La amenaza de Plomo cortó el aire pesado con un eco metálico:
—No te hagas ilusiones, Liza. No eres rival para mí.
Liza esbozó una sonrisa afilada, más peligrosa que la navaja que extrajo lentamente de su bota. Sus ojos brillaban con una mezcla de furia contenida y diversión calculada.
—Parece que alguien quiere hacerse el héroe —murmuró, antes de clavar la navaja con una precisión mortal en el pie de Plomo.
El grito de dolor de Plomo retumbó en las paredes sucias, y se dobló hacia adelante, maldiciendo entre dientes mientras un hilo de sangre manchaba el suelo.
—¡Maldita zorra! —bramó, controlando el alarido de dolor que amenazaba con escapar.
La pelea estalló con la violencia de un huracán. Los cuerpos chocaban, golpeaban y se deslizaban entre la sangre y el sudor. En medio del caos, Liza vio a Cariel, paralizado, su mirada desorbitada por el miedo que lo tenía atrapado.
Su voz cortó el aire como un látigo:
—¡Guerra, hacia Cariel!
Los soldados de la banda se movieron al unísono, como una jauría lista para devorar. Guerra captó la orden al instante, sus músculos tensándose como resortes.
—¡Liza, conmigo! —gritó, su voz cargada de adrenalina y decisión.
La carrera de Guerra hacia Cariel se detuvo de golpe cuando Ruptura surgió repentinamente, bloqueando su paso. Un destello de incertidumbre atravesó su mente.
—¡Guerra, detente! —gritó Ruptura—. ¡Can es nuestro líder, no puedes traicionarlo!
La voz de Ruptura sonaba entre la súplica y la amenaza. Guerra no se detuvo. Sus ojos, duros como piedras, seguían fijos en Cariel.
—Ni loca te haré caso —murmuró para sí misma, esquivando a Ruptura con un movimiento felino.
Desde el suelo, Can hervía de rabia. La sangre resbalaba por su rostro, sus ojos inyectados de furia:
—¡Cariel! —su grito sonaba como un aullido de bestia herida— ¡Te voy a destrozar! ¡No escaparás de mí!
Cariel sintió que el miedo le subía por la garganta. Varios miembros de la banda lo miraban como buitres esperando su presa. Un tipo corpulento le cerró el paso, su aliento apestando a alcohol viejo.
—¿A dónde vas? —su sonrisa era más una mueca de amenaza— Pagarás por tu traición.
Antes de que el matón pudiera alcanzar a Cariel, una mano colosal lo levantó como si fuera un muñeco de trapo. Con un movimiento que desbordaba su tamaño, lo arrojó a varios metros de distancia, estrellándolo contra el suelo con un estruendo sordo.
Un coloso emergió, cortando el aire con su sola presencia. Torque no era solo un hombre; era una masa de músculo y grasa, calvo, con labios gruesos y una papada que parecía flotar sobre su cuello como una nube gris. Su ojo de cristal reflejaba la escena con un brillo artificial, mientras su ojo oscuro irradiaba una intensidad casi metálica.
—¡Torque! —gritó Guerra, más una advertencia que un saludo—. ¡Aléjate de Cariel!
Pero Torque era una estatua de carne. No se movió, no pestañeó. Su mirada atravesaba a Guerra como si fuera transparente.
Liza intervino, su voz cortante como un látigo:
—Te saqué de tu guarida para ayudar, no para crear más caos. ¿Me escuchaste?
Un gruñido gutural salió de la garganta de Torque, un sonido bajo y salvaje que hizo vibrar el aire.
—Ayudé —dijo, su voz áspera como si estuviera raspando rocas.
Cariel, temblando, apenas logró susurrar:
—Es verdad. Me salvó.
La tensión en el ambiente era tan densa que parecía que cualquier palabra podría romperla. Liza, aliviada pero alerta, se acercó a Torque, su tono una mezcla de orden y necesidad:
—Gordito, ahora necesitamos que nos cubras.
Guerra, con una sonrisa tensa que no llegaba a serlo del todo, asintió y gritó:
—¡Vamos! Tenemos que proteger a Cariel. ¡Torque, estás con nosotros!
Can, retorcido en el suelo, con el rostro distorsionado por la rabia, buscaba su pistola con desesperación. Cada movimiento que hacía era un espasmo de frustración.
—¡Maldita sea! —rugió— ¡¿Dónde diablos está mi pistola?!
Su voz estaba cargada de veneno. Con lo poco de autoridad que le quedaba, reunió a los suyos. Sus ojos, inyectados de sangre y llenos de odio, reflejaban una locura a punto de estallar.
—¡Escúchenme bien! —gritó— ¡Saquen sus armas! ¡Quiero a Fénix muerto! ¡Que nadie escape con vida!
El caos estalló con la violencia de una bomba. La sangre teñía el suelo de rojo, mezclándose con el polvo y los escombros. El aire estaba cargado de gritos y disparos que hacían vibrar las paredes.
Desde lo alto del edificio, un vigilante observaba en silencio. Sus ojos, fríos y calculadores, recorrían la escena. Algo no estaba bien. Un nombre flotaba en su mente, como una sombra: Temo. ¿Dónde estaba Temo? Poker tampoco estaba. Los cabecillas no se mostraban.
Su mirada se movía con precisión, escaneando cada rincón, cada gesto. Algo en todo aquello no encajaba.
Ruptura estaba completamente desorientado, sin saber qué hacer mientras Plomo, a pesar del dolor en su pie, seguía luchando con furia ciega. Fénix, aunque aún estaba en pie, se veía cada vez más agotado, como si cada golpe lo estuviera drenando por dentro.
Desde lo alto del edificio, un vigilante observaba la escena con una calma inquietante. Era un hombre de complexión media, ágil, casi imperceptible en su presencia. Su cabello, lacio y rapado a los lados, caía en un copete desordenado que le daba un aire sombrío. Los ojos oscuros, profundos, miraban con detenimiento, mientras una expansión en su oreja derecha añadía un toque de rebeldía a su figura. Sus brazos, cubiertos de tatuajes de plumas, y el de alas que destacaba en su cuello, parecían contar historias que ni él mismo quería recordar.
Con un suspiro cansado, murmuró, casi en voz baja:
—Vaya, qué malditamente cansado está todo esto.
Cuervo se levantó, sus huesos crujieron levemente mientras se estiraba. El techo bajo sus pies estaba frío y resbaladizo, y el sonido de sus pasos parecía amplificarse en el silencio matutino. Caminó hacia la escalera, su mente ya envuelta en la misión que tenía entre manos.
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Editado: 30.12.2024