🪓┿┿┿┿┿┿┿┿┿┿┿┿┿🪓
La noche era densa, cargada de un silencio que parecía gritar. La luna, pálida y fría, se filtraba por las rendijas de las pesadas cortinas de terciopelo de la habitación de Melody, proyectando sombras alargadas que danzaban en las paredes como espectros inquietos. El aire olía a humedad y a madera vieja, a secretos enterrados entre las paredes de la mansión, secretos que susurraban en los rincones más oscuros, como si la casa misma respirara y susurrara historias de dolor y traición. Melody estaba arrodillada al borde de su cama, sus manos temblorosas entrelazadas frente a su pecho, sus labios moviéndose en una oración susurrada, casi inaudible. El vestido blanco que llevaba, heredado de su madre, brillaba tenuemente en la penumbra, como si fuera un fantasma más en aquella casa llena de ellos.
—Perdóname, Madre poderosa, por lo que estoy a punto de hacer —murmuró, su voz quebrada por el peso de una culpa que aún no había cometido, pero que ya la consumía—. No tengo otra opción. Ellos me han dejado sin nada. Me han quitado todo lo que amaba. Ya no puedo soportarlo.
Sus ojos, oscuros y profundos, se posaron en el hacha que yacía sobre la cama, justo frente a ella. El filo del arma reflejaba la luz de la vela que ardía en la mesilla de noche, parpadeando como si tuviera vida propia. Melody no recordaba cómo había llegado allí, pero sabía que era la única salida. La única forma de liberarse de las cadenas que la ataban a aquella casa maldita, a aquella familia que la había convertido en una extraña en su propio hogar.
—Perdóname por la sangre que voy a derramar —continuó, sus palabras entrecortadas por los sollozos que ya no podía contener—. Perdóname por el dolor que voy a causar. Pero ellos se lo merecen. Ellos me hicieron esto. Me convirtieron en esto.
El sonido de pasos en el pasillo la sobresaltó. Melody contuvo la respiración, sus ojos fijos en la puerta de su habitación. El corazón le latía con tal fuerza que sentía que iba a estallar. Los pasos se acercaban, lentos, deliberados, como si quienquiera que estuviera al otro lado supiera que ella estaba allí, esperando, rezando, temblando.
—Melody —la voz de Elara, su hermanastra mayor, fría y cortante, atravesó la puerta—. Abre la puerta. Sabemos que estás ahí.
Melody apretó los puños, sus uñas clavándose en las palmas de sus manos. No podía dejar que entraran. No podía permitir que la vieran así, vulnerable, rota. Pero al mismo tiempo, una parte de ella quería que lo hicieran. Quería que vieran lo que habían creado. Quería que sintieran el miedo que ella había sentido todos estos años.
—¡Abre la puerta, Melody! —la voz de su hermanastra era más fuerte ahora, más insistente—. No puedes esconderte para siempre.
Melody se levantó de golpe, sus piernas temblorosas pero firmes. Tomó el hacha con ambas manos, sintiendo el peso del metal en sus palmas. El mango estaba frío, pero ella lo sentía arder, como si fuera una extensión de su propia ira. Se acercó a la puerta, paso a paso, cada uno resonando en el silencio de la habitación.
—¡Melody! —gritó su hermanastra, golpeando la puerta con furia—. ¡Abre esta puerta ahora mismo!
Melody cerró los ojos por un momento, inhalando profundamente. Podía oler el perfume de su hermanastra, ese aroma dulce y empalagoso que siempre le había resultado repulsivo. Podía sentir el odio que emanaba de ella, el desprecio que siempre había dirigido hacia Melody y Vanora, su hermana menor. Y entonces, algo dentro de ella se rompió.
—¡Basta! —gritó Melody, su voz estallando en el silencio como un trueno—. ¡Basta ya!
Con un movimiento rápido y decidido, abrió la puerta. Su hermanastra estaba allí, con los brazos cruzados y una sonrisa burlona en los labios. Pero la sonrisa se desvaneció en el instante en que vio el hacha en manos de Melody.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, su voz temblorosa por primera vez—. Melody, esto no es gracioso.
—No es una broma —respondió Melody, su voz tranquila, casi serena y un deje psicópata—. Esto es justicia.
Y antes de que Elara pudiera reaccionar, Melody levantó el hacha y la descargó con toda su fuerza. El sonido del impacto resonó en el pasillo, seguido de un grito ahogado que se convirtió en un susurro. Melody no se detuvo. Una y otra vez, el hacha subía y bajaba, cada golpe más violento que el anterior, hasta que ya no quedaba nada más que un silencio ensordecedor.
Melody respiró profundamente, su cuerpo temblando, sus manos manchadas de sangre. Miró hacia abajo, hacia lo que había quedado de su hermanastra, y sintió una extraña sensación de alivio. No había vuelta atrás. Ya no había vuelta atrás.
—Perdóname —susurró de nuevo, esta vez no a la Madre poderosa, sino a sí misma—. Perdóname.
Y con el hacha aún en mano, Melody salió de su habitación, decidida a terminar lo que había comenzado. La mansión estaba en silencio, como si contuviera la respiración, esperando lo que vendría después. Melody caminó por el pasillo, sus pasos resonando en la madera vieja, su vestido blanco manchado de rojo. Sabía que no había vuelta atrás. Sabía que esto era el fin.
Pero lo que Melody no sabía era que el verdadero horror apenas estaba comenzando. Porque en aquella casa, en aquella noche, las líneas entre la realidad y la locura se desdibujarían para siempre. Y cuando el sol saliera al día siguiente, nada volvería a ser lo mismo.
El pasillo parecía extenderse ante ella, más largo y oscuro de lo que recordaba. Las sombras se retorcían en las paredes, como si estuvieran vivas, observándola, esperando. Cada paso que daba resonaba en el silencio, como un eco que se perdía en las profundidades de la mansión. Las puertas cerradas a ambos lados del pasillo parecían susurrarle, invitándola a entrar, a descubrir los secretos que escondían. Pero Melody no tenía tiempo para eso. Sabía adónde debía ir.
Melody avanzó por el pasillo con paso decidido, su sombra alargándose y distorsionándose bajo la tenue luz de las velas. El hacha pesaba en sus manos, pero ya no sentía el esfuerzo; era como si la furia la impulsara, como si cada latido de su corazón la llevara más cerca de su destino.