Relato de Ansiedad

Agazapado por los castigos del desprecio, sorprendido ante la cruel realidad

me incliné ante la deidad y le supliqué que acabara con este lamento inusual.

No escuché su voz, la retorica que deambulaba en mi mente desapareció y me envolvió en un eco profundo, cual vacío siniestro.

Me pregunté cada día ¿Por qué me siento así? ¿Por qué existo y no siento existir? ¿Por qué respiro y me ahogo internamente? ¿Por qué estoy aquí? Una y otra vez.

Abrí miles de libros, analicé frases solemnes, intentando ser ambiguo frente a la tragedia, como un gatillero en bombardeo, disparé sin cesar ante esas crónicas afligidas.

Pero esas balas impactaban en mi cuerpo, dañando el cristal incorpóreo que latía en el centro de mi ser.

Sentado y desbordando litros del líquido vital, escogí el peor momento para recapacitar. Sentí que no quería esparcirme por el lago de los muertos, sentí que la vida me esperaba con un abrazo frenético.

Ascendiendo hacia la cornisa, donde despertó ese brillo celestial, iba desgarrando mi cuerpo, teniendo la esperanza de renacer y purificar el cofre oscuro de mis recuerdos.

Bajo la travesía de las sombras, en el suelo tenebroso y gélido, esa iconografía malévola sujetó mi espalda y esparció su daga venenosa, la fuente de esperanza desapareció y nunca más la volví a ver.

Observé el carrete de mi vida, una secuencia final de imágenes. La sonrisa de mis seres queridos y los momentos que no recordé haber vivido. Cuando dejé de proyectar esa película biográfica, descubrí que ahora residía en mi propia pesadilla, sin embargo, el ejecutor ya no era el protagonista, sino un simple espectador.

El dolor que me amenazó ya no existía, los brazos temblorosos, ahora eran firmes y los llantos de temor, se convirtieron en tramos de alegría.

Los seres que escogimos el camino del naufragio eterno, no tenemos derecho a sonreír, pero, aun así, desobedeceré este mandato divino y me esparciré eternamente sabiendo que la paz radica en mi corazón.