Memorias de una Venganza

Capitulo 26: Disputa Interna

Como un suspiro en la noche, Helios se materializó junto a Cariel, su presencia tan súbita como familiar.

—Parece que has encontrado algo de paz —observó Helios, su voz serena contrastando con la agitación que aún vibraba en el aire.

Cariel se giró hacia él, su corazón saltando entre el sobresalto y el alivio. Era extraño cómo la simple presencia de Helios podía actuar como un bálsamo para sus heridas invisibles.

—Siempre apareces así —una sonrisa cansada se dibujó en su rostro—, en los momentos más inesperados.

Helios respondió con una risa suave, un sonido que parecía flotar en el aire como una pluma.

—Es mi especialidad —dijo con gentileza—. Ahora necesitas reponer fuerzas. Lo que viene requerirá toda tu energía.

Cariel exhaló profundamente, sintiendo el peso de esas palabras. Aunque el consejo era sensato, la sombra de lo ocurrido con Can seguía acechando en los rincones de su mente, un recordatorio constante de que nada volvería a ser igual.

—¿Qué haré con Can? Si la banda se entera...—las palabras se desvanecieron en su garganta.

Helios lo observó con esa calma que parecía emerger de un pozo sin fondo.

—Can sobrevivirá. Volverá —su voz fluía como agua clara—. No estará feliz, pero regresará.

Cariel se quedó en silencio, procesando esas palabras. Una extraña serenidad lo invadía, contradictoria con la violencia de sus acciones recientes. Era como si algo se hubiera liberado en su interior, aunque la culpa seguía ahí, un peso familiar en sus entrañas.

—Es raro... esta calma —murmuró, más para sí mismo que para Helios—. No debería sentirme así después de...

Se detuvo, incapaz de completar el pensamiento.

—Me voy a descansar, Helios. Gracias por estar aquí.

Sus pasos lo llevaron hasta su habitación, un rincón austero en el enorme edificio. La cama crujió bajo su peso, un sonido familiar en medio del caos de la noche. El cansancio lo arrastró hacia el olvido casi instantáneamente, como si su mente hubiera decidido que ya era suficiente por hoy.

Mientras Cariel se hundía en un sueño profundo, la madrugada seguía su curso, indiferente a las tormentas que agitaban el alma del joven durmiente.

Horas más tarde, un grito lo despertó abruptamente.

—¡Cariel! —rugió Can desde afuera del edificio.

—¡CARIEL! —La voz de Can resonó contra las paredes del edificio, cargada de una rabia que hizo temblar hasta el aire.

Con el corazón martilleando contra sus costillas, Cariel se incorporó de golpe. Sus dedos temblorosos lucharon con la máscara que aún le cubría el rostro, empapada en sudor. La arrancó mientras cruzaba la habitación a zancadas, cada paso un eco de su pulso desbocado.

Cuando abrió el portón, la escena lo golpeó como una bofetada: Can estaba de pie bajo la luz mortecina del sol, su figura imponente manchada de sangre que goteaba sobre el asfalto. No era solo sangre; era una promesa de violencia. A su alrededor, como sombras convocadas por su ira, se congregaban miembros de la banda que Cariel jamás había visto juntos. Incluso los más esquivos habían emergido de sus madrigueras, atraídos por el magnetismo de la inevitable confrontación.

—Hoy... —la voz de Can era grave, casi un gruñido, cargada de un desprecio que parecía más profundo con cada palabra—. Hoy te mataré, Cariel.

A su alrededor, el pelotón de Plomo formaba una barrera de cuerpos tensos, como si fueran un solo organismo respirando al unísono. Algunos rostros mostraban fascinación morbosa, otros dejaban entrever el miedo al desenlace que todos sabían inevitable. El murmullo de la multitud se arrastraba entre ellos como una corriente invisible, llenando el aire con una electricidad que ponía la piel de gallina.

Cariel sentía las miradas como dagas, clavándose en él desde todas partes. Cada uno de esos ojos llevaba consigo un juicio silencioso, un peso que habría sido insoportable en otro momento. Pero esta vez, algo había cambiado. Ya no había miedo en su interior. En su lugar, una serenidad extraña lo llenó, como si todo lo que importara estuviera por resolverse en ese instante.

Inspiró profundamente, dejando que el aire frío calmara sus pensamientos. Alzó la mirada, y cuando habló, su voz salió firme, sin temblar:

—Ya no me intimidas, Can.

Las palabras sonaron simples, pero cargadas de un peso que hasta él mismo sintió. Eran más que una respuesta; eran una decisión.

—Prefiero renunciar antes que seguirte.

El silencio que siguió fue pesado, como si el mundo contuviera la respiración, esperando el próximo movimiento.

Can soltó una carcajada que sonó como cristales rotos, una risa sin alegría que heló el ambiente.

—¿Tienes idea de lo que provocaste, Cariel? —su voz temblaba de rabia contenida—. Los de Plomo tuvieron que sacarme a balazos. Hay policías muertos por tu culpa, ¿me oyes? Muertos. —Hizo una pausa y torció la boca en una mueca cruel—. No pude acabar con tu amiguito, pero no te preocupes... después de enterrarte a ti, iré por él.

Con un movimiento fluido que delataba años de práctica, Can sacó una pistola de la cintura de su pantalón. El cañón negro apuntó directo al pecho de Cariel, sin temblar.

—Se acabaron los juegos —escupió las palabras como veneno—. Estoy harto de ti.

El frío metal del arma parecía absorber la luz, dejando todo el patio en penumbra. Cariel sintió que el aire se espesaba, como si algo le aplastara el pecho. Estaba a punto de sucumbir al pánico, cuando de repente, una voz cortó la tensión.

—¡BASTA!

La orden golpeó el aire con fuerza. Guerra apareció desde las sombras, su silueta recortada contra la débil luz de las habitaciones. Can se dio vuelta rápidamente, su rostro lleno de furia.

—Tú otra vez... —masculló, apretando los dientes—. Mantente fuera de esto.

Guerra caminó hacia él sin detenerse, con pasos firmes sobre el concreto. Sus ojos, duros, no se apartaron de Can.

—Ya sabes cómo va esto, Can —dijo, tranquila, pero con una amenaza clara en su voz—. Después de ti, soy yo la que manda. Y te estoy diciendo que lo dejes en paz.



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En el texto hay: crimen asesinatos, #acción, #alma

Editado: 30.12.2024

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