Llené mi habitación de libros, perdiéndome en historias que me hicieran olvidar de la mía. Cada libro que abría era un refugio temporal, un mundo donde el dolor se desvanecía entre las palabras. Las páginas se convirtieron en mis cómplices, susurrándome promesas de amores eternos y finales felices, esos que yo había perdido. Sin embargo, al cerrar un libro, el eco de tu risa aún resonaba en las paredes, recordándome que la realidad es más cruel que la ficción.
Buscaba en cada relato un consuelo, una chispa que iluminara la sombra de tu ausencia, pero solo encontraba el vacío de lo que fuimos. Las historias de amor ajenas, radiantes y plenas, solo acentuaban mi soledad, revelando lo que me faltaba. En cada protagonista, veía un reflejo de lo que alguna vez creí ser: alguien amado, alguien que importaba. Pero ahora, solo era un espectador en un teatro de ilusiones, donde mi corazón latía desacompasado, aferrándose a memorias que se desvanecían como la tinta en las páginas de un libro viejo.
A veces, me sentaba en el rincón de mi habitación, rodeado de volúmenes que hablaban de pasiones ardientes y promesas de eternidad. Las palabras se entrelazaban en mi mente, pero nunca lograban llenar el abismo que dejaste. A medida que pasaban los días, me convertía en un coleccionista de historias ajenas, y cada final feliz me recordaba que, en la vida real, no hay garantías. En la ficción, los corazones sanan; en la realidad, el tiempo se aferra a lo que nunca volverá.
Las noches se alargaban, y la soledad se hacía compañera. Mientras el mundo giraba afuera, yo me hundía en las páginas, buscando respuestas que nunca llegaron. Hubo momentos en que deseé que la trama de mi vida tomara un giro inesperado, que algún autor benévolo decidiera devolverme lo que había perdido. Pero aquí, en mi habitación atestada de libros, solo tenía el eco de mis propios anhelos, resonando con cada historia que leía.
Así, entre las historias de amor que nunca fueron mías, aprendí que el desamor también tiene su propio relato. Un relato que se escribe en susurros de tristeza, en las noches interminables de soledad, y en la lucha constante por encontrar sentido en un corazón que aún sueña con lo que podría haber sido.