La noche caía lentamente sobre la ciudad, envolviendo cada rincón en una oscuridad densa y asfixiante. El humo de los conductos se mezclaba con el aire frío, como si la ciudad misma exhalara su último aliento. Las calles, desiertas y sin ruido, parecían devorar cualquier vestigio de vida. Solo los ecos de los pasos de Cariel resonaban en el silencio, chocando contra las paredes agrietadas de edificios olvidados. Había salido de la universidad y ahora caminaba hacia su casa, cansado, pero con una inquietud que no lo dejaba tranquilo. La hora era tarde, y la ciudad se había convertido en un territorio inhóspito. El caos de las bandas delictivas lo acechaba, y Cariel sabía que en cualquier momento podría cruzarse con algo peor que la oscuridad misma.
Caminaba rápido, casi a paso firme, pero el aire denso lo mantenía alerta. Cada sombra en la calle parecía moverse por sí sola, como si algo invisible lo estuviera observando. Las calles, que antes eran seguras, ahora eran territorios desconocidos. Sabía que no era el único fuera a esa hora, pero nadie más parecía estar cerca. El viento arrastraba murmullos que parecían provenir de algún rincón lejano, y Cariel no podía evitar sentir que las sombras se cerraban a su alrededor.
La ciudad, una vez bulliciosa y llena de vida, ahora era un cadáver sin enterrar. Las bandas se habían apoderado de cada calle, y las noches como esa eran las más peligrosas. No era un lugar para los débiles. Pero… ¿lo era él?
De repente, su teléfono vibró en el bolsillo. Un mensaje de Paloma. El brillo de la pantalla cortó la oscuridad, un respiro efímero en medio del caos. Había algo reconfortante en sus palabras, algo que lo conectaba a un mundo que no se desmoronaba. Sin pensarlo, marcó su número. No importaba que fuera tarde, necesitaba escuchar su voz, aunque el temor por lo que sucedía en las calles lo mantenía inquieto.
La llamada se conectó al instante, y la voz suave y cálida de Paloma lo envolvió, como un abrigo en una noche fría, disipando por un momento la opresión que sentía en el pecho.
—¿Cariel? ¿Estás bien? —preguntó, su tono lleno de preocupación.
—Sí, solo... solo estoy cansado —respondió, tratando de sonar normal, aunque la tensión lo consumía por dentro. La ciudad parecía estar al borde de la explosión, y cada paso lo acercaba más a la incertidumbre.
—Te he estado llamando, ¿por qué no contestaste? —insistió ella, percibiendo algo más allá de las palabras.
Cariel miró a su alrededor, como si las sombras pudieran escuchar. La ciudad, antes viva, era ahora un monstruo que se alimentaba de sus propios habitantes. No podía hablarle de eso, no todavía. Había cosas que no comprendía, y nombrarlas solo las haría más reales. La delincuencia, los enfrentamientos entre bandas… todo se había vuelto incontrolable.
—Estaba en la universidad, acabo de salir —dijo, como si eso fuera suficiente.
—Te extraño… —Paloma dijo esas palabras con una ternura que hizo que Cariel sintiera un nudo en el estómago. Ella siempre sabía cómo calmarlo, cómo hacer que la oscuridad fuera menos abrumadora, aunque solo fuera por unos segundos.
—Yo también te extraño. —Cariel cerró los ojos por un momento, dejando que la calma de sus palabras lo alcanzara. Pero el horizonte oscuro y vacío seguía allí, recordándole que el consuelo era solo temporal. —¿Podemos vernos mañana?
La llamada continuó mientras Cariel caminaba, cada vez más rápido, sin rumbo fijo, con el corazón acelerado. Paloma le habló de su día, de las pequeñas cosas que la mantenían ocupada. Parecían detalles triviales, pero para él, escucharlos era un escape, una burbuja de normalidad en medio del caos que lo rodeaba. Mientras caminaba, se aseguraba de no alejarse de las luces de la calle, temeroso de que en la oscuridad pudiera encontrarse con algo peor que el vacío que sentía en su interior.
—Nos vemos en el parque Karollin, en el banco bajo el gran roble, ¿te parece? —dijo ella, y aunque su voz estaba teñida de una ligera sonrisa, Cariel la percibió como un anhelo de algo más allá de la oscuridad.
Él asintió, aunque sabía que ella no podría verlo. La invitación, tan común, se sentía como un anhelo de desconexión, de alejarse, aunque fuera por unas horas, del peso que llevaba sobre los hombros. En ese pensamiento, la opresión de la ciudad parecía desvanecerse, solo un poco, pero suficiente para que Cariel respirara más tranquilo. Aunque en el fondo, la preocupación por lo que pasaba en las calles lo mantenía alerta. ¿Era seguro encontrarse con ella a esta hora?
—Sí, mañana. Nos vemos —respondió, aunque su tono no reflejaba la calma que intentaba transmitir.
El silencio llenó el espacio entre ellos por un momento, una pausa cargada de significado. Era como si ambos se aferraran a esa pequeña burbuja de normalidad, como si la calma de la llamada pudiera desafiar la tormenta que acechaba.
—Te quiero, Cariel. —Las palabras de Paloma llegaron suavemente, como un susurro en la quietud de la noche.
—Yo también te quiero. —respondió, pero en su interior algo se revolvía. El amor que sentía por ella era lo único real en un mundo que se desmoronaba, pero incluso ese amor parecía escapar de sus manos, como agua entre los dedos.
La llamada terminó, y Cariel se quedó solo con la oscuridad. Miró el teléfono un momento antes de guardarlo en el bolsillo. El viento comenzó a soplar con más fuerza, y las sombras parecían moverse con mayor rapidez, como si la ciudad misma estuviera despertando de su letargo.
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Editado: 12.12.2024