Memorias de una Venganza

Capitulo 11: Los Ojos De La Noche

Cariel accedió a la propuesta de Can, aunque la inquietud seguía oprimiéndolo como una garra invisible. Tan pronto como pronunció el “sí”, Can dejó escapar una sonrisa serena, la clase de expresión que transmitía la falsa seguridad de que todo estaba solucionado. Sin perder tiempo, se giró y comenzó a avanzar. Su andar era fluido, seguro, como si los eventos recientes no tuvieran el menor peso en su conciencia. Cada paso que daba desprendía una calma desconcertante, una indiferencia que contrastaba brutalmente con el ambiente pesado de las angostas y lúgubres calles que los rodeaban.

Para Cariel, sin embargo, todo era diferente. Cada pisada se sentía como un tambor resonando en su cabeza, una constante que le recordaba la decisión que acababa de tomar. Su mente no dejaba de regresar al momento anterior, a esa secuencia que lo había marcado: los golpes brutales que parecían no acabar, la sangre que teñía todo de rojo y ese instante en el que el tiempo mismo pareció congelarse. No podía evitar preguntarse cómo era posible que Can, el responsable directo de lo que había sucedido, avanzara con tal ligereza. ¿Cómo podía Can mantenerse tan sereno? ¿Acaso no lo afectaba lo sucedido?

La diferencia entre ambos no podría haber sido más evidente. Mientras Can avanzaba con una despreocupación casi insolente, como si el mundo estuviera en calma, Cariel luchaba con el peso de su entorno, un aire denso que parecía envolverlo en cada esquina. Las sombras se alargaban grotescamente, proyectadas por las luces intermitentes que apenas se atrevían a romper la oscuridad. El eco de sus pasos retumbaba como un murmullo constante en las calles desiertas, y cada sonido lejano se convertía en una advertencia silenciosa. Todo a su alrededor le suplicaba que retrocediera, que abandonara aquel camino incierto. Y, sin embargo, algo mucho más profundo lo empujaba hacia adelante: la presencia casi intangible de Helios, un peso invisible que lo obligaba a seguir, aun cuando su instinto le gritaba lo contrario.

El aire parecía volverse más denso con cada respiración, impregnado de un hedor penetrante a humedad mezclada con desechos que invadía sus sentidos. Cada paso que daba reverberaba en las callejuelas desiertas, como el redoble de un tambor que proclamaba su avance, imponente e inevitable.

Cariel no podía sacudirse la inquietante sensación de ser vigilado. Sus ojos exploraban las sombras, buscaban una figura, un movimiento... pero no se trataba de "alguien". Lo sabía, lo sentía en lo más profundo de su ser. Era Helios. Su presencia no necesitaba palabras ni forma; estaba allí, ineludible. Se manifestaba como una presión helada que se extendía desde su espalda hasta sus hombros, una carga invisible pero abrumadora que lo obligaba a continuar, incluso cuando cada fibra de su cuerpo deseaba detenerse.

Finalmente, llegaron. El escondite de la banda se alzaba como un gigante dormido: un edificio antiguo, con ventanas rotas y paredes cubiertas de graffitis que parecían más amenazas que arte. Frases como "El caos es ley" y "Solo los fuertes sobreviven" estaban pintadas en letras gruesas, salpicadas de colores oscuros. Sin embargo, no se dirigieron al interior. En su lugar, Can llevó a Cariel a la entrada que era un amplio patio central.

En el corazón del patio, varios miembros de la banda se congregaban alrededor de bidones que ardían con fuego intenso. Las llamas, agitadas por el viento, proyectaban destellos anaranjados que recortaban figuras fragmentadas en la penumbra. El aire estaba saturado de humo acre, mezclado con el característico olor del metal oxidado, un aroma que parecía incrustarse en la piel. A pesar de la crudeza del entorno, había una energía saturada en ese lugar, una vibración incómoda que sugería que aquel no era solo un refugio improvisado, sino el epicentro de algo mucho más vasto y peligroso.

—Cariel —dijo Can, su voz resonando con autoridad—, bienvenido a Los Ojos de la Noche.

Las palabras de Can rompieron la quietud. Un murmullo más intenso se levantó, como olas golpeando una orilla, y los presentes comenzaron a intercambiar miradas y comentarios. Cariel sintió el peso de cada par de ojos sobre él, evaluándolo, juzgándolo. Su garganta se secó, pero se obligó a mantenerse firme.

Cariel observó el lugar con recelo. A su alrededor, decenas de personas lo miraban. Algunos estaban sentados en cajones viejos o apoyados contra las paredes; otros, de pie, intercambiaban miradas calculadoras. La mayoría eran jóvenes, pero sus ojos mostraban algo más: cicatrices invisibles que hablaban de una vida difícil.

Can alzó la voz, y el murmullo en el patio se extinguió.

—¡Saludos a todos los miembros de Los Ojos de la Noche! —exclamó.

El silencio cayó como una manta sobre el lugar, pero no era un silencio vacío. Estaba cargado de atención, de expectación. Todos los presentes dirigieron sus ojos a Cariel, evaluándolo. Sus miradas eran pesadas, como si quisieran desentrañar su alma.

Cariel tragó saliva. Sentía cómo su corazón se aceleraba, pero se obligó a mantenerse firme. No sabía qué esperaban de él, pero estaba decidido a no mostrar miedo.

—Te traje aquí porque quiero que conozcas nuestro mundo. Es mi forma de agradecerte —continuó Can, colocando una mano en su hombro.

El peso de las palabras resonó en el aire, pero antes de que Cariel pudiera responder, una figura emergió de entre la multitud. Era una mujer con una presencia imponente. Su cabello corto y oscuro estaba perfectamente peinado, y su mirada era fría, casi calculadora. Tenía el porte de alguien que estaba acostumbrada a que la obedecieran.

—Ella es Guerra, mi segunda al mando —dijo Can, señalándola.

Guerra no dijo nada. Solo lo observó, sus ojos recorriéndolo de pies a cabeza con una mezcla de desdén y curiosidad. Cariel sintió que el frío de esa mirada le atravesaba como un cuchillo.

—¿Qué hace aquí? —preguntó finalmente Guerra, con una voz baja pero afilada.



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En el texto hay: crimen asesinatos, #acción, #alma

Editado: 30.12.2024

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