Memorias de una Venganza

Capitulo 1: Aquella Luz que la Noche Devora

Las sombras densas cubrían las calles de la ciudad, y un silencio inquietante se extendía por todas partes, como si algo terrible estuviera por ocurrir. Entre los edificios serpenteaban callejones que ocultaban figuras que se deslizaban en secreto entre las sombras, conscientes de un mundo lleno de cicatrices, tanto acogedor como traicionero. Las farolas titilaban, proyectando sombras irregulares sobre los muros grafiteados, sus colores desteñidos por el sol del día. El pavimento estaba desgastado y lleno de escombros, y parecía un laberinto en ruinas que reflejaba la desesperación en cada rincón de ese lugar.

El aire pesado y sofocante cargaba el olor del abandono, mezclado con la desesperación. Cariel Gauss, un chico de 18 años, avanzaba entre la penumbra, con su cabello castaño oscuro cayendo desordenadamente sobre su frente, mientras su mente navegaba en un caos silencioso. Sus ojos grisáceos, atentos, escaneaban el entorno, cada pequeño ruido intensificaba la sensación de peligro. Su piel, de un tono oliva pálido, absorbía la frialdad de la noche, mientras su corazón latía con fuerza, como un tambor ansioso. En esas calles, sabía que cualquier movimiento en falso podía sellar su destino. Un crujido, una voz distante, y todo podría cambiar en un instante.

Mientras avanzaba, perdido entre las sombras y el miedo, los recuerdos de Paloma invadían su mente. Su risa contagiosa, esa mirada cálida capaz de iluminar incluso los días más oscuros, le devolvían un destello de fuerza. Pero esa fuerza era frágil, tan quebradiza como el aire viciado que lo envolvía. Los momentos felices, aquellos breves instantes de paz, ahora parecían inalcanzables, como si pertenecieran a otro tiempo. Aun así, Cariel se aferraba a ellos, a la única esperanza que le quedaba para no caer en el abismo.

Sacó su teléfono y, con los dedos temblorosos, marcó su número. Cada tono de llamada retumbaba como un latido en su pecho, mientras la espera interminable alimentaba su ansiedad. El silencio que seguía a cada tono parecía alargarse hasta lo insoportable, como si el destino de esa noche dependiera de esa única llamada.

—¿Hola? —dijo Paloma, su voz suave y familiar envolvió a Cariel en un alivio instantáneo.

—Hola, Paloma... soy Cariel —respondió, una pequeña sonrisa asomándose en sus labios, como si su sola presencia iluminara el ambiente.

—¡Cariel! Qué gusto escucharte. ¿Cómo has estado? —preguntó ella, y su tono cálido hizo que el corazón de Cariel latiera con más calma, disipando un poco la tensión acumulada.

Mientras caminaba por las calles, la presión de la ciudad comenzaba a desvanecerse, reemplazada por la familiaridad de su voz que llenaba el espacio entre ellos.

—Estoy bien, Paloma. Te llamaba para ver si... ¿te gustaría salir mañana por la noche? Me encantaría verte —dijo Cariel, sintiendo cómo su entusiasmo crecía con cada palabra, mientras sus pasos lo guiaban hacia la puerta de su casa.

—¡Claro, Cariel! Me encantaría —respondió Paloma, su alegría palpable—. ¿Dónde nos encontramos?

Cariel se tomó un momento para pensar, recordando un lugar que solían visitar en tiempos más tranquilos.

—Hay un parque cerca —dijo con una voz suave—. Es un lugar tranquilo. Recuerdas el banco bajo el gran roble, ¿verdad?

—¡Suena perfecto! Espérame en el banco bajo el gran roble. No puedo esperar a verte, Cariel —respondió Paloma, su tono lleno de ternura hizo que una sonrisa se dibujara en el rostro de Cariel.

—Está bien, ahí te espero. Cuídate, Paloma.

—Adiós, Cariel —se despidió ella, con dulzura en la voz.

Y así, la llamada llegó a su fin. Cariel colgó el teléfono con una leve sonrisa en los labios, sintiendo que la simple voz de Paloma había aligerado un poco el peso que llevaba sobre sus hombros. Al entrar en su habitación, se dejó caer sobre la cama con un suspiro, sintiendo cómo el viejo y deformado colchón crujía bajo su peso, recordándole la dureza de su vida.

A pesar de esa pequeña chispa de alivio que había traído la conversación, su mente seguía atrapada en un torbellino de pensamientos oscuros y preocupaciones. La imagen de Paloma, siempre radiante y pura, contrastaba profundamente con la realidad corrupta que lo rodeaba. Era como si la luz que ella emanaba estuviera constantemente amenazada por las sombras que acechaban en cada rincón de su existencia.

En medio de ese mar de caos y peligro, la seguridad de Paloma lo atormentaba profundamente. Cariel era consciente de que el mundo en el que vivían no era nada amable, y que cada paso que ella daba podía traer consigo un riesgo. Aun así, el deseo de tenerla cerca, de sentir su presencia como un ancla en medio de la tormenta, era más fuerte que cualquier miedo que pudiera invadirlo. La idea de que su luz pudiera apagarse por culpa de los males que acechaban en su entorno lo perseguía, pero al mismo tiempo, el anhelo de compartir momentos con ella le ofrecía un respiro en medio de la adversidad.

El eco de la voz de su madre, Isabelle, rompió el hilo de sus pensamientos.

—Cariel, la cena está lista. Ven a la mesa, cariño —dijo Isabelle desde la cocina.

Suspirando, Cariel se levantó lentamente. Aunque su mente seguía atrapada en ese torbellino, el olor cálido y familiar de la comida casera lo atrajo fuera de sus pensamientos por un breve momento. Caminó hacia la cocina, donde el ambiente contrastaba con la frialdad de su mente. El aroma a guiso llenaba el aire, pero había una tensión palpable, una preocupación oculta en la mirada de su madre. Isabelle, siempre atenta, sabía más de lo que decía. Era una madre que, aunque podía sentir el peso que su hijo cargaba, prefería guardar silencio, no por indiferencia, sino por no querer añadir más peso a sus hombros ya agobiados.

—¿Cómo estuvo tu día, hijo? —preguntó Isabelle mientras se sentaba a su lado.

—Fue tranquilo, mamá. Estuve repasando algunos apuntes de la universidad y tengo algunos deberes pendientes —respondió Cariel, tratando de mantener el tono ligero.



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En el texto hay: crimen asesinatos, #acción, #alma

Editado: 07.11.2024

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