Memorias de una Venganza

Capitulo 2: Susurros Desde Afuera

Al llegar a casa, Cariel cerró la puerta con cuidado, dejando fuera el peso abrumador de la noche. La seguridad del hogar era una ilusión frágil, y aunque quería creer que ese gesto bastaba para mantener el peligro a raya, sabía que no era verdad. Afuera, la ciudad seguía devorándose a sí misma, un monstruo que nunca dormía.

Subió las escaleras en silencio, sus pasos amortiguados por el viejo piso de madera. Entró en su habitación y se dejó caer sobre la cama, sintiendo cómo el colchón crujía bajo su peso. Cerró los ojos, intentando vaciar su mente, pero sus pensamientos eran como hojas atrapadas en un torbellino, incapaces de detenerse.

Paloma. Su nombre cruzó su mente como un susurro, cargado de una mezcla de ternura y temor. Había algo en ella que le daba esperanza, como si en medio de la descomposición de su mundo ella fuera la única flor que aún se mantenía en pie. Pero esa fragilidad lo aterraba. ¿Cómo podía proteger algo tan puro en un lugar tan corrupto? ¿Y qué derecho tenía él, atrapado en una telaraña de miedos y secretos, de acercarse a ella?

El aroma cálido de un guiso subió desde la cocina, interrumpiendo su enredo mental. La voz de Isabelle, su madre, resonó en el aire, cortando el silencio.

—Cariel, la cena está lista. Ven a la mesa, cariño.

Suspiró y se levantó, sus músculos pesados por el cansancio. Bajó las escaleras y entró en la cocina, donde la luz amarillenta del bombillo luchaba por imponerse al ambiente sombrío. Isabelle lo recibió con una sonrisa cansada, sirviendo un plato con cuidado.

—¿Cómo estuvo tu día? —preguntó mientras se sentaban.

—Bien, mamá. Solo la universidad. Nada interesante —respondió, forzando una neutralidad que esperaba que ella no cuestionara.

Mientras hablaba, sintió una punzada de culpa. No era exactamente una mentira, pero tampoco era la verdad. Había algo en su forma de simplificar las cosas que lo hacía sentir pequeño frente a Isabelle. Ella había dado todo por él y Andrew, enfrentando un mundo que se volvía más hostil cada día. Y ahí estaba él, ocultando fragmentos de su vida para no preocuparla más de lo necesario.

—Hoy llegaste muy tarde —dijo Isabelle, bajando ligeramente la voz. Había preocupación en su tono, pero también una firmeza que Cariel conocía bien—. No quiero que sigas saliendo a esas horas. Sabes cómo está todo allá afuera.

Cariel levantó la vista, atrapado entre la necesidad de tranquilizarla y la frustración de saber que ella tenía razón.

—Mañana voy a salir con Paloma. Vamos al parque, donde siempre. Está tranquilo.

Isabelle arqueó una ceja, aunque su expresión suavizó al escuchar el nombre de Paloma.

—¿Al banco bajo el gran roble? —preguntó, recordando el lugar con cierta nostalgia.

—Sí, mamá. No te preocupes —respondió con una leve sonrisa. Pero incluso mientras decía esas palabras, sintió que eran huecas. No podía garantizarle a su madre que estaría a salvo, ni siquiera podía garantizárselo a sí mismo.

El silencio se instaló entre ellos mientras terminaban de comer. Cariel observó a Isabelle de reojo, notando las líneas de preocupación en su rostro, el cansancio acumulado en sus movimientos. Era una mujer fuerte, pero incluso la fuerza tenía un límite.

Al terminar, llevó su plato al fregadero y se volvió hacia ella.

—¿Y Andrew? —preguntó, rompiendo el momento.

—Comió hace rato. Está descansando en su habitación —respondió Isabelle, evitando su mirada.

Cariel asintió, aunque algo en su interior se revolvió. Últimamente, Andrew pasaba demasiado tiempo encerrado, y Cariel sabía que debía hablar con él, pero no era el momento.

—Gracias por la cena, mamá. Estuvo deliciosa.

—Lo hice con amor, como siempre —respondió Isabelle, devolviéndole una sonrisa pequeña, pero auténtica.

Cariel se inclinó para darle un beso en la frente antes de subir de nuevo a su habitación. Una vez allí, se dejó caer sobre la cama, cerrando los ojos con fuerza.

Mentiras piadosas. Así las llamaban, pero se sentían más como un peso. Cada “estoy bien” y “no te preocupes” era un ladrillo más en el muro que construía entre él y su madre. ¿Era egoísta querer protegerla de su verdad? ¿O simplemente cobarde?

El ruido de un motor resonó en la distancia, seguido por un grito apagado que se perdió en la noche. Cariel abrió los ojos de golpe, con el corazón acelerado. Afuera, la ciudad seguía despierta, un recordatorio constante de que el peligro nunca dormía.

Pensó en Paloma, en el banco bajo el gran roble, en la tranquilidad que parecían encontrar allí. Se aferró a esa imagen como si fuera un salvavidas, pero incluso en su mente, la sombra de la incertidumbre la alcanzaba.

¿Cuánto tiempo más podrían mantener ese espacio a salvo?



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En el texto hay: crimen asesinatos, #acción, #alma

Editado: 12.12.2024

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