—Poker, Cariel... es especial —admitió Can, con un leve temblor en su voz—. Siempre busco personas con cicatrices profundas, almas destrozadas que puedan ser transformadas.
Sus ojos se perdieron en un recuerdo lejano.
—Lo conocí en el primer año de secundaria. Era mi rival en todo: notas, popularidad... incluso en el amor.
Can cerró los puños con fuerza, mientras la ira, vieja y corrosiva, resurgía en su interior.
—Me quitó a mi chica. Llegó de la nada y se llevó lo que era mío —su tono descendió a un susurro helado—. Nunca pude olvidar esa humillación.
Hizo una pausa, como si reviviera ese instante que marcó su vida.
—Entonces lo vi en la feria... y supe que no podía dejar pasar la oportunidad de vengarme.
Poker lo escuchaba, fascinado por la intensidad de Can.
—Lo vi en televisión. "El sobreviviente de los Lost Wings" —pronunció el apodo con desprecio—. Un título que no merece. Cuando vi que no hizo nada por la muerte de Paloma, supe que mi oportunidad había llegado.
Su mirada se endureció, transformándose en algo metálico, implacable.
—He estado tramando mi venganza durante años. Cariel representa todo lo que odio: la cobardía, la supervivencia sin honor. Y ahora que lo tengo cerca... —una sonrisa cruel se dibujó en sus labios— puedo cobrar mi deuda.
Poker lo observaba, una mezcla de incredulidad y respeto dibujándose en su rostro.
—¿Todo esto, por una simple chica? —inquirió, levantando una ceja.
—Sí, Poker. ¿Nunca has estado enamorado? —respondió Can, con un brillo nostálgico en sus ojos.
Poker guardó un silencio denso, sus engranajes mentales trabajando a toda velocidad.
—Señor —habló finalmente—, si usted lo reconoció, ¿por qué Cariel no lo identificó? —su pregunta era más que simple curiosidad; era un intento de comprender la compleja red de rencores de Can.
Can dejó escapar una risa amarga. —El tiempo lo transforma todo, Poker. Las cicatrices se modifican, los rostros cambian. Ya no soy aquel adolescente que él conoció —un velo de melancolía oscureció su mirada—. Me he convertido en algo completamente distinto.
Temo, siempre atento, asintió con una comprensión calculadora. —La gente no ve más allá de lo que quiere ver —murmuró.
La voz de Can se tornó un veneno contenido. —Lo haré sufrir. No solo por arrebatarme a mi chica en la secundaria, sino por su cobardía. Si hubiera estado a mi lado, Paloma seguiría viva —sus palabras vibraban con una rabia antigua, enquistada como una astilla en su alma.
Cada palabra era una sentencia. Cada recuerdo, una herida que seguía sangrando.
—El Calavera rara vez sale de su guarida —comentó Poker, levantando una ceja con incredulidad—. ¿Qué demonios lo hizo salir esa vez?
Can dejó escapar una risa seca y llena de frustración.
—No tengo ni la menor idea. Y, siendo sincero, si lo hubiera tenido frente a mí, probablemente tambien me habría congelado.
Sus ojos se afilaron, y un leve tic en su mandíbula delató la tensión que contenía.
—Contacta a Ruptura. Ahora.
—De inmediato —respondió Poker, ya girando sobre sus talones para cumplir la orden.
Cuando la puerta se cerró, Can quedó sumido en un silencio que parecía tragárselo. Los recuerdos de Paloma lo asaltaron: su perfil, su risa, ese momento que nunca existió más que en su imaginación.
—Debí haberle hablado —murmuró para sí, más que para Temo—. Solo una vez. Una maldita vez.
Helios, testigo silencioso, lo observaba con ojos que parecían atravesar las capas más profundas de su dolor. Sin hacer ruido, decidió que era momento de seguir su propio camino.
Con un movimiento que desafiaba las leyes de la física, Helios se deslizó a través de los muros. Sus alas, al desplegarse, eran como fragmentos de luz cortando la noche, su vuelo más cercano a una danza que a un simple desplazamiento.
Al llegar, Helios atravesó el techo como una sombra etérea, materializándose en la habitación con una gracia casi imperceptible. Cariel, tendido en la cama, lo observaba con una mezcla de alivio y frustración.
—¿Dónde estuviste, Helios? ¡Tengo tantas preguntas! ¿Por qué te quedaste allá y no viniste conmigo? —exclamó Cariel, su voz rebosante de frustración y ansiedad.
—No necesitas saber más de lo que te digo —contestó Helios con tranquilidad, su tono frío y distante.
—¡Pero no me estás diciendo nada en absoluto! ¿Cómo esperas que confíe en ti? ¿Qué tipo de magia usaste para que, con solo la promesa de ver a Paloma, aceptara un trato del que ni siquiera sé cómo va a terminar? —replicó Cariel, su voz quebrándose por la desesperación.
Helios lo miró en silencio, su presencia serena contrastando con la tormenta emocional que asolaba a Cariel.
Cariel dejó escapar un suspiro angustiado y, con voz temblorosa, expresó:
—Lo siento, Helios. Estoy tan confundido. ¿Por qué no me dijiste que acabaría en medio de una banda? —su frustración se entrelazaba con la desesperación.
—Todo forma parte de la promesa, Cariel —respondió Helios con calma.
—Pero al menos me gustaría conocer las cosas malas que me esperan... —insistió Cariel, su mirada implorando respuestas.
—No necesitas saberlo —declaró Helios, su tono imperturbable.
Cariel frunció el ceño, sus pensamientos corriendo a mil por hora.
—¡Te tengo, Helios! Entonces, ¿sabes lo que me va a suceder? ¿Conoces mi futuro? —preguntó, deseando alguna revelación.
Helios, en silencio, asintió lentamente, confirmando así lo que más temía Cariel.
—Necesito saberlo, Helios. Quiero entender cómo terminará mi vida —dijo Cariel, el miedo en su voz.
—Si sigues con esa terquedad, me iré —replicó Helios, su tono impasible y distante.
Cariel lo miró con decepción, reflejando una mezcla de ansiedad y frustración en su rostro.
—Lo siento, Helios. No sé qué rumbo tomar en mi vida. No volveré nunca más a la feria, y no quiero acercarme a ese tal Can. Dado que te quedaste allí, ¿sabes algo de él? —preguntó Cariel, con un hilo de esperanza en su tono.
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Editado: 30.12.2024