El Cisne Negro viajaba a velocidad crucero con rumbo hacia Sirio A en busca de nuevas oportunidades de negocios.
Su capitán había escuchado que allí había buenas ofertas de trabajo para hacer dinero, si se estaba dispuesto a correr ciertos riesgos, y él siempre lo estaba...
—Dime, Rigel, exactamente ¿hacia dónde nos dirigimos ahora? —preguntó Nova.
—Leto —dijo él.
—¿Qué me puedes contar de ese mundo, Spica?
—Dame solo un momento, Nova —le contestó con amabilidad su compañera mientras manipulaba algo que llevaba dentro de un pequeño bolso, el cual colgaba de su hombro.
Nova se quedó mirándola extrañada hasta que, pocos segundos después, Spica habló:
—Es un pequeño planeta dedicado principalmente al comercio.
—¿Demoraste tanto para decir solamente eso? —le criticó Nova.
Spica, simplemente, la miró de manera inexpresiva, sin más...
—Por cierto, Spica, ¿ya te aseguraste de que el sistema de armas del Cisne se encuentre calibrado y listo? —le preguntó Rigel.
Una vez más, Spica demoró en responder...
—No tuve tiempo aún, capitán —dijo finalmente.
—¿Estás funcionando bien?
—Sí, ¿por qué?
—No lo sé, te veo con una muy clara baja eficiencia en tus tareas, demoras en contestar. No pareces la de siempre.
—Sí, es cierto, Spica, estás algo rara —refrendó Nova—, más que de costumbre, me refiero... y, además, ¿se puede saber qué llevas en ese bolso que tocas a cada rato?
—Estos son unos bancos de memoria del Cisne que extraje y adapté para hacerlos portátiles; recurro a ellos para operar correctamente, los estoy utilizando para intercambiar información que no quiero borrar; lamentablemente el proceso de compresión y descompresión de datos demora un poco por la latencia que tienen.
Se hizo un silencio, Rigel y Nova intercambiaron miradas de reojo...
—Mi memoria se saturó, llegó a su límite. ¡Les advertí varias veces que esto pasaría! —se quejó Spica.
—Nuestra oficial científico y médico opera con la velocidad de una computadora del siglo XX —ironizó Nova.
—Por no decir ingeniera, navegante... y cocinera, por supuesto —la secundó Spica en el mismo tono.
—¡Bueno!, esto ya es demasiado... No podemos seguir así, vamos a tener que solucionarlo de una vez por todas —dijo Rigel—.
Les contaré algo que ignoran: hace unos días me contacté con un proveedor, al que conozco de hace años, especializado en tecnología exótica; le comenté sobre este problema y le pasé las especificaciones de Spica; me dijo que los bancos de memoria necesarios para ella son muy difíciles de obtener, y no solo eso, colocárselos es una tarea muy delicada y compleja, no cualquiera puede realizarla.
Ahora bien, él conoce a un científico que podría ayudarnos en todo este tema. Me dio sus datos y lo estuve investigando: es un nombre extremadamente capacitado en robótica de avanzada, se trata de un técnico con una muy larga lista de doctorados.
—¿Y cual es el problema? —le preguntó Nova.
—No lo sé, algo no parece encajar del todo... ¿Por qué un hombre así, tan bien calificado, un auténtico genio en su área, se encontraría trabajando en este sistema? —contestó él—.
Me imagino que, o bien desarrolla tecnología prohibida, u opera con marginales... o, peor aún, ambas cosas.
—O podría ser por cualquier otro motivo.
—En todo caso, lo que más me preocupa es la calidad de su trabajo.
—¡Míranos a nosotros!, cumplimos muy bien nuestros contratos y también estamos operando aquí, ¿no? —le dijo ella y Spica agregó:
—Se trata de mi memoria, mi cerebro, y, si mi opinión cuenta un poco —expresó con un dejo de ironía—, yo elijo ir a verlo y conocerlo para evaluarlo y recién ahí decidir que hacer.
Rigel lo dudó, sabía que al contarles esto ambas reaccionarían así y él aún tenía sus dudas, pero no había muchas más opciones ya:
—De acuerdo, chicas... lo haremos ahora, entonces —aceptó Rigel introduciendo unas nuevas coordenadas en el sistema de navegación.
El Cisne se dirigió así hacia un punto en el espacio alejado de todo planeta habitado, de cualquier traza de vida; allí se encontraba una solitaria estación, de un buen tamaño, y completamente cerrada.
Al llegar, la nave se detuvo frente a ella.
Sin mediar palabra alguna, Rigel introdujo en su silla un código especial que transmitió, el cual su contacto le había proporcionado con antelación para esta ocasión... y unos segundos después, una compuerta se abrió en la gran estructura por donde el Cisne Negro pudo ingresar y atracar en un puerto interno.
Fueron cordialmente recibidos por una curvilínea y voluptuosa androide antropomórfica, la cual, a diferencia de Spica, era claramente un robot en cuyo diseño y construcción no se había pretendido ocultar su apariencia mecánica:
—En nombre del doctor Barnard, les doy una cordial bienvenida a su estación. Soy 7B3, su asistente personal, por favor acompáñenme —les dijo con una sensual voz.
El aspecto de aquellas instalaciones era impecable, los luminosos pasillos se encontraban despejados y eran permanentemente limpiados por pequeños drones automáticos.
Todo lucía como si fuera nuevo, y se encontraba funcionando a la perfección, gracias a un gran ejército de robots de mantenimiento, con diversas formas y tamaños de acuerdo a sus funciones, que realizaban tareas específicas, y a los que ocasionalmente se los veía circulando por los pasillos o viajando en los ascensores.
—Dime, 7B3, ¿hay alguien más aquí, en esta estación me refiero, además del doctor? —le preguntó Nova.
—Si se refiere a entidades biológicas, no... artificiales habemos 379 operativas en este momento. El doctor afirma que de ese modo se incrementa su eficiencia personal en el trabajo.
Llegaron así finalmente al laboratorio de robótica, lugar donde el científico los esperaba.
El hombre se quedó mirándolos por un instante y comenzó a caminar hacia Spica... maravillado.
—Una modelo sigma. ¡Guau! Cuanto hace que no veo una...
Representas el máximo desarrollo que ha logrado la humanidad en entidades artificiales —le dijo reconociéndola, mientras la examinaba de cerca.
—Gracias —le contestó ella mostrándose incómoda.
—Spica está acostumbrada a ser tratada como humana —le dijo Nova interviniendo al notar la reacción de su compañera.
—Lo cual está en su programación básica —agregó el científico sin siquiera voltear a verla, estaba extasiado con Spica.
—Doctor Barnard, permítame presentarnos: soy el capitán Rigel, y ella es mi segunda al mando, Nova.
—¡Oh!, sí... perdón —dijo el científico reaccionando—. No estoy tan acostumbrado, como solía estarlo antes, al trato con personas... Sepan disculparme, por favor, mis modales se encuentran un poco oxidados.
—Está bien, no hay ningún problema, quisiera... —alcanzó a decir Rigel y fue interrumpido por Barnard:
—Desde ya, por supuesto... Pasemos a lo que nos compete; ustedes dirán —expresó de manera arrebatada.
—Mi memoria, doctor... se me está agotando —dijo entonces Spica para agilizar la torpe charla.
—Sí. Mire, la pobre ha desarmado parte de la nave y hecho estos bancos portátiles para ayudarse —agregó Nova con pena.
—¡Qué pecado!, es un sacrilegio... algo imperdonable —expresó Barnard ofuscado—. Esta tecnología es obsoleta para ti —le dijo a Spica—. No tiene la velocidad que necesitas y, además, es demasiado insegura...
Esto hay que solucionarlo de inmediato, y de la manera correcta, y sobre todo digna de la perfecta creación que tú eres, Spica... Tengo los bancos de memoria extra que necesitas.
—¿Son para una modelo sigma? —le preguntó Rigel.
—Sí, sí, perfectos para ella, únicos... y muy difíciles de hallar, debo destacar; ya no se fabrican más desde que en la Tierra se prohibieran las entidades artificiales similares a las biológicas.
No fue necesario un gran debate, una simple mirada entre los presentes bastó para estar de acuerdo... el doctor Barnard parecía ser un científico muy competente, basándose en su fanatismo hacia los robots... algo excéntrico tal vez, pero seguramente del todo confiable en su especialidad, además, el lugar era digno de ser considerado una instalación de primera clase.
Luego de someter a Spica a una serie de análisis, y comprobar que tenía el espacio necesario para la expansión, se procedió con la delicada y precisa operación:
Spica fue colocada dentro de una cápsula estéril donde detuvo sus funciones...
Aquel era un equipo específico para trabajos en organismos sintéticos: consistía en una cámara de vacío que rodeaba una camilla; en ese pequeño ambiente sellado reinaba una asepsia absoluta, el operador técnico podía trabajar desde fuera a través de una muy delgada membrana elástica especial incorporada en todo el borde de la cápsula y que, al ser presionada desde fuera, se adaptaba perfectamente a sus manos, era como si fuera una segunda piel; al mismo tiempo, contaba con instrumental de altísima precisión dentro, así como datos del paciente, en tiempo real, que se proyectaban en los paneles que conformaban las partes transparentes de su estructura, los cuales también podían obrar como microscopios a través de comandos orales.
Con mucha destreza, el doctor procedió a abrir la cabeza de Spica a través de su cabello, e insertarle el agregado de memoria; Rigel y Nova miraron todo el proceso de cerca, sin interrumpirlo.
Acto seguido, volvió a cerrarla...
—Bien, la primera parte ya está terminada, y todo salió a pedir de boca —dijo el científico al tiempo que abría la cápsula—.
Ahora pasaremos a la siguiente etapa: transferir los datos de los bancos portátiles que Spica fabricó a su cerebro nuevamente...
Esto va a demorarse unos minutos debido al asincronismo —agregó comenzando el proceso—.
¿Desean tomar algo mientras esperamos?
Fue así que la asistente de Barnard les trajo a los tres unos refrigerios mientras aguardaban y charlaban...
—¿Cómo es que un hombre como usted terminó en un lugar como este? —le preguntó Nova.
—Al principio trabajé en la Tierra, hasta que fui expulsado de la comunidad científica debido a mis experimentos de avanzada.
Fui contactado entonces por el Grupo Majestic, y gustoso me uní a ellos.
No solo me brindaron todo lo necesario para que pudiera continuar con mis desarrollos, también me dieron libertad absoluta.
De hecho, esta instalación completa les pertenece... así como los bancos de memoria que acabo de instalar en Spica.
No me encargo de los costos de nada, ellos lo hacen todo, yo solo tengo que aportar mi intelecto.
Estando aquí no tengo que rendirle cuentas a nadie —finalizó, y cambiando de tema continuó:
—Capitan Rigel, es usted muy afortunado al tener a Spica a su lado, ambos lo son...
—No se crea doctor, aunque somos parte del mismo equipo me peleo bastante con ella, usualmente discutimos —dijo Nova, Barnard se rió y le aclaró:
—Es porque usted es mujer, ambas comparten el mismo género, es de esperar ciertos roces menores por cuestiones de una sana femenina competencia; usted es su amiga, ella la ha catalogado así, se lo aseguro.
Verá, con los androides de la serie sigma se buscó el recrear al ser humano en prácticamente todo; para empezar, su inteligencia artificial los dota de una programación que es similar a la conciencia humana, con instintos básicos que derivan en sus preferencias, deseos, gustos... y objetivos; además, sus funciones físicas también se han adaptado a las vitales humanas.
No sé si alguna vez se llegaron a fijar, pero Spica tiene un pulso palpable; se produce por del bombeo de una sustancia aceitosa, de tipo refrigerante, la cual recorre todo su cuerpo por conductos similares a una red vascular, eso, junto con su respiración y transpiración, la ayuda a mantener su cuerpo a una temperatura similar a la humana.
Cuando Spica come o bebe algo, no lo hace sin un buen motivo, ella extrae, entre otros, ciertos elementos químicos necesarios para renovar sus baterías internas, que es de donde obtiene toda su energía, de este modo son virtualmente inagotables.
De hecho, cuando va al baño, por así decirlo, es para deshacerse de lo que ya no requiere.
Al dormir ella sigue un ritmo similar al circadiano porque necesita desfragmentar y optimizar el orden de los datos recabados, su descanso es una función de mantenimiento —concluyó.
—Y es justamente por esa enorme similitud con los humanos que en la Tierra se terminaron prohibiendo a los seres artificiales como Spica —comentó Nova—. La FDT tuvo una serie de brechas en su seguridad con androides de este tipo implicados en ellas.
—De todos modos, dudo mucho que la prohibición sea absoluta —opinó Rigel—. Los militares han sido famosos desde siempre por sus proyectos oscuros, no me extrañaría que tuvieran en desarrollo una agenda secreta al respecto; al fin y al cabo, serían agentes infiltrables que contarían con muchas ventajas sobre los biológicos: mayor fuerza y agilidad, sentidos ampliados, menores vulnerabilidades físicas.
—Eso que dice es muy cierto, capitán —refrendó Barnard—, de hecho, Spica, sin haber sido construida específicamente para el combate, puede operar en un amplio rango de medioambientes que rápidamente matarían a un ser humano; soporta mucho mejor el frío, el calor, la radiación; ya saben que, en esencia, no necesita respirar, lo cual la hace inmune a cualquier toxina aspirable, puede operar bajo el agua durante largos períodos de tiempo y a grandes profundidades, o incluso en sitios completamente hostiles para nuestra forma de vida, como el espacio exterior.
Biomecánicamente hablando, su fuerza, aunque parecida a la de un ser humano promedio, es sensiblemente mayor.
Resumiendo: su cuerpo es como si fuera un versátil exoesqueleto militar —definió.
En ese momento, Spica abría sus ojos y una computadora informaba el final del proceso de transferencia de datos...
—¿Cómo te sientes? —le preguntó el científico.
—Muy bien, doctor... perfectamente, creo. ¡Gracias!
¿Por qué me miras así, Nova?
—Tus ojos, el color de tus iris lo recuerdo de un azul profundo, ahora los noto con un tinte un poco más rojizo...
En ese momento Spica parpadeó y el color de sus ojos cambió a lo que acostumbraba ser:
—¿Mejor ahora? —preguntó.
—Sí, ahora lucen como siempre.
—Mmm... —lo meditó por un instante—. Es posible que algunos de mis parámetros habituales se hayan descalibrado un poco debido a la intervención; correré un diagnóstico interno para asegurarme de que todas mis variables se encuentren operando como de costumbre.
De ese modo, todo parecía ya haberse solucionado para Spica, sin embargo un enorme problema, sin precedentes, se avecinaba...