo, como si las paredes mismas estuvieran conspirando para sofocar a Melody. Después de descubrir los documentos en la oficina de su padre, su mente no podía dejar de dar vueltas alrededor de la verdad que había desenterrado. Margery no era solo una madrastra fría y distante; era una manipuladora que había estado drenando la fortuna de su padre, dejando a la familia al borde de la ruina. Y lo peor de todo era que Andrew Santoro, su propio padre, parecía estar completamente ciego ante la situación.

Melody no podía quedarse callada. No esta vez. Con el corazón latiendo con fuerza esperó a que el señor Santoro llegase a casa y se encerrara en su oficina, para después, dirigirse hacia esa misma dirección, donde él estaba sentado detrás de su escritorio, absorto en unos papeles. La luz de la lámpara de aceite proyectaba sombras inquietantes en su rostro, haciéndolo parecer más cansado y demacrado de lo que ella recordaba.

—Padre —dijo Melody, con una voz que temblaba de rabia contenida—, necesito hablar contigo.

Andrew levantó la mirada, sorprendido por la intrusión. Sus ojos, antes llenos de determinación, ahora parecían opacos, como si algo en su interior se hubiera apagado.

—Melody, ¿qué haces aquí? Deberías estar descansando —dijo, con un tono que pretendía ser amable pero que sonaba distante.

—No puedo descansar —respondió ella, avanzando hacia el escritorio—. No cuando sé lo que está pasando. He visto los documentos, padre. Sé lo que Margery está haciendo contigo.

Andrew frunció el ceño, confundido.

—¿De qué estás hablando?

—¡De las propiedades! ¡De las deudas! —exclamó Melody, golpeando el escritorio con ambas manos—. Estás gastando todo nuestro dinero en ella, y ella solo te está usando. ¿No lo ves? ¡No le importas! ¡Nunca le importaste!

El rostro de Andrew se oscureció, y por un momento, Melody pensó que iba a entender, que iba a ver la verdad que ella había descubierto. Pero en lugar de eso, su expresión se endureció, y sus ojos se llenaron de una ira fría y calculadora.

—¿Y tú qué sabes de esto, Melody? —preguntó, con un tono que la hizo retroceder—. ¿Qué sabes de lo que es sacrificarse por una familia? ¿De lo que es cargar con el peso de un nombre?

Melody abrió la boca para responder, pero Andrew no le dio oportunidad.

—Tú, que has sido una maldición para esta familia desde el día que naciste —continuó, levantándose de su silla—. Primero tu madre, luego Vanora... ¿Crees que no sé lo que hiciste? ¿Crees que no sé que fuiste tú quien las envenenó? También lo intentaste con Margery, pero fracasaste, pero no dejaste las cosas así, también Sophia tuvo que pagar el precio de tu odio.

Melody sintió que el suelo se movía bajo sus pies. Las palabras de su padre la golpearon como un puño en el estómago, dejándola sin aire.

—¿Qué... qué estás diciendo? —logró balbucear, con una voz que apenas era un susurro.

—No finjas inocencia —dijo Andrew, acercándose a ella—. Sé que fuiste tú. Siempre lo supe. Pero no podía hacer nada, ¿entiendes? No podía permitir que el nombre de los Santoro se manchara aún más. Así que me quedé callado. Pero no pienso permitir que arruines todo de nuevo.

Melody no podía creer lo que estaba escuchando. Su propio padre la acusaba de asesinato, de algo que no había hecho. Quería gritar, defenderse, pero las palabras no salían. Solo podía mirarlo, con los ojos llenos de lágrimas, mientras él se daba la vuelta y volvía a su escritorio, como si ella ya no existiera.

—Vete, Melody —dijo, sin mirarla—. No quiero verte más.

Ella no supo cuánto tiempo pasó allí, paralizada por el dolor y la incredulidad. Finalmente, dio media vuelta y salió de la oficina, con las lágrimas corriendo por sus mejillas. No podía pensar, no podía respirar. Solo sabía que necesitaba alejarse, escapar de esa habitación, de esa casa, de esa vida.

Corrió por los pasillos, sin prestar atención a dónde iba. No vio a Casandra hasta que fue demasiado tarde.

—¡Melody! —gritó la niña, apareciendo de repente en su camino.

Melody intentó detenerse, pero sus pies resbalaron en el suelo pulido. Chocó contra Casandra, y las dos cayeron hacia atrás, hacia las escaleras que descendían al vestíbulo principal. Melody intentó agarrarse a algo, pero no había nada. Solo vio el rostro de Casandra, lleno de sorpresa y miedo, antes de que todo se volviera negro.

El sonido del impacto resonó en toda la mansión. Melody cayó sobre Casandra, amortiguando en parte la caída, pero no fue suficiente. Cuando logró levantarse, temblando y con el cuerpo adolorido, vio a su hermanastra tendida en el suelo, inmóvil. Su pequeño cuerpo yacía en una posición antinatural, y un charco de sangre comenzaba a formarse bajo su cabeza.

—¡Casandra! —gritó Melody, arrodillándose a su lado—. ¡Despierta! ¡Por favor, despierta!

Pero Casandra no respondió. Sus ojos, antes tan llenos de vida, ahora estaban vacíos, mirando hacia el techo sin ver. Melody sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. No podía ser real. No podía estar pasando.

El grito de Margery la sacó de su estupor.

—¡Casandra! —gritó la mujer, corriendo hacia ellas—. ¡Qué has hecho, maldita niña!

Melody intentó explicar, pero las palabras no salían. Margery la apartó bruscamente, arrodillándose junto al cuerpo de su hija. El dolor en su rostro era palpable, pero también la ira, una ira que se dirigía directamente a Melody.

—¡Tú! —gritó Margery, señalándola con un dedo tembloroso—. ¡Has matado a mi hija!

Melody negó con la cabeza, llorando.

—No fue mi culpa... Fue un accidente...

—¡Cállate! —rugió Margery—. ¡No quiero escuchar tus mentiras! ¡Andrew! ¡Ven aquí!

Andrew apareció en lo alto de las escaleras, con el rostro pálido y los ojos llenos de horror. Bajó corriendo, pero cuando vio a Casandra, se detuvo en seco. Por un momento, Melody pensó que iba a hacer algo, a decir algo, pero en lugar de eso, se limitó a mirar a Margery.



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En el texto hay: gotico, suspenso, terrorpsicologico

Editado: 29.03.2025

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