Durante toda la noche, Cariel no pudo dejar de pensar en la constante presencia de Helios. Esa sombra inmutable que parecía vigilarlo desde todos los rincones de su habitación, siempre al borde de su visión, lo mantenía en vilo. Su mente se llenaba de preguntas sin respuesta, inquietudes que lo asaltaban sin cesar. ¿Qué era Helios? ¿Por qué sentía como si esa entidad lo conociera desde siempre? Cada vez que intentaba cerrar los ojos, la sensación de estar observado lo envolvía, desbordando sus pensamientos y llevándolo al borde de la locura. No estaba solo, ni siquiera en su propio espacio. Helios parecía estar siempre allí, esperando algo, pero ¿qué?
El amanecer llegó con una claridad fría, filtrándose por las cortinas y llenando la habitación de una luz apagada. A pesar de la calma exterior, la tensión se pegaba a Cariel como un sudor frío. Con esfuerzo, se levantó de la cama, el aire helado de la mañana lo atravesó al salir de la habitación. Caminó hacia la habitación de su madre, y al entrar, vio a Isabelle, sentada en la cama con una expresión suave, pero preocupada
—¿Cariel? —preguntó Isabelle, al notar su entrada. —Pareces cansado, hijo. ¿No dormiste bien?
Cariel se quedó quieto unos momentos, sin saber qué responder. Sabía que no podía contarle sobre Helios, no podía decirle que lo veía, que sentía su presencia vigilante todo el tiempo. ¿Cómo explicaría algo que no podía comprender él mismo?
—No, no fue eso. Es solo… que he estado pensando mucho en todo lo que ha pasado. —respondió, tratando de sonar normal.
Isabelle lo miró con cariño, pero también con preocupación. Ella sabía que su hijo no compartía fácilmente sus emociones, así que, cuando hablaba, sentía que había algo más detrás de sus palabras.
—¿Qué te preocupa, hijo? —preguntó suavemente, levantándose para abrazarlo.
El abrazo, aunque breve, le brindó a Cariel una sensación de normalidad, un alivio temporal de la constante incomodidad que sentía. Pero pronto, esa sensación desapareció, reemplazada por la familiar pero incómoda presión en su pecho. No era la carga de su madre ni de su familia, era algo más. Algo que no podía dejar ir.
—Es solo que… —Cariel dudó, buscando las palabras. Sabía que no podía decirle la verdad. No podía confundirla con sus visiones de Helios, con la sensación de ser observado todo el tiempo. —No sé cómo explicarlo, mamá. Algo no está bien dentro de mí.
Isabelle lo miró, su expresión preocupada, pero sin palabras de juicio. Solo lo miró, esperando que él continuara. Sin embargo, Cariel no podía ir más allá, no sin revelar lo que temía.
—Solo... necesito algo de tiempo. —dijo finalmente, desviando la mirada hacia el suelo.
Isabelle asintió, comprensiva, aunque no entendía completamente la angustia que lo consumía.
—Si alguna vez necesitas hablar, ya sabes que estoy aquí. —le dijo, abrazándolo una vez más. Y al separarse, su voz se tornó más suave, más reflexiva. —¿Sabes, hijo? A veces, cuando alguien a quien amamos se va, sentimos que el dolor nunca se va a ir. Perdí a tu padre hace años, y aunque no lo vi todo el tiempo, lo sentí en cada rincón de la casa, en cada paso que daba. Es como si esa falta te ahogara por dentro, y no supieras qué hacer con ella. Pero, en algún momento, debes aceptar que la persona que se fue ya no está. Eso no quiere decir que olvides lo que vivieron, lo que compartieron. Sólo significa que, poco a poco, tienes que encontrar la manera de vivir con el vacío, de aprender a caminar sin esa carga que te aplasta.
Cariel la miró, escuchando atentamente, aunque su mente seguía atrapada en los recuerdos de Paloma, en lo que había perdido. La muerte de Paloma lo seguía atormentando, pero las palabras de su madre tocaban una parte de él que no sabía que aún existía.
—¿Cómo lo hiciste tú? —preguntó Cariel, sin poder evitar la pregunta. —¿Cómo lo superaste?
Isabelle respiró hondo, su mirada tornándose melancólica pero llena de fortaleza.
—No lo "superé", hijo. Nadie supera la muerte de un ser querido. Pero aprendí a seguir adelante, porque la vida no espera. Tienes que encontrar las pequeñas cosas que te dan paz, que te ayudan a seguir. No olvides a Paloma, no te olvides de lo que compartieron. Pero no dejes que su ausencia te consuma. La vida, por dura que sea, sigue avanzando, y tú también debes hacerlo.
Las palabras de su madre calaron en lo más profundo de Cariel, pero la sombra de Helios seguía allí, persistente, y las dudas sobre su destino no lo dejaban en paz. A pesar de lo que Isabelle decía, él sentía que algo mucho más grande que él estaba por ocurrir, algo que lo arrastraba hacia lo desconocido.
—Gracias, mamá. —dijo Cariel, aunque sus palabras no eran suficientes para expresar todo lo que sentía.
Isabelle lo miró con ternura, sabiendo que no podía forzar a su hijo a aceptar todo de inmediato.
—Recuerda, hijo, que siempre hay algo más allá del dolor. Siempre hay un camino, aunque no siempre lo veamos con claridad.
Cariel asintió, pero en su mente ya estaba decidido. Necesitaba salir. Necesitaba despejarse, aunque su cuerpo le pesara por todo lo que llevaba dentro. Decidió ir a la feria, con la esperanza de que algo lo ayudaría a encontrar algo de paz.
—Voy a salir un rato, mamá. —dijo, sin mucha convicción. —Voy con Andrew. Quizás eso me ayude a desconectarme un poco.
Isabelle lo miró con preocupación, pero asintió.
—Está bien, hijo. Cuídate. Y recuerda lo que te dije.
Cariel asintió, y sin más palabras, salió de la habitación, dejando atrás la calidez de su madre y la incomodidad de la sombra que lo perseguía.
Al llegar al cuarto de Andrew, el sonido del agua corriendo y el leve susurro de la ropa moviéndose le dieron la bienvenida. La luz tenue que se filtraba por la ventana iluminaba las sombras en las esquinas, creando un ambiente algo desordenado, pero familiar. El aire fresco del pasillo entraba a través de la puerta entreabierta, ligero y renovador, pero Cariel no podía evitar sentir una opresión pesada en su pecho. El espacio, aunque reducido, estaba cargado con la energía inconfundible de su hermano, pero en su mente, todo parecía lejano. A pesar de la carga que lo envolvía, Cariel sabía que algo de normalidad, por pequeña que fuera, podría ser lo único que lo sostuviera, aunque solo fuera por un momento.
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Editado: 30.12.2024