Melody

Capítulo 15: El juicio de los muertos.

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La mansión se ahogaba en una oscuridad inquietante, como si la misma oscuridad se hubiese tejido en sus paredes y cortinas, sofocando cada rincón con un peso inexorable. Afuera, el viento silbaba a través de los árboles desnudos, arrancando quejidos de las ramas retorcidas. En el aire flotaba el aroma a madera húmeda y ceniza fría, impregnando la casa de una melancolía ineludible. En medio de aquel ambiente opresivo, Melody yacía en su cama con la mirada fija en el techo, su mente atrapada en un torbellino de pensamientos oscuros.

Las sombras en la habitación se volvieron más pesadas, como si la penumbra adquiriera densidad y empezara a reptar hacia ella, sofocándola con su presencia. Se removió, sintiendo su propio cuerpo ajeno, entumecido por el frío y el miedo. Su respiración se tornó errática, y el latido de su corazón martilleaba en sus oídos con una insistencia aterradora. No estaba sola. Lo sabía, lo sentía.

Los murmullos comenzaron como un susurro lejano, un eco en su mente que no podía acallar. Intentó ignorarlos, aferrándose a la frialdad de la realidad, pero la voz se hizo más clara, más persistente. De pronto, la penumbra de la habitación pareció cobrar vida, moldeándose en figuras familiares que emergían desde la oscuridad con una nitidez espantosa.

Su madre estaba allí, de pie a los pies de la cama, con un vestido negro de luto y sus ojos verdes inyectados en reproche. Vanora se encontraba a su lado, su rostro pálido y sus labios azules formando una sonrisa helada. Casandra estaba detrás de ellas, con la misma expresión de juicio y resentimiento, aún cubierta de sangre. Melody sintió su pecho comprimirse hasta que le fue imposible respirar. Las sombras proyectaban sus figuras sobre las paredes, alargadas y deformes, como espectros que aguardaban el momento de devorarla.

—Tú lo provocaste —susurró la señora Santoro, su voz era un filo de hielo recorriéndole la columna.

Melody sacudió la cabeza, pero la culpa se asentó en su pecho como una piedra. No podía apartar la mirada de ellas, de sus ojos acusadores, de las facciones torcidas por el disgusto.

—Todo esto es tu culpa —continuó su madre, acercándose un paso más. Su vestido arrastraba en el suelo sin emitir sonido, como si flotara en el aire.

Vanora inclinó la cabeza, observándola con un gesto de lástima fingida.

—Lo sabías, Melody. Sabías que todo volvería a ti. El mal siempre regresa a su origen —dijo con una dulzura venenosa.

Casandra, quien hasta ahora había permanecido en silencio, dejó escapar un susurro más débil, más titubeante.

—¿Te vas a dejar? ¿No harás nada al respecto?

Melody sintió su cuerpo estremecerse ante aquellas palabras. Sus ojos se posaron en Casandra, buscando en su expresión algún atisbo de compasión, de verdad. Pero no había nada, solo sombras y el eco de su propia locura.

—No… —murmuró con un hilo de voz—. No es mi culpa. Yo… yo no…

Pero su madre soltó una carcajada áspera, una risa que se enredó con las sombras y se multiplicó en los rincones oscuros de la habitación.

—¿No lo es? ¿Realmente crees eso? —preguntó, con una mueca de burla en los labios.

Las figuras avanzaron un poco más, reduciendo la distancia entre ellas. Melody sintió la presión de su presencia, un peso invisible que la mantenía anclada en la cama. Su corazón latía con tal violencia que creyó que se rompería en su pecho.

—Mírate —susurró Vanora, su voz impregnada de desdén—. Débil, rota. No eres más que un espectro de lo que alguna vez fuiste. Te han reducido a nada.

—Pero aún puedes hacer algo —agregó Casandra, su voz parecía venir desde todas partes y de ninguna a la vez—. Aún puedes tomar el control.

Melody sintió las palabras filtrarse en su mente como veneno, como una semilla enterrada en la tierra más fértil de su desesperación. Su pulso tembló cuando sus dedos se aferraron a la manta con fuerza, como si quisiera anclarse a la realidad que se desmoronaba a su alrededor.

—No… no sé qué hacer —susurró, su voz quebrada y vacilante.

—¿No lo sabes? —la señora Santoro inclinó la cabeza con una sonrisa torcida—. Oh, mi pequeña Melody, claro que lo sabes. Siempre lo has sabido.

La sombra de su madre se alzó como una silueta colosal sobre ella, mientras Vanora y Casandra se acercaban a cada lado, encajonándola en un círculo de pesadilla. Melody sintió su piel erizarse, su mente al borde de una grieta insalvable.

—Recuerda lo que eres —insistió Casandra—. Recuerda lo que te han hecho.

—Y decide. ¿Qué harás ahora? —finalizó Vanora, su voz ya no era la suya, sino un eco distorsionado que se desvanecía en la penumbra.

Entonces, de golpe, el cuarto se sumió en el más absoluto silencio. La presión en el ambiente se disipó, dejando tras de sí una frialdad desoladora. Las figuras desaparecieron, absorbidas por la negrura del cuarto como si nunca hubieran estado allí. Pero la voz de Casandra aún retumbaba en su mente, una pregunta que no podía ignorar.

¿Te vas a dejar?

Melody cerró los ojos, tratando de regular su respiración.

El domingo amaneció con un aire inusualmente denso en la mansión. Melody despertó sobresaltada, aún sintiendo los restos de la pesadilla que la había atormentado durante la noche. Se frotó los ojos y se incorporó lentamente, intentando despejar la neblina de su mente. Justo cuando comenzaba a vestirse con la ropa de servidumbre habitual, un golpe en la puerta la hizo girarse con el ceño fruncido.

Era una de las sirvientas, una mujer de mediana edad que siempre evitaba cruzar miradas con ella.

—Señorita Melody… —la voz de la mujer sonaba vacilante—. La señora ha dicho que debe alistarse para el culto de esta mañana.

Melody entrecerró los ojos, desconfiada. Hacía mucho tiempo que no le permitían asistir a la iglesia. Dudó por un instante, preguntándose si esto no sería algún tipo de trampa, pero decidió obedecer. Si esto era una artimaña, descubriría el propósito más adelante. Con una inclinación de cabeza, la sirvienta se retiró en silencio.



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En el texto hay: gotico, suspenso, terrorpsicologico

Editado: 29.03.2025

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