La joven era una visión que desafiaba los límites de lo ordinario: un rostro ovalado como tallado en porcelana, enmarcado por ojos verdes que ardían como esmeraldas bruñidas. Su cabello rojo vibrante, del color de la sangre fresca, estaba recogido en un moño alto, con mechones rebeldes cayendo sobre sus mejillas como pinceladas de fuego.
Pero no fue su belleza lo que electrizó a Cariel, sino la pistola semiautomática que sostenía. El arma parecía una extensión orgánica de su cuerpo: cada línea, cada curva se fundía con su silueta como si hubiera crecido directamente de su piel. La sostenía con una precisión letal que hablaba de una intimidad más allá de lo mecánico, como si el metal y ella compartieran un lenguaje secreto.
Sin comprender del todo, Cariel percibió cada detalle del arma: el peso metálico, la textura áspera del cañón, la frialdad del gatillo. Cada especificación técnica le resultaba tan familiar como su propio nombre, como si esos conocimientos hubieran sido impresos en su memoria sin su consentimiento.
—¿Cómo reconozco esto? —se preguntó, un escalofrío recorriendo su espalda—. ¿Por qué siento que ya la he tocado antes?
La influencia de Helios era como un veneno sutil corriendo por sus venas, despertando capacidades ocultas, transformándolo. Cada día se sentía más extraño, más consciente, como si capas de su realidad se desvanecieran revelando un paisaje desconocido.
—Si Helios realmente quiere ayudarme, ¿por qué me rodea de tanto misterio? —la frustración le quemaba por dentro, un ácido que carcomía su paciencia.
Sacudió la cabeza, ahuyentando esos pensamientos. El abismo lo llamaba, y cada paso lo acercaba más a su destino.
Cuando estuvo más cerca, la chica se cubrió el rostro con un pasamontañas negro que solo dejaba ver el brillo de sus ojos, convirtiendo su mirada en un faro de advertencia.
—¡Alto! Ni un paso más —su voz era un látigo de advertencia, mezclando desconfianza y autoridad.
Pero algo cambió en su expresión. Lo observó con más detenimiento, como quien reconoce una melodía olvidada.
—Espera... —murmuró—. ¡Eres el sobreviviente de los Lost Wings! Cariel, ¿verdad? —Una sonrisa extraña se dibujó en sus labios, entre la sorpresa y algo que parecía un recuerdo a medio formar—. Sí, creo que tenía instrucciones sobre ti.
Cariel quedó suspendido en un limbo de confusión, sin saber si retroceder o avanzar, observándola como quien mira un espejismo.
—Perdón por el recibimiento —dijo ella, una risa cristalina escapando de sus labios—. Soy Liza, un nombre peculiar, ¿no? —Sus ojos verdes brillaban con una mezcla de picardía y complicidad.
Cariel permanecía inmóvil, como si hubiera sido congelado en medio de una escena incomprensible.
—¿Te comió la lengua el gato? —Liza hizo un gesto juguetón, tocándose la sien—. Tranquilo, no muerdo… bueno, no siempre —agregó con una sonrisa que bordeaba lo travieso y lo amenazante.
Un suspiro tembloroso escapó de los labios de Cariel, sintiendo cómo la tensión se desvanecía lentamente.
—Creí que me dispararías —murmuró, su sonrisa nerviosa temblando como una hoja al viento.
—¡Ja! Solo si vienes a matarme —bromeó Liza, su risa resonando entre las paredes desgastadas.
La mirada de Cariel reflejaba una confusión absoluta, como alguien perdido en un laberinto sin salida.
—¿Qué buscas aquí? —preguntó Liza, sus ojos escrutándolo con una curiosidad felina.
Cariel tragó saliva antes de responder, las palabras flotando entre ellos como un secreto a medio revelar:
—Quiero unirme a la banda.
Un "uy" apenas audible escapó de los labios de Liza, su expresión una mezcla de sorpresa y diversión.
—Sígueme —dijo finalmente, su movimiento era fluido, felino.
Mientras avanzaban, el edificio parecía respirar. Paredes agrietadas, mobiliario destrozado, un ambiente que destilaba historia y violencia. Cada paso de Cariel resonaba con una anticipación metálica, como si el suelo mismo guardara secretos.
—Can tiene puestos los ojos en ti —comentó Liza, su voz jugando entre la complicidad y la advertencia—. No sé qué hiciste, pero has captado su atención.
Un escalofrío recorrió la espalda de Cariel. El ambiente era denso, una mezcla de humedad, metal oxidado y un aroma indefinible de peligro.
—Can me advirtió que no te dejara entrar —rió Liza—. Pero las reglas están para romperse, ¿no? —Su sonrisa era un desafío, un guiño al caos.
Finalmente, se detuvieron frente a una puerta que parecía más una herida en la pared que una entrada.
—La oficina del gran líder —murmuró Liza, un brillo travieso en sus ojos.
Un golpe suave. Una voz grave desde el interior:
—¡Pasa!
Y entonces, el umbral del destino se abrió.
#2060 en Fantasía
#1038 en Personajes sobrenaturales
#2702 en Otros
#487 en Acción
Editado: 30.12.2024