Memorias de un transeúnte.

1 - Renacimiento.

Capítulo 1- Renacimiento. 
Sus párpados se entreabrieron con suma dificultad. La luz le cegaba y sus pupilas no lograban adaptarse, casi como si la luz quemase sus retinas. Sus oídos taponados no le permitían escuchar con claridad, a pesar de discernir diferentes veces a su alrededor. Su boca estaba tremendamente seca, tanto que su lengua tenía un gusto cobrizo. Una migraña intensa se extendía implacable por toda su cabeza. Tras unos agónicos segundos, sus ojos se acostumbraron al entorno y pudo otear su alrededor. Frente a él, había una mujer y un hombre. Ella era morena, con una altura destacada, de mediana edad, con una amplia melena negra. El otro individuo era pelón, de una estatura considerablemente menor a la de su acompañante y de complexión más oronda. Ambos vestían ropa blanca, ella una bata encima de la ropa de calle. Él, por el contrario, iba uniformado con unos pantalones y una camiseta a juego.  
-Sus pupilas reaccionan perfectamente. —Enunció el enfermero tras enfocarlo con una pequeña linterna. 
-Buenos días. Esta en el hospital. No se preocupe, su situación es estable y se va a recuperar. —Declaró la médica.  
- ¿Qué hacemos? —Preguntó el enfermero a su compañera. 
-Vamos a dejar que descanse un rato. Cuando terminemos la ronda, venimos hablar con él. 
Postrado sobre la cama divisó como los sanitarios abandonaban la estancia.  
Conforme se sucedían los minutos, recobraba poco a poco la lucidez y era más consciente de cuanto le rodeaba.  
Seguía padeciendo fuertes dolores, la cefalea era insoportable. Se sentía aterrado, no sabía que había ocurrido. Se esforzaba, sin embargo, era incapaz de recordar nada; no sabía quien era, y no podía evocar nada anterior a ese momento.  
Se habían borrado todos los recuerdos posteriores a ese lugar, a ese instante. Su nerviosismo no hizo más que aumentar durante cada segundo que permanecía a solas en la habitación. Su cuerpo temblaba, no por el frío, si no por el pánico que experimentaba. El pavor le atenazaba y le causaba una fuerte opresión en el pecho, la ansiedad era tal que incluso le costaba respirar.  
Pasadas unas horas comenzó a percibir sensibilidad en su cuerpo.  
Con lentitud y escasa coordinación logró alzar su brazo derecho. Usando su extremidad como palanca fue elevando la parte superior de su cuerpo. Al tratar de mover el brazo izquierdo una punzada llamó su atención, tenía un gotero conectado. Con poca delicadeza arrancó la cinta que lo mantenía adherido y estiró de la vía. No pudo evitar un realizar un quejido al extraer la aguja.  
Con extrema dificultad, movió sus piernas, las arrastró, hasta que las plantas del pie tocaron el suelo. Sin fluctuar y con temeridad, intentó erguirse sobre sus piernas. El resultado fue desastroso, no solo no consiguió ponerse en pie, sino que terminó precipitándose sobre el piso. Ante el inevitable colapso se cubrió instintivamente con los brazos. Gracias a su gesto consiguió amortizar el impacto, aunque eso no evitó que se lastimase. La impotencia que sentía era tan grande que las lágrimas afloraron. No eran de tristeza, eran por la inutilidad que procesaba para consigo. 
La puerta de la estancia se abrió. De ella emergieron los dos sanitarios que habían estado con anterioridad en la habitación. Ambos se quedaron petrificados al ver la escena. 
-Corre, ¡llama a un celador! —Exclamó angustiada la doctora.  
Mientras el enfermero obedecía la instrucción, ella se aproximó con presteza hacía él. Se agachó y cuidadosamente lo ayudó a sentarse, colocando su espalda contra la pared.  
- ¿¡En qué estabas pensando!? —Declaró sin poder evitar el tono de reproche.  
Con la mirada perdida, esquivaba la cara de la doctora. 
El enfermero regresó con dos celadores, entraron con celeridad, se acercaron lo cargaron entre ambos y lo devolvieron a la cama.  
- ¿Qué...? ¿Qué hago aquí? —Habló por primera vez, pero más que una pregunta, pareció un susurro. 
-Vuelve a ponerle la vía. 
El enfermero obedeció inmediatamente.  
-Traed un sedante. —Comunicó la petición mediante un intercomunicador en la pared, que conectaba directamente con el punto de control de la planta. 
-En seguida. —Respondieron a través del interfaz.  
-No... No me pongas nada. —Murmuró fatigado, resoplando notoriamente.  
-Quiero que te relajes. Has sufrido un fuerte traumatismo, es normal que estés aturdido. —La doctora suavizó su tono de voz para relajarle. 
- ¿Quién soy? ¿Qué hago aquí? —Preguntó casi sin fuerzas.  
La mirada de la doctora transmitía su incertidumbre, y por supuesto, no fue capaz de contestar.  
Un auxiliar de enfermería accedió a la estancia, consigo portaba un pequeño frasco.  
-El sedante, doctora. —Comentó extendiendo su brazo. 
-Gracias. 
- ¿Por qué...? —Interpeló con dificultad. 
-Quiero que duermas un rato, te prometo que luego volveré y hablaremos. —La doctora le contestó mientras le inoculaba el sedante por la vía del brazo.  
-Yo... Yo... —Intentó formular una frase, sin éxito.  
Sus ojos comenzaron a cerrarse de manera paulatina, hasta que se durmió.  
-Vaya locura todo. —Comentó el enfermero con incredulidad.  
-Necesita descansar un poco más... Pero tendremos que decirle lo que pasa.  
-¿Llamo al policía qué nos visito cuando llegó? 
-Hazlo, creo que es precipitado, pero el policía nos dejo muy claro que teníamos que avisarle. —Afirmó, a la vez que se encaminaba hacia la puerta.  

Sus párpados se fueron alzando poco a poco. Cuando por fin fue consciente de su alrededor se percató de que había un hombre a los pies de la cama. El sujeto era alto, con la espalda algo encorvada. Vestía un viejo traje castaño, algo desteñido por el uso, con una corbata anaranjada a juego.  
-Buenos días. Soy el inspector Saúl Ramos.  
- ¿Ha venido a ayudarme...? 
-Algo así. —Realizó un ademán. — Soy el investigador al cargo de su caso. 
- ¿Mi caso? —Preguntó con suma confusión.  
- ¿Por qué piensas que llevas la cabeza vendada? —El agente se expresó con sorna.  
En un acto reflejo levantó su brazo tocando su occipital y percibiendo las vendas. Con la incesante migraña que procesaba ni había advertido ese detalle. 
-Dime, ¿sabes qué día es hoy?  
Saúl tenía una actitud demasiado arrogante. 
-No... 
- ¿Sabes en que año estamos?  
-No, no lo sé.  
-Hoy es treinta de mayo de 2018. 
A pesar de la indicación, la fecha no suscitaba absolutamente nada en su persona. Le resultaba extraño, seguía en blanco, sin poder rememorar nada de su pasado. 
La puerta de la habitación se entreabrió, suscitando la atención de ambos.   
-Creo que mi compañero le especificó que debía avisar a control antes de entrar. —Comentó ofuscada la doctora.  
-Disculpe, me había olvidado. —Su comentario fue acompañado con media sonrisa, cuasi burlona.  
-Lo siento por no haberme presentado en nuestro anterior encuentro. —Se acercó y posó junto al lateral de la cama. — Mi nombre es Laura Alonso.  
- ¿Y quién soy yo? —Preguntó con intranquilidad.  
-Ese es el problema... No lo sabemos. —Manifestó con desconsuelo. —Sufriste un fuerte traumatismo en tu cabeza. El traumatismo craneoencefálico genera una inflamación del cerebro, como un mecanismo de protección ante la lesión. Si no recuerdas nada, es que la lesión te ha provocado algún tipo de amnesia retrograda,  
- ¿Por eso no recuerdo nada? —Su cuerpo le comenzó a tiritar sutilmente.  
-Exacto. Pero, ahora, no quiero que te alteres, quizá sea solo gradual, momentánea. Quizá debida al shock postraumático. —Pretendía mitigar su ansiedad.  
-Fuiste asaltado. —Saúl interrumpió la plática. — Te encontramos en un callejón de la ciudad. Te habían machacado el cráneo con un bate, o una vara, no sé..., pero tuvo que ser algo contundente. Además, te habían dado una paliza brutal. —Saúl se expresó sin ningún tipo de moderación.  
-Yo... —Quería debatir, sin embargo, no pudo decir nada, le estaba costando asimilar tanta información y su jaqueca estaba empeorando por momentos. 
-Te robaron la documentación, el móvil, las llaves, todo lo que pudieras llevar. —De nuevo, exhibió una gran carencia de empatía.  
- ¿Por qué a mí...? ¿Qué motivo podrían tener para hacerme algo así?  
-Eso me gustaría saber. Porque, lo cierto, es que nadie ha denunciado tu desaparición, nadie te ha buscado. Nadie ha preguntado en hospitales o en comisarías por ti. Y lo más llamativo es que tus huellas de dactilares están limadas, por lo que no contamos con ninguna información sobre ti. —Esta vez empleó un tono mucho más serio, próximo a la soberbia.  
-Pero... —Acercó sus manos a sus ojos corroborando el testimonio del agente. — ¿Por qué están limadas? 
-Eso me gustaría saber, es una gran incógnita.  
-Creo que ya esta bien por hoy. —Interrumpió la charla. — Lo mejor será que vuelva otro día, mi paciente necesita descansar. —Comentó autoritaria la doctora.  
-Mmm... —Realizó una mueca de desaprobación. — Está bien.  
-Tiene que entenderlo, el reposo y la tranquilidad son cruciales para la salud del paciente. Quizá así pueda recordar algo.  
-Sí, sí... —Dirigió su mirada sobre él, que permanecía absorto con la mano sujetando su cabeza. — Mañana nos vemos, para seguir con la charla. Adiós doctora, cuídelo bien. —Nuevamente empleó su característico retintín.  
El agente abandonó la habitación.  
- ¿Quieres qué me vaya, y te deje descansar? —Afirmó afable a su paciente.  
-No, no. Quédate por favor. 
-Claro. ¿Quieres un relajante para el dolor? 
Se limitó a asentir como respuesta.  
Ella extrajo una jeringuilla y la adhirió al vial que entraba de su antebrazo.  

Después de realizar el procedimiento optó por el silencio, mientras que su paciente miraba a la nada. Y es que en ese momento se sentía sobrepasado, sin saber en qué pensar, con el juicio todavía nublado. 
-Quiero que sepas que te recuperas muy favorablemente. Y que a lo largo de la semana remitirán las migrañas y te recuperaras físicamente. —La doctora quebrantó el mutismo a fin de alentar a su paciente. 
- ¿Eso quiere decir que nunca recordaré nada de mi pasado...? — La angustia era perceptible en él. 
-No he dicho eso, lo cierto es que nada es seguro, conocemos la 'memoria', pero ni por asomo la conocemos del todo, cada paciente es un mundo. El cerebro humano es el órgano más complejo.  
-Y... —Tenía cierto temor a realizar la pregunta, aún así la hizo.— ¿De verdad nadie ha venido a buscarme?  
-No... —Respondió con pesar. — Pero quién sabe, igual aparece alguien.  
- ¿Cuántos días llevo aquí? ¿Uno? ¿Dos...?  
-Nueve... —No quería importunarlo, pero tampoco mentirle.  
-Si no ha venido nadie ya, no vendrá nadie. —Recalcó tras oír la cifra. 
-Eso no se sabe... —Comentó a pesar de compartir la opinión de su locutor. 
Él se quedó pensativo, de nuevo con la mirada de perdida.  
-Se que es duro... Pero, me gustaría que intentaras recordar, lo que fuese.  
-Sí...  
-Cierra los ojos, deja la mente en blanco y céntrate en la respiración.  
Él siguió su consejo, cerro los ojos, respiró profundo e intentó concentrarse con toda su voluntad. Durante un breve instante varias imágenes parpadearon fugaces en su cabeza, no obstante, apenas pudo visualizar nada.  
- ¿Recuerdas algo? —Manifestó con interés. 
-He visto a un hombre mayor, estábamos en un estadio de fútbol. Jugaba un equipo de azul y rojo contra uno de blanco. —Describió la única visión que había podido percibir en su cabeza. 
- ¿Algo más? 
- No... Eso ha sido todo...  
- ¿Cómo era ese hombre?  
-Estaba borroso, no he podido fijarme.  
-Tranquilo, con el tiempo puede que lo veas claramente, y también que veas mucho más.  
-Pero, ¿ahora qué? ¿Qué hago ahora? 
-Ahora tienes que céntrate en tu recuperación. Cuando estés plenamente curado, ya te preocuparás por el resto de cosas.  
-Pero... Si ni siquiera sé mi nombre... —Afirmó alicaído, con un enorme desasosiego.  
-Bueno... —Quedó reflexiva. — Eso podemos solucionarlo de momento. 
- ¿Cómo...? Ni siquiera tengo documentación. 
- ¿Cuál te gustaría que fuera tú nombre?  
-Yo... No lo sé... 
-Aquí te hemos puesto un apodo.  
- ¿Cuál?  
-Ulises. 
- ¿Por qué ese nombre? 
-No estoy segura, se lo escuché a los enfermeros, desconozco el motivo. Aunque imagino que puede deberse al libro 'la odisea, de Homero'.  
- ¿De qué trata ese libro?  
-Narra la vuelta a casa, tras la guerra de Troya, del héroe griego Ulises. Además de haber estado luchando durante diez años lejos de su casa, Ulises tarda otros diez años en regresar a la isla de Ítaca, donde está su hogar.  
-Me gustaría leerlo, parece interesante. Y... —Se detuvo a meditar durante unos breves segundos. — Ulises no es un mal nombre, es bonito.  
-Cierto, no lo es. ¿Quieres qué te llame así a partir de ahora? 
-Sí. 
-Bueno, creo que es hora de marcharme. 
- ¿Volverás mañana...?  
-Mañana no trabajo... —Laura observó la pesadumbre en los ojos de Ulises.— Pero vivo cerca, asique pasaré para ver como te encuentras.  
-Si es una molestia no es necesario.  
- ¡Para nada! De verdad que vivo cerca de aquí. —Lo reafirmó con amabilidad. 
-Estupendo.  
-Quedamos así entonces. —Declaró con una sonrisa amistosa.  
-Hasta mañana doctora.  
-Hasta mañana Ulises. 
Después de la marcha de su médica, Ulises permaneció en la cama, reflexionando acerca de lo poco que sabía. Seguía sin poder comprender como se había originado esta pesadilla. Aunque lo que más pesaba en su mente, era el hecho de que nadie se hubiese personado. Que después de nueve días nadie le hubiera buscado, ni tan siquiera llamado para preguntar. Por ahora, esa intriga le era más relevante que el origen de sus múltiples lesiones.  

Tras la marcha de la doctora, cenó y después durmió durante más de once horas seguidas. Su cuerpo se había calmado con el relajante que le puso la doctora y la medicación periódica que le administraban cada ocho horas.  
Durante toda la mañana había estado postrado en la cama, sentía una gran soledad. La habitación tampoco ayudaba, era minúscula y muy tétrica. El mobiliario de un color azul turquesa, y las paredes de blanco huevo. Los muebles se componían de la cama de hospital, una mesita de noche y un sillón para las visitas. 
Miraba el sol adentrarse en la habitación entre los pliegues de la cortina. Exasperado, y con ganas de disfrutar de iluminación natural, decidió levantarse para retirar el único impedimento. Con suma cautela apoyó sus pies en el suelo. Realizaba sus movimientos con calma. En esta ocasión, y al contrario que el día anterior, si que consiguió mantenerse sobre sus piernas.  
Poco a poco se fue desplazando. Con su mano izquierda agarró el gotero, que permanecía colgado en un hierro curvado. Despacio, y con precaución, se aproximó a la ventana hasta colocarse frente a ella, y con su mano libre apartó las cortinas.  
Fuera hacía un día estupendo, el sol brillaba en un cielo azul, despejado de toda nube. La gente colmaba la calle. En la acera de enfrente, había altos edificios, y en sus plantas bajas dos comercios, una cafetería con terraza y una panadería. La calle que las separaba era inmensa, desde su posición en la ventana era incapaz de ver el principio o el final de la avenida.  
Lo inspeccionó todo minuciosamente, pero por mucho que divisaba cada rincón con detenimiento, no reconocía nada. Aunque se intentaba mentalizar de su afección, no podía evitar buscar algo, alguna referencia, algo que le resultase mínimamente familiar. 
La puerta se abrió. Al girarse vio a la doctora Alonso, la cual portaba consigo varias bolsas.  
-Buenos días, Ulises.  
-Buenos días, doctora.  
-Tú puedes llamarme Laura. —Sonrió con amabilidad. — ¿Qué? ¿Seguro qué es bueno que ya estés de pie?  
-Me cuesta, pero aguanto bien.  
-Vale, pero ten cuidado. Hay que ver, eh, que buen día hace hoy.  
-Si.  
-Te he traído algo. —Comentó mientras posaba las bolsas en el sofá.  
-¿De qué se trata? —Ulises sentía una gran curiosidad.  
-Ropa, zapatillas y algunas cosas más.  
- ¿Por qué? —Interpeló confundido.  
-Bueno, cuando llegaste tu ropa estaba destrozada, ni siquiera sé si la han guardado. Con esto podrás comenzar a moverte pronto, he pensado que necesitarías de todo. 
No supo como contestar, se quedó paralizado mirando las bolsas.  
-Bueno, como tu no te lanzas, te voy a ir enseñando yo. —Afirmó mientras comenzaba a extraer prendas de las bolsas. — Te he comprado un chándal, he pensado que lo mejor era algo cómodo. Pantalones largos y chaqueta, dos camisetas, y unas zapatillas de deporte. Bueno, y dos calzoncillos, y dos pares de calcetines. No es mucho, pero creo que es suficiente para salir del paso ¿Qué te parece? ¿Te gustan?  
- ¿Por qué te tomas tantas molestias?  
-Pues yo, eh... —No era la reacción que esperaba. — Esto que te ha pasado no es algo que suceda todos los días. No había tenido pacientes con un cuadro clínico como el tuyo, lo más similar que he atendido, han sido personas con alzhéimer. Ni yo, ni nadie, puede imaginar cómo te sientes. Solo quería facilitarte las cosas. 
-Perdóname... Aún estoy algo confuso. Muchas gracias. Todo está genial. —Agradeció el detalle al entender que se trataba gesto altruista.  
-Poco a poco, si te ves con fuerzas y vas con cuidado, puedes empezar a pasear por el pasillo. Pero despacio, eh.  
-Claro.  
-Y te he traído también un reloj, estaba de oferta, así al menos sabrás que hora es. También cuchillas y espuma de afeitar, que ya tienes una barba frondosa. 
-Gracias, de verdad, todo esta perfecto. —Ulises sentía un gran beneplácito.  
-Y, además, te he traído dos libros. 'La odisea de Homero', tal y como me pediste, y 'Octavio y Cipriano'. El segundo es una novela que ha escrito un amigo mío, te la he traído por si acabas la odisea y te apetece leer algo más. 
-Sí, gracias, me vendrá bien leer para distraerme. 
-Exacto. —Se pausó. — Uy, qué tonta, no te he preguntado. ¿Cómo te encuentras hoy? 
-Mucho mejor, casi no me duele la cabeza, y el cuerpo me responde bien.  
- ¡Eso es estupendo! 
- ¿Puedes girarte un momento? Quiero probarme los pantalones.  
- ¡Claro! —Mencionó Laura mientras se volteaba. 
Ulises se puso con cuidado la ropa, no era fácil teniendo el gotero en las manos. Primero los calzoncillos negros y después los pantalones, azules oscuros con franjas blancas verticales. 
-Ya está. 
-Muy bien. Te sientan genial, veo que he acertado con la talla.  
-Sí. 
-Y dime, ¿quieres preguntarme algo? O qué te cuente algo.  
- ¿Algo como qué? 
-Perdona. Es que como no recuerdas nada..., pensaba que quizá tenías preguntas, cosas que querías saber, no sé.  
-Entiendo... Y, lo cierto es que si que tengo algunas.  
-Pues adelante.  
-¿Por qué se hablar y leer, pero no soy capaz de recordar la cara de mi madre?  
-Ya, te entiendo... —Le pareció una pregunta interesante, y no tuvo problemas en contestarla. — Lo cierto es que la memoria y la capacidad de lenguaje se encuentran en regiones diferentes del cerebro. Tus lesiones afectaron a una parte, pero no a la otra. 
-Entiendo... 
-Es posible que acabes recuperando los recuerdos. Pero, por si acaso no pasa, piensa que esto también tiene su lado positivo. 
- ¿Y cuál es ese lado? —Increpó. 
-Lo que te ha pasado es como un renacimiento.  
- ¿Un renacimiento? —Uso la retórica, con cinismo.  
-Tienes la oportunidad de aprender todo de nuevo, de maravillarte por miles de cosas, todo novedoso e inexplorado.  
-Bueno... —No estaba convencido de la validez del alegato de su acompañante. 
-Es cierto: ver cuadros, escuchar canciones, ver películas, probar comida, todo será nuevo. Podrás decidir otra vez todo, sin mirar atrás.  
-Por como hablas parece que me envidias. 
-Pues oye, no te niego que un poco. 
El semblante de Ulises reflejaba su perplejidad.  
-En serio. No recordar nada malo de lo que te ha pasado, y disfrutar de todo como si fuera la primera vez.  
-No es tan bonito desde esta perspectiva.  
-Lo comprendo perfectamente, no digo que sea algo plenamente positivo, pero si que es intrigante.  
-No recordar donde nací, quienes eran mis padres o si tengo familia. — Manifestó con pesar. 
-De ser así, estarían aquí... —Afirmó cómo un murmullo. — Solo quiero que seas positivo... 
-Ya...   
-Fue casi un milagro que no murieras. Llegaste destrozado, heridas y hematomas por todo el cuerpo, dos costillas fracturadas. Y el traumatismo craneal severo. Es casi un milagro que estés tan bien. Al principio pensamos que tendrías daños psicológicos permanentes.  
-Yo... —No supo que contestar. 
-Lo digo totalmente en serio. Esto es casi como una segunda oportunidad. Y créeme cuando te digo que no abundan.  
Ulises se quedó mudo, no se había planteado en ningún momento ese razonamiento, y es que era muy cierto, a pesar de su situación, todo podía ser mucho peor.  
-Quién sabe, puede que tengas razón... —Comentó reflexivo.  
-Un ejemplo, ¿recuerdas el sabor del helado de chocolate? —Redirigió la conversación.  
-No. No lo recuerdo. —Mencionó sin poder evitar esbozar una sonrisa.  
-Y si mañana, compro unos helados de chocolate, ¿y me dices qué tal? 
-Me encantaría.  
-Pues quedamos así. —Se detuvo mientras ambos compartían una mirada cómplice. — Por cierto, a lo largo de la tarde vendrá a verte el policía de ayer. Ha llamado para avisar.  
-Entiendo.  
- ¿Recuerdas su nombre?  
- ¿Saúl Ramos? —Enunció de forma oratoria.  
-Exacto. Tu memoria a corto plazo esta bien, es buena señal. —Guiñó su ojo. —Bueno, debería irme a casa. Mañana nos vemos.  
-Perfecto. Y... Gracias. Por todo.  
-De nada.  
Ambos se dedicaron una expresión cordial. Finalmente, la doctora salió de la estancia.  
Ulises agarró las bolsas que le había dejado Laura, y se sentó en el borde de la cama. 
Primero extrajo el reloj, que era digital, e incluía en un tamaño mas reducido la nomenclatura reducida de día, mes, año. Después diviso al hora, las 12:20. Con tranquilidad, se anudó el reloj en la muñeca derecha, ya que en la otra todavía tenia la vía adherida. Después sacó los dos libros y los apoyó en la cama. Decidió tumbarse y acomodarse. No tenía nada que hacer. No demoró más y comenzó con el libro de ‘la Odisea de Homero'. Así, estuvo distraído, consiguió evitar los malos pensamientos, y provocó que el tiempo trascurriera con más celeridad.  
Solo dejó de leer cuando le trajeron la comida, no obstante, en cuanto terminó de alimentarse volvió a la lectura.  
La narrativa estaba separada en cuatro partes, con el paso de las horas logró llegar hasta el final de la segunda. El protagonista con el cual compartía nombre, había sobrepasado la parte donde los dioses deciden liberarlo de su cautiverio y le permiten regresar a su hogar. Había construido una nave, pero su suerte se había visto trucada por una tempestad y había quedado varado en la isla de los feacios. No pudo llegar más lejos, pues su lectura se vio interrumpida con la llegada del agente Ramos, que en esta ocasión venía acompañado de otro hombre. El otro sujeto era algo mayor que Ramos, de menos estatura y complexión mas robusta. Rapado en su totalidad en su cabeza, pero con el contraste de una predominante barba canosa y descuidada que cubría la mitad inferior de su rostro.  
-Buenas tardes. Este es mi compañero, Bartolomé Hernández. —Ramos realizó una concisa presentación.  
-Hola. —Manifestó retraído. 
- ¿Has podido recordar algo? —Pregunto Saúl con tirantez.  
-No.  
- ¿Quién te ha traído todo esto? —Infirió Bartolomé al observar las bolsas.  
- ¿Puedo saber por qué importa eso?  
-Te recuerdo que estamos aquí para ayudarte. —Declaró Saúl.  
-Mmm... Ha sido la doctora, yo no tenía ningún tipo de ropa, y ella... —Respondió a desgana.  
-Que gesto tan altruista. —Replicó Bartolomé con ironía.  
- ¿De verdad no tenéis nada mejor que hacer? No sé, ¿averiguar quién soy? ¿O quién me ha hecho esto? Esas pequeñas cosas. —Ulises se desfogó ante la actitud arrogante que ofrecían los agentes para con él.  
-Seguimos donde empezamos, no hay forma de saber quién eres o que pasó. Y es más difícil todavía si no colaboras.  
- ¿Y cómo se supone que voy a "colaborar", si no recuerdo nada?  
-Quién sabe, quizá pronto te vuelva la memoria, o algún tipo de recuerdo. — Bartolomé no apartaba la vista de Ulises.  
- ¿Y no sería más fácil que dejarais una tarjeta o un número para que os llame si recuerdo algo? Eso sería mejor que estar viniendo todos los días por aquí, para no decir me nada nuevo, ¿no creéis? —Compartió su opinión con descaro e insolencia.  
-Que así sea. —Comentó Saúl sacando una tarjeta del bolsillo de su chaqueta. — Aquí tienes mi número, llámame cuando quieras.  
-Genial, mucho mejor así.  
-Gracias por su tiempo. —Afirmó Bartolomé con falsa cortesía.  
-Si, adiós.  
Ambos agentes dejaron la estancia. Cerraron la puerta y caminaron por el pasillo, para acabar girando y bajando por las escaleras. 
- ¿Crees qué está fingiendo? — Bartolomé buscó la opinión de su compañero. 
-No lo creo. No puede ser tan buen actor. No se parece en nada a como era antes... 
-Ya sabes lo que pasará si recuerda algo.  
-Tranquilo, ya lo sé. 

Tras la marcha de sus visitantes, prosiguió sin más con la lectura. Pero, antes de terminar el acto dos, una auxiliar del hospital le interrumpió.  
-Aquí tiene la cena, de momento sigues con dieta semiblanda. Y aquí te traigo tus pastillas de por la noche.  
-Muchas gracias.  
La joven abandonó la habitación. El alzó la tapa protectora y vio su cena, que consistía de un insípido caldo, unas lonchas de jamón York, y un yogur natural edulcorado. Se lo comió sin más, sin pena ni gloria, después de tantos días en cama estaba deseando volver a ingerir alimentos más elaborados y consistentes. Para su desgracia eso debería esperar, y el yogur fue sin duda lo que más le deleitó del "menú".  
Él día no dio para mucho más, leyó la segunda parte, y empezó con el tercera. Sin embargo, después de tantas horas sumergido en la lectura, tenía la vista cansada y acabo por dejar el libro. Lo apoyó en la mesita de noche y poco después se acomodó, apagó la luz y se durmió. 

El día para Ulises comenzó con el alba. Se despertó temprano y decidió acicalarse con la ropa que Laura le había regalado el día anterior. Se sentía mucho mejor, por lo que decidió salir a pasear por el corredor. 
Nada mas dejar la habitación se sintió extraño, todavía no había visto nada aparte de su habitación y las vistas desde la ventana. El exterior de la planta donde se encontraba era enorme, las paredes contenían mismo diseño que las habitaciones. Todo estaba plagado de puertas con números identificadores. Al salir observó el número de su puerta, el 207. 
Todavía era pronto y nadie más ocupaba los pasillos. Se dirigió al punto de control de la planta ubicado tras un mostrador, donde atendía una mujer de avanzada edad.  
-Buenos días. 
-Buenas, ¿desea algo? —Mencionó con educación. 
-Quería un palo para el gotero, si puede ser. 
-Claro, espera aquí un momento.  
La mujer se ausentó del control y emergió de dentro con el objeto solicitado.  
-Muchas gracias.  
-De nada, yo se lo cuelgo. —Afirmó agarrando el gotero y posicionándolo debidamente.  
-Gracias, adiós.  
-Hasta luego. —Dijo antes de regresar a su puesto. 
Ulises empezó a caminar, sin pausas, sin prisa, pero con firmeza. Hoy se sentía estupendamente, ya casi no sentía migrañas y estaba recuperando plenamente sus funciones motrices. Durante la siguiente hora iba y venía por el pasillo de forma errática, mientras meditaba sobre sus últimos días. Empezó a cavilar que quizá Laura tuviese razón, que esto no tenía porque ser un martirio, si no una oportunidad. No tenía ningún lastre, la incertidumbre era su mayor pesar en ese momento.  
Mientras recorría el corredor divisó a un anciano, que salía de una de las puertas que conectaban en el pasillo. Era un varón en plena senectud, con un escaso cabello blanquecino que llegaba desde todos puntos para acabar en su coronilla. Ambos se miraron fijamente, y acto seguido el hombre se aproximó lentamente hasta la Ulises.  
- ¿Eres nuevo? —Exhibió su curiosidad. 
-No, llevo un tiempo aquí. — Ulises respondió con inmediatez.  
-No te había visto antes, ¿qué habitación? —Continuó su interrogatorio.  
-207. ¿Por? 
-Uy, disculpa mis modales, soy Jacinto Nervión. El paciente que más tiempo lleva en esta planta. Y como no te había visto antes, pensaba que eras nuevo.  
-Estaba en coma inducido.  
-Vaya, y yo que lo siento. Bueno, pero, ahora estás bien, ¿no?  
-Más o menos.  
- ¿Te apetece jugar una partida al parchís y nos conocemos mejor? —Comentó el anciano con simpatía.  
-No sé jugar.  
-Vaya... —Enunció extrañado. — ¿Y si te enseño?  
-Me parece bien. —Afirmó con una escueta sonrisa.  
-Sígueme, mi habitación es la 224. 
Ulises lo acompañó desde atrás. No sabía si aceptar, pero pensó que la compañía le vendría bien.  
La habitación de Jacinto era exactamente igual que la suya, salvo por una pequeña diferencia, esta contaba con una mesa y dos taburetes.  
Jacinto fue a su mesita de noche y sacó un tablero y dos cubiletes.  
-Siéntate, y disculpa que lo tenga todo tan desastrado.  
Ulises tomó asiento y observó las cosas que se repartían por la habitación, abalorios, comida de fuera, e incluso un póster con una belleza de pelo dorado adherido a la pared. 
- ¿Llevas mucho aquí? 
-Alrededor de nueve meses. —Mencionó mientras tomaba asiento frente a Ulises. 
-Vaya... Es mucho tiempo. —Declaró sin saber que decir.  
-Lo es... Me quedo las rojas, ¿te van bien las azules? —Manifestó mientras repartía las fichas. 
-Claro.  
-Las normas son muy sencillas, Al comenzar el juego todas las fichas están en la casa de su color. —Señalo los símbolos que indicaban la «casa». —El jugador deberá sacar un 5 para poder sacar ficha de su casa, con el primer 5 se podrán sacar 2 fichas a la par. Al sacar un 6 podremos repetir turno, si saca otro 6 vuelves a repetir de nuevo, pero si sacas otro en la tercera tirada, la última ficha que has usado vuelve al inicio. Si una ficha cae en una casilla blanca y numerada, y otra ficha del oponente cae después, se la "comerá". La ficha comida irá a su lugar de salida. El jugador que coma contará 20 casillas como bonificación. ¿Lo has entendido? 
-Si, creo que si. 
-En las salidas y en los seguros, no es posible comer y pueden estar dos fichas de colores diferentes. El primero que consiga colocar sus 4 fichas en meta, gana el juego. 
-Empecemos entonces. —Comentó agitando su cubilete y tirando el dado sobre el tablero.  
- ¡Un cinco! Que suerte, sacas dos fichas.  
Ulises obedeció, Jacinto tiro su dado, pero no fue hasta la tercera ronda cuando le salió un cinco.  
-Por fin. —Dijo Jacinto con beneplácito. — Chico, háblame de ti, ¿cómo te llamas? 
-Ulises. Y, realmente, no hay mucho que contar. 
-Lo dudo Uli, todos tenemos mucho que contar. —Declaró mientras tiraba su dado y movía la ficha. 
-Yo no... Sufrí un traumatismo craneal y he perdido la memoria.  
- ¡Ostras! —Exclamo perplejo. — Me dejas de piedra.  
-Si... Te entiendo... 
-Pero, no es algo malo necesariamente.  
-No eres la primera persona que me lo dice. —Comento reflexivo, sin poder evitar pensar en Laura.  
-Creo que fue García Márquez, quién dijo: 'Recordar es más fácil para el que tiene memoria, olvidar es difícil para el que tiene corazón'. 
-No se si termino de entender esa referencia.  
-Mírame, tengo una avanzada edad, eso trae consigo muchos malos recuerdos. Recuerdos que ójala pudiera borrar de mi cabeza. — Jacinto expuso cabizbajo su opinión. 
- ¿Qué puede ser tan malo como para querer borrarlo? —Ulises exhibió su interés.  
-Uff... Tantas cosas. La muerte de mi hermana, la de mi mujer, la de tantas personas a las que he amado y ya no están. La primera vez que mi negocio cayó en bancarrota. La primera vez que estuve ingresado en un hospital. Y muchas otras cosas.  
-Pero... —Se pausó pensativo. — ¿Acaso no son esas cosas, las qué hacen que seas cómo eres?  
- ¿Qué importa como eres o eras, si ya no tienes con quien ser? —Jacinto le contestó con otra pregunta.  
Ulises agachó la mirada con desazón.  
-Discúlpame de nuevo, he sido muy inoportuno dada tu condición. —Excusó su intromisión, ya que no tenía intención alguna de incomodar a su acompañante. 
-Sabes... Prefiero tu honestidad a tú discreción.  
-Bien dicho. Y, ¿qué opina tu familia de lo que te ha pasado?  
-Por lo visto no hay familia a la que preguntar... 
-Entiendo. — Jacinto mostró pesar en su semblante.  
-De echo, para serte sincero, no sé ni mi verdadero nombre, me trajeron sin documentación. Ulises es mi actual apodo.  
-Sabes. Creo que entonces si que eres afortunado.  
- ¿En serio...? ¿Por qué...?  
-Yo me estoy muriendo sabes. Me quedan entre dos y cuatro meses de vida.  
El rostro de Ulises se desencajó por completo. Un nudo se formó en su garganta. Ni tan siquiera sabía que decir.  
-Tranquilo. No tienes que decir nada. —Mencionó Jacinto en tono pacificador. — He vivido ochenta y nueve largos años, me doy por satisfecho.  
-Lo siento Jacinto. —Esta vez si logró formular una frase. 
-Tu compartes tus cosas conmigo, y yo lo hago contigo, no es nada malo. —Le sonrió de manera amistosa. 
- ¿Por qué piensas que soy afortunado? 
-Bueno, intervienen muchos factores amigo mío. Tienes muchos años para volver a experimentar, volver a enamorarte; estar con una persona que te quiere es algo indescriptible. Comer, viajar, leer, madurar. Y todo para ti será la primera vez. Puedes empezar de cero, un cuadro en blanco donde tu eliges el pincel y la paleta de colores.  
-Cuando lo dices tú, suena deslumbrante. —Ulises estaba gratamente sorprendido.  
-Si lo piensas, cuando nacemos, no tenemos una plena consciencia, quien somos se formará a partir de ahí. Tú es como si acabaras de nacer, pero con la oportunidad y capacidad de razonar desde el principio. Un recién nacido no puede apreciar un libro, una sinfonía o un filme. Pero tú sí puedes.  
-Hombre... Visto así... 
-Puedes ser quien quieras ser.  
-Quizá ese es el problema: no se quién quiero ser. 
- ¿Por qué deberías saberlo ya? Tómate tiempo para aprender a conocerte otra vez.  
-Puede que tengas razón... —Se pausó reflexivo, mirando el póster adherido a la pared.  
- ¿Te gusta mi viejo cartel? —Afirmó con el fin de buscar un tema más ameno.  
-Es una mujer misteriosa, muy voluptuosa.  
-Es Marilyn Monroe.  
-No me suena de nada. Pero es un nombre que tiene glamour.  
-Jeje. Tienes tanto que ver todavía.  
- ¿Puedo preguntarte algo?  
-Mi padre decía: que si alguien te pregunta si te puede hacer una pregunta, va a ser una pregunta interesante. Asique adelante, chico. 
-Si pudieras estar en cualquier otro sitio, ¿dónde estarías? 
- Mmm... —Meditó internamente, para no precipitarse en su respuesta. — En un pueblo del litoral valenciano, allí fue donde conocí a mi mujer. Hay una pequeña playa separada, es preciosa. Sin duda alguna, allí es donde querría estar. La brisa meciendo mi pelo, el olor a costa, unos amaneceres y atardeceres mágicos. —Denotaba pasión en sus palabras. 
- ¿Y por qué no estas allí? 
- No lo sé... —Jacinto se sintió decaído.  
- ¿Y por qué no vamos? Yo no recuerdo la playa.  
-Porque está muy lejos de aquí, pero nunca se sabe, chico. Sin embargo, de momento deberíamos conformarnos con acabar la partida. ¿A quién le toca tirar? —Comentó Jacinto declinando su atención a los cubiletes.  
-Te tocaba a ti.  
-Pues vamos a ello. 
El resto de tiempo se sucedió rápido, continuaron hasta finalizar la partida, y después jugaron otra, y dos más al juego de "la oca". El coloquio ahora era más liviano, Jacinto contaba anécdotas y batallas de juventud. Ulises por su parte escuchaba con atención todas sus historias. Su conversación se interrumpió por un auxiliar de enfermería que accedió a la habitación cargado con una bandeja.  
-Hora de comer Don Jacinto. —Afirmó el auxiliar depositando la bandeja hasta la mesa. 
-Gracias mozo.  
-Bueno, creo que es hora de irme. El tiempo ha pasado rapidísimo.  
-Si, tienes razón. Gracias por compartir este rato conmigo.  
-Gracias a usted Jacinto, espero que repitamos pronto. —Ulises se alzó del taburete.  
-Igualmente Ulises, cuando quieras. —Extendió su mano con cortesía.  
Ulises devolvió el gesto, y después salió del cuarto.  

Se dirigió hasta su habitación, la 207. Cuando llegó vio la bandeja con su comida apoyada sobre la cama. Al destapar la bandeja observo un plato de lentejas, otro con una hamburguesa y verduras de guarnición, como postre, una manzana roja y suculenta. Las lentejas le resultaban extrañas, como si ese color tan oscuro le trasmitiera cierto rechazó. No obstante, su aprensión desapareció en cuanto las probó.  
Al terminar de comer decidió proseguir con la lectura. Pero al poco de avanzar por el acto tercero, una visita le detuvo.  
- ¡Buenos días! —Exclamó la doctora Alonso al pasar.  
-Buenas. —Ulises le dedicó una espléndida sonrisa.  
- ¿Cómo estás Uli? —Preguntó mientras apoyaba una bolsa de plástico en el suelo.  
-Bien, estoy cada vez mejor. 
-Me alegra mucho oír eso. Y se te nota, eh. ¿Qué tal tu día?  
-Bien, he salido a pasear al pasillo gracias a la ropa que me regalaste.  
-Cuanto me alegro.  
-Y he conocido a otro paciente de la planta. Hemos pasado juntos la mañana. 
- ¿Sí? ¿Con quién? —Se interesó. 
-Con Jacinto Nervión, el hombre de la habitación 224.  
-Si, lo conozco. Oye, pues muy bien esta eso. Aunque quede poco, os podéis hacer mucha compañía.  
- ¿Poco? —Interpeló confuso.  
-Si, esta tarde te quitaran el gotero, y en dos o tres días tendrás el alta médica.  
- ¿Ya? —Preguntó con total nerviosismo.  
-Si, es que tu recuperación esta siendo meteórica. Pensaba que te gustaría saberlo...  
Ulises no sabia como reaccionar, ni que decir. Ni tan siquiera había bajado a la calle todavía y ya sabía que dentro de muy poco debería abandonar el hospital. Lugar, donde, a pesar de sus limitaciones, se sentía en un ambiente seguro.  
- ¿Qué te preocupa Ulises? —Increpó ante el mutismo de su acompañante.  
-Yo... ¿Dónde iré después? 
-Lo cierto es que yo también había pensado en eso. Y quiero ofrecerte mi casa. Puedes vivir conmigo por un tiempo. —Laura no vaciló al realizar el ofrecimiento.  
Ulises no supo como actuar, aunque su ansiedad menguo notablemente y experimentó cierto alivio. No saber donde ir era una de la cuestiones que más inquietud y estrés le generaban.  
- ¿Estás segura? —Ulises no podía creer lo generosa que era Laura. 
- ¡Claro que sí!  
- ¿Y a tu familia..., les parecerá bien? 
-Ahora mismo vivo sola, solo tengo dos gatos, y son muy sociables.  
-No quiero ser una molestia...  
- ¡No digas tonterías! Te lo ofrezco yo, y porque de verdad me apetece.  
-Um... Si de verás te parece bien... No tengo donde ir, y tampoco se me ocurre lugar mejor al que ir, que con mi doctora.  
-Estupendo, y para celebrarlo. —Comentó cogiendo la bolsa y sacando un envase. — ¡Helado de chocolate! 
- ¡Oh! Te has acordado. —Concluyó con emoción. 
-Por supuesto. —Afirmó mientras agarraba dos cucharas de plástico y ponía la bandeja entre ambos.  
Con rapidez la destapó, y realizó un gesto a Ulises para que hiciera los honores.  
Ulises no titubeó, deslizó la cuchara, la llenó y se la llevó a su boca.  
- ¿Qué te parece? —Lo observaba con detenimiento.  
-Pues... —Termino de saborear. — ¡Está buenísimo! 

 



#2637 en Thriller
#1408 en Misterio
#994 en Suspenso

En el texto hay: romance, thriller mafia, memoriaperdida

Editado: 23.10.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.