Memorias de una Venganza

Capítulo 16: Bajo Tablones Quemados

Can permaneció inmóvil, perdido en un mar de recuerdos que lo consumían por dentro. La imagen de Paloma emergió nítida en su mente, como un fantasma que lo perseguía. Cada momento no vivido, cada palabra no dicha, lo atravesaba como una daga silenciosa. Su amor por ella había sido un secreto enterrado, un anhelo que nunca se atrevió a manifestar.

—¿Qué habría sido de nosotros si hubiera tenido el valor de acercarme? —se preguntaba, con la melancolía oprimiéndole el pecho.

Los rostros de aquellos que jamás conocerían la profundidad de sus sentimientos parecían burlarse de su cobardía. Paloma encarnaba todo lo que Can nunca se permitió ser: valiente, espontánea, libre.

De repente, la puerta de la oficina se abrió con un golpe seco que quebrantó su ensimismamiento. Ruptura irrumpió en la habitación, su risa desquiciada resonando contra las paredes como un eco de locura. Sus ojos, brillantes y crueles, destilaban una malicia que hacía estremecer.

—Vaya, vaya... —canturreó Ruptura, avanzando con pasos calculados hacia Can—. ¿A qué debo el placer de este encuentro? —Su sonrisa era un arma, un instrumento de provocación.

Can lo observó con una frialdad que podría congelar el aire. Cada músculo de su cuerpo emanaba una tensión contenida, como un resorte a punto de saltar.

—Detrás de ti está Temo —respondió con una voz tan cortante como un bisturí—. Tengo una misión que requiere tu... particular habilidad.

La sonrisa de Ruptura se congeló por un instante. Se giró lentamente, descubriendo a Temo, quien permanecía sentado en una silla al fondo de la oficina, casi como una sombra silenciosa. El desconcierto cruzó fugazmente por su rostro, revelando la primera fisura en su aparente seguridad.

—No seas tan estirado, Can —rió Ruptura, su carcajada resonando con una mezcla de ironía y demencia—. Mis sonrisas son mi firma. Pero tranquilo, haré lo que necesites.

La mirada de Can, gélida e implacable, se deslizó hacia Temo.

—Guía a Ruptura y su pelotón hasta la casa de Cariel —ordenó, cada palabra destilando una frialdad calculada.

Temo asintió, su voz apenas un murmullo: —La ubicación no está lejos. Puedo conducirlos directo hasta allí.

Ruptura tamborilineó los dedos sobre la mesa, sus ojos brillando con una expectativa casi febril. —Y bien, Can, ¿cuál es mi misión específica? —preguntó, conteniendo apenas su ansiosa energía.

Sin apartar la mirada, Can abrió un cajón y extrajo una granada Molotov. La dejó caer sobre la mesa con un golpe seco que resonó como una sentencia. Su sonrisa era más cortante que un cuchillo.

—Quiero que tus habilidades con explosivos brillen como en tus mejores días —murmuró.

La risa de Ruptura estalló, una carcajada que era mitad júbilo, mitad locura. —¡Ja! ¿Acaso alguna vez te he decepcionado? —Su tono era una mezcla de orgullo y demencia—. Esta casa arderá como un faro en la noche oscura.

Temo observaba la escena, convertido en un espectador incómodo. Podía sentir la electricidad de la violencia inminente, la promesa de destrucción que flotaba en el aire como un perfume tóxico.

—Muévete, Temo —le espetó Ruptura—. Necesito reunir a mi pelotón, y cada segundo cuenta.

Salieron de la oficina en una estampida de energía destructiva. Ruptura convocó a sus hombres con una autoridad que bordeaba la histeria.

—¡Preparad todo el arsenal! —rugió—. Hoy recordarán por qué mi nombre significa terror. ¡Vamos a quemar esa casa hasta que no quede más que cenizas!

La locura de Ruptura se propagó como un virus entre sus hombres. Miradas vacías se llenaron de una violencia salvaje, músculos se tensaron, armas fueron amartilladas. Estaban listos para desatar el infierno.

El pelotón avanzaba como una marea de muerte, con Ruptura a la cabeza y Temo como guía silencioso. Las calles se vaciaban a su paso, un instinto primordial de supervivencia obligaba a las sombras a replegarse. Ventanas se cerraban con un susurro de pánico, cortinas se movían apenas, testigos mudos de la amenaza que se aproximaba.

—Jefe, ¿cuál es nuestro destino? —preguntó Hug, su voz un temblor entre la adrenalina y el miedo.

Ruptura soltó una carcajada que sonaba como el filo de un cuchillo. —Confía, muchacho. El caos siempre encuentra su camino —respondió, su sonrisa más cortante que cualquier arma.

La ciudad parecía contenerse, cada esquina, cada callejón guardando un aliento de terror. Sus sombras se proyectaban como jinetes del apocalipsis, anunciando una destrucción inminente.

En una esquina, un anciano buscaba algo entre las grietas del pavimento. Sus manos temblorosas raspaban el suelo, concentrado en recuperar una moneda perdida.

—Maldita sea —murmuró—. No puede haberse esfumado así como así.

Cuando levantó la vista, el mundo se detuvo. El pelotón estaba allí, una masa de violencia pura que parecía tragarse el aire mismo. Sus ojos, antes cansados, se abrieron en una expresión de pánico absoluto.

—Dios mío —susurró, su voz apenas un hilo—. ¿Qué está pasando?

Sus manos, marcadas por años de vida, temblaban al marcar el número de emergencias. Pero antes de que pudiera hablar, el primer grito cortó el aire:

—¡Fuego!

Las granadas Molotov surcaron el cielo como meteoritos de destrucción. Cada impacto era un rugido, cada explosión un latido de muerte. La casa de Cariel comenzó a arder, no como un incendio, sino como una erupción volcánica de fuego y odio.

Los vidrios estallaron en una lluvia de cristal incandescente. Las paredes se arquearon, se retorcieron, cediendo ante el calor como si fueran de papel. El fuego bailaba, hambriento, consumiendo cada rincón, cada memoria, cada secreto de la casa.

El anciano corrió. Sus piernas, que hacía años no recordaban la velocidad, ahora volaban sobre el asfalto. Tras de sí, el infierno seguía su curso, imparable, definitivo.

La llamada a emergencias era su último grito de esperanza contra la marea de la destrucción.
Mientras que dentro de la casa Isabelle estaba petrificada, su cuerpo convertido en una estatua de terror. Se desplomó en el suelo, envolviendo sus rodillas con brazos temblorosos, como si ese gesto pudiera protegerla de la destrucción que la rodeaba. Cada sollozo quedaba ahogado por el rugido ensordecedor de las llamas, un sonido que parecía querer tragársela junto con todo lo demás.



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En el texto hay: crimen asesinatos, #acción, #alma

Editado: 30.12.2024

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