Memorias de una Venganza

Capitulo 24: Ira Tensionada

Ambos se dirigían hacia la casa que Can había mencionado. A medida que avanzaban, Cariel sentía cómo el ambiente lo devoraba, un lugar tan ajeno que parecía respirar a su alrededor. Los edificios en ruinas se alzaban como esqueletos de un mundo olvidado, figuras espectrales se deslizaban entre las sombras, y el silencio de la madrugada los envolvía como una mortaja.

La ciudad no era un escenario, era un verdugo. Cada adoquín, cada muro derruido parecía observarlo, juzgarlo. Cada paso confirmaba que ya no era un mero espectador, sino parte de esta realidad oscura que lo consumía. Su ojo errante buscaba una salida, un resquicio de esperanza, aunque sabía que era una ilusión vana.

Can caminaba delante, su silueta proyectando una sombra más espesa que la noche misma. El ruido lejano de cristales rotos y gritos amortiguados se mezclaba con el eco de sus pasos. Cariel lo seguía, un autómata movido por un miedo que le paralizaba las entrañas.

El silencio finalmente se rompió cuando Can, con una naturalidad que helaba la sangre, decidió romper el mutismo:

—Cariel, siempre te veo tan preocupado. ¿Por qué no disfrutas la vida? —su voz sonaba errática, casi burlona.

Cariel no respondió. Ni siquiera lo miraba, esquivando su mirada con un recelo que destilaba terror. Can suspiró, tragando algo más que palabras.

—Bien —masculló con un tono que bordeaba el aburrimiento—. Sé que estudias. ¿Qué carrera sigues?

—Ingeniería robótica —respondió Cariel, su voz apenas un susurro quebrado por el miedo.

Una risa seca escapó de la garganta de Can. Una risa que no llegaba a sus ojos, un sonido metálico y vacío.

—Estudiar es para débiles —sentenció con una superioridad que cortaba—. ¿En serio crees que vas a cambiar el mundo con robótica?

—Mi madre decía que estudiar permite transformar el mundo —replicó Cariel, aferrándose a ese recuerdo como a un último resguardo.

Can limpió una lágrima imaginaria de su ojo, su risa resonando entre los edificios destruidos.

—Cambiar el mundo... —murmuró—. No creo que se pueda revertir lo que "él" hizo. Cápora me contó historias sobre cómo todo se destruyó, pero son solo eso, historias.

Un escalofrío recorrió la columna de Cariel. Siempre había visto el mundo como un lugar de rostros cansados, protegido por el amor de su madre, por la presencia de Andrew. Ahora ese refugio se desmoronaba con cada paso.

De pronto, Can se detuvo frente a una casa. Una sonrisa cortante, sin alegría, dibujó sus labios.

—Aquí es —declaró.

El corazón de Cariel se detuvo. Reconoció la vivienda de inmediato: la casa de Jaxon, su amigo de toda la vida. Un nudo de terror se anudó en su garganta.

—¿Que... ¿qué estamos haciendo aquí? —preguntó, su voz hecha añicos.

La mirada de Can se clavó en él, una mezcla de frialdad y una enigmática diversión.

—¿Lo conoces? —respondió con otra pregunta.

El miedo lo consumió. Sus manos temblaban, su respiración se había convertido en jadeos entrecortados. Estaba comprendiendo la pesadilla que se avecinaba.

—Es mi mejor amigo —susurró—. ¿Por qué quieres matarlo?

Can se encogió de hombros, como si estuviera hablando del clima y no de un asesinato.

—Trabajo es trabajo —sentenció—. Aquí se hace lo que yo diga.

En ese momento, una voz conocida resonó en la mente de Cariel. Helios, apareciendo como un espejismo de calma en medio del caos.

—Entra —ordenó—. Hazle caso. Todo estará bien.

Cariel dio un paso adelante, cada movimiento un acto de rendición y de supervivencia. Algo terrible estaba a punto de suceder, pero ya no había marcha atrás.

La noche los consumiría pronto.

Los dos entraron en la casa sigilosamente, conscientes de que no podían hacer ruido ni despertar a nadie. Cada paso era medido, cada movimiento calculado. El silencio en la oscuridad de la madrugada los rodeaba como una manta pesada y sofocante.

Can se movía con una calma que rozaba lo perturbador, sus ojos recorriendo la estancia como un depredador analizando su territorio.

—Escucha bien, Cariel —murmuró, casi rozando el susurro—. No solo viene Jaxon en esto. No puede quedar nadie que cuente lo que pasó.

Cariel, incapaz de aceptar lo que estaba a punto de suceder, reaccionó de inmediato. Su voz tembló de furia contenida:

—¡Ese no fue el trato! ¡Yo no mataré a nadie más!

—¿Entonces matarás a tu amigo? ¿Qué clase de amigo eres? —replicó Can, sus palabras cargadas de burla y veneno.

Cariel sostuvo la mirada de Can, desafiante y silencioso, aunque su cuerpo lo traicionaba. Cada fibra de su ser parecía congelada entre el miedo y la rabia, como un león enjaulado consciente de su impotencia.
No necesitó palabras para expresar su desprecio; bastaba su mirada, cargada de una intensidad capaz de derretir el acero. Cuando finalmente habló, su voz cortó el aire como un filo helado:

—Escúchame bien. —Cada palabra resonó con la contundencia de un martillo—. Aquí no hay opciones. Tú no decides nada, yo mando. Y si se te ocurre resistirte, te juro que lo que le pase a Jaxon será un alivio comparado contigo.

La amenaza permaneció suspendida entre ellos, pesada y letal. Cariel sentía cómo la furia hervía dentro de él, una caldera al borde de la explosión. Pero el miedo lo mantenía clavado en su lugar, luchando por respirar. Sus jadeos eran cortos y entrecortados, como si cada aliento fuera una batalla contra el pánico que amenazaba con consumirlo.

Can ignoraba por completo la lucha interna de Cariel. Observaba los alrededores, su mirada evaluadora y cruel registrando cada detalle.

—Qué casa tan linda... ¿cómo es que algo así existe en un lugar como este? —comentó con voz ligera, pero sus ojos seguían recorriendo la habitación como un depredador acechando a su presa—. Este olor... es tan dulce. Huele como mi dulce Paloma.

Cariel se quedó paralizado, las palabras de Can le atravesaron como dagas. Un escalofrío recorrió su espalda, helándole hasta los huesos. Sus ojos, que habían estado clavados en el suelo, se alzaron de golpe hacia Can.



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En el texto hay: crimen asesinatos, #acción, #alma

Editado: 30.12.2024

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