—Hola, Cariel.
La voz resonó, cargada de un misterio que se clavó en el aire como un cuchillo. Antes de que pudiera reaccionar, una niebla espesa surgió de la nada, envolviéndolo como si tuviera vida propia. Era fría, pesada, y parecía deslizarse por su piel, entrando en sus pulmones con cada respiración.
Cariel sintió un mareo repentino. Sus piernas se debilitaron, su visión se oscureció y, sin poder resistirse, cayó en un sueño profundo.
Cuando despertó, el mundo que conocía había desaparecido. Todo era oscuridad. Una negrura absoluta lo rodeaba, implacable y sofocante, como si el universo mismo hubiera dejado de existir. Sin embargo, un tenue resplandor, como una llama titilante, emanaba de su cuerpo, apenas suficiente para distinguir su silueta.
Pero no estaba solo.
A través de la penumbra, una figura emergió. Sus contornos se mezclaban con las sombras, haciendo difícil saber dónde terminaba su cuerpo y dónde comenzaba la oscuridad que lo rodeaba. El abrigo largo que vestía parecía tejido con fragmentos de la noche misma.
—¿Dónde diablos estoy? —preguntó Cariel, con la voz quebrada. Un escalofrío recorrió su espalda al darse cuenta de lo pequeña que sonaba su propia voz en aquel lugar inmenso y vacío—. ¿Quién eres?
La figura se detuvo a unos pasos de él. Su único ojo blanco y vacío lo miraba con una intensidad desarmante. El silencio entre ambos era tan profundo que Cariel sintió que podía escuchar el latido de su propio corazón.
—Mi nombre es Helios —respondió finalmente. Su voz, grave y solemne, parecía vibrar en el aire, como si cada palabra tuviera un peso físico—. Soy un heraldo de la eternidad.
Cariel tragó saliva. Algo en la presencia de Helios lo tranquilizaba, pero el miedo seguía anclado en su pecho.
—¿Heraldo de la eternidad? —repitió, como si decirlo en voz alta pudiera darle algún significado—. ¿Qué significa eso? ¿Dónde estoy?
Helios dio un paso hacia adelante, y con él, la niebla pareció retroceder, revelando un suelo extraño bajo sus pies, liso como vidrio, pero opaco como la ceniza.
—Estamos en el umbral de la eternidad. Es un lugar entre el tiempo y la existencia, donde los heraldos y los humanos pueden comunicarse sin que el cuerpo mortal sea destruido —explicó Helios, con una calma que contrastaba con el caos interno de Cariel—. Tu cuerpo sigue vivo, Cariel. No temas.
El alivio fue breve. Cariel intentó enderezarse, pero sus piernas temblaban como si el suelo pudiera ceder bajo su peso.
—¿Por qué estoy aquí? ¿Qué quieres de mí? —preguntó, con un tono que oscilaba entre la desesperación y la rabia contenida.
Helios no respondió de inmediato. En cambio, inclinó ligeramente la cabeza, como si lo examinara.
—Tu destino ya está escrito —dijo al fin, su voz resonando con una gravedad que hizo que Cariel se sintiera aún más pequeño—. Pero no estoy aquí para revelártelo, sino para guiarte hacia él.
Un silencio denso llenó el espacio entre ellos. Las palabras de Helios cayeron como un martillo en la mente de Cariel.
—¿Destino? —repitió en un murmullo, su voz apenas audible.
—Sé lo que sientes —continuó Helios, su ojo vacío fijado en él—. La pérdida de Paloma, el dolor que cargas en tu pecho, el vacío que dejó su ausencia...
El nombre de Paloma atravesó a Cariel como un rayo. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—No pude hacer nada —confesó, con la voz rota—. No corrí. No la defendí. Solo quería que estuviera a salvo... y ahora está muerta.
Helios permaneció en silencio, observándolo como si esperara que continuara.
—No quiero ir a su funeral. No quiero verla en una caja... —la voz de Cariel se quebró—. No entiendo cómo alguien puede disfrutar matando.
El aire parecía más pesado mientras hablaba, y la ira comenzó a mezclarse con su dolor.
—Si pudiera, haría que esos tres pagaran. Les haría sufrir lo mismo que le hicieron a ella.
La niebla pareció moverse con las palabras de Cariel, como si respondiera a su furia. Helios dio otro paso hacia adelante, y la oscuridad pareció ceder ligeramente ante él.
—Ese deseo de venganza es humano —dijo Helios.
Cariel apretó los puños, su cuerpo temblando.
—No quiero ser como ellos. No quiero ser un monstruo.
Helios lo observó en silencio por un momento. Luego, inclinó la cabeza, parecía contener tanto comprensión como un enigma más profundo.
—Entonces, ¿qué harás? ¿Permitirás que otros sufran como tú? ¿O encontrarás el coraje para enfrentarte a aquello que destruye lo que amas?
Cariel no respondió de inmediato. Sus palabras lo golpearon como una ola helada.
—Esto no es un sueño —continuó Helios, con voz grave—. Ni soy un fantasma, ni la muerte. Pero sí soy alguien que te guiará. Y aunque ahora no lo entiendas, todo lo que está sucediendo tiene un propósito.
Se acercó lo suficiente como para que Cariel pudiera ver las líneas de su rostro completamente negro, sin nariz, sin boca, el vacío profundo de su único ojo.
—Cuando todo termine, podrás ver a Paloma de nuevo. Pero para eso, tendrás que caminar por el sendero que te espera.
El corazón de Cariel latía con fuerza. No sabía si las palabras de Helios le daban esperanza o lo hundían aún más.
El silencio se instaló entre ellos, pesado y absoluto, hasta que Helios dio un paso atrás, dejando que la oscuridad lo envolviera nuevamente.
—Decide, Cariel. El tiempo avanza, incluso aquí.
Cariel sintió un vacío en el pecho, un abismo donde antes residían sus certezas. Helios lo miraba con ese único ojo blanco y vacío, mientras su rostro, negro como el vacío, no mostraba emoción alguna. Sin nada que indicara humanidad, era imposible saber lo que pensaba. Sin embargo, la voz de Helios resonaba con una fuerza que parecía surgir del mismísimo aire que los rodeaba.
Cariel respiró hondo, tratando de encontrar claridad en medio del caos de sus pensamientos. Sus palabras salieron como un susurro cargado de esperanza y miedo.
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Editado: 30.12.2024