Memorias de una Venganza

Capitulo 28: Un Líder Inesperado

El grito desgarró la garganta de Cariel cuando vio a Fénix desplomarse. El mundo pareció ralentizarse, cada segundo estirándose como goma.

—¡Guerra! ¡Fénix está en el suelo! —Su voz se quebró por el pánico.

Guerra apretó la mandíbula hasta que sus dientes crujieron.

—¡Mierda! —El juramento apenas había escapado de sus labios cuando los disparos cortaron el aire nocturno.

Se oyeron disparos, y en medio del caos, todos se dieron cuenta de quién era el responsable. Cuervo apareció de repente, con su figura tan oscura destacándose entre la multitud. Avanzó con una calma inquietante, plantándose frente a Liza, Guerra, Cariel y Torque.

—Entréguenme a Cariel. —La voz de Cuervo era firme, pero sus ojos revelaban el cansancio. El peso de sus palabras cayó sobre todos como una amenaza difícil de ignorar.

Torque avanzó un paso, su pecho subiendo y bajando con lentitud. No dijo nada, pero su postura era una advertencia. Sus ojos, fijos en Cuervo, hablaban por él: no iba a moverse.

Mientras tanto, entre el caos de gritos y golpes, Can se arrastraba por el suelo. Un sudor frío le cubría el rostro, y sus manos temblaban al buscar algo entre los cuerpos. Sus dedos tropezaron con un arma caída, y su mirada chispeó con una mezcla de alivio y furia al tomarla. El peso del arma en su mano pareció devolverle algo de control.

Con la pistola bien sujeta, Can se levantó lo justo para no ser visto. Su corazón latía con fuerza, pero sus movimientos eran rápidos y seguros. Sus ojos no se apartaban de Cariel. Pasó entre las piernas de los que peleaban, aprovechando el bullicio para acercarse más y más.

De pronto, un tirón violento interrumpió la escena. Can había alcanzado a Cariel. Sus manos se cerraron alrededor del saco del muchacho, jalándolo hacia atrás con una fuerza desesperada.

—¡Cápora, encárgate! —El grito de Can fue como un trueno en medio del caos.

Cariel se debatía como si su vida dependiera de ello, las rodillas golpeando el suelo y los codos chocando contra el aire. Can no lo soltaba, sus dedos enterrándose en el tejido de su saco como si fueran raíces que se negaban a ceder. Cada vez que Cariel se retorcía, podía sentir el aliento ardiente de Can junto a su oreja, un recordatorio constante de la amenaza que lo mantenía atrapado.

Guerra dio un paso hacia adelante, los músculos de su mandíbula marcándose por la rabia contenida. Pero antes de que pudiera llegar a Can, algo pequeño y rápido cruzó su campo de visión, obligándolo a detenerse.

—¡Con gusto, señor Can! —La voz surgió de manera inesperada, una mezcla de dulzura y algo que dejaba un mal sabor en la boca.

Cápora apareció frente a Guerra, bloqueando su camino con una calma desconcertante. Su figura, aunque menuda, parecía llenar todo el espacio. No necesitaba más que su postura para dejar claro que no iba a permitir que nadie se acercara.

Había algo en ella que descolocaba: su piel canela, característica de su herencia mestiza, brillaba bajo la luz del día, acentuando los trazos suaves pero firmes de su rostro. Su cabello cortísimo caía perfectamente recto, enmarcando unas mejillas redondeadas que, en otro momento, podrían haber parecido adorables. Pero no había nada adorable en la forma en que sus ojos brillaban bajo el flequillo. Eran dos agujeros negros, fríos y calculadores, que analizaban cada detalle con una precisión casi clínica.

Sus labios dibujaban una línea que podría haber sido una sonrisa, pero no lo era. No del todo. Había algo en esa curva que parecía gritar peligro.

Cápora inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado, observando a Guerra como si fuera un insecto bajo una lupa. Luego, sin apartar la vista de él, se agachó un poco, adoptando una postura que recordaba a un felino acechando.

—¿De verdad quieres intentar algo? —preguntó, su tono ligero, casi divertido, pero con un filo que podía cortar el aire.

La escopeta recortada en manos de Cápora parecía pesar menos que la amenaza que cargaba consigo. El reflejo de la luz en el cañón recorría el espacio como un destello letal. Ella no necesitaba alzar la voz; su presencia bastaba para cortar cualquier intento de resistencia.

—Quietos —dijo en un tono apenas audible, pero firme. El roce de su dedo en el gatillo dejó claro que no repetiría la orden.

En un rincón, Can se movía como una fiera acorralada. Sus manos, grandes y toscas, se cerraron alrededor del cuello de Cariel, levantándolo como si fuera un trozo de tela. Los pies del muchacho se agitaban en el aire, buscando tierra firme, hasta que un puñetazo brutal lo derribó como un saco de piedras.

El golpe resonó, seco, arrancando un gemido de Cariel, que quedó tendido en el suelo. La sangre le llenó la boca, espesa y metálica, mientras el ardor en su rostro pulsaba con cada latido. Quiso moverse, pero el peso de Can lo mantuvo clavado al piso.

—¿Ves, Cariel? —la voz de Can era áspera, pero con una calma que resultaba más cruel que cualquier grito—. Todo lo que tocas se vuelve cenizas. Mira a Fénix, igual que tú: un miserable que no pudo salvarse.

Se inclinó, su rostro a centímetros del de Cariel, con los ojos encendidos por una mezcla de desprecio y placer.

—Paloma está muerta, tu madre está en el hospital y pronto Fénix se irá con ellos. Cuando termine contigo, me encargaré de que ninguno de ellos te sobreviva.

El silencio que siguió no fue de resignación, sino de algo que rugía en lo más profundo de Cariel. Su respiración se volvió errática, como si intentara contener una ola que no podía detenerse. Lentamente, sus dedos buscaron el arma en su cinturón.

El metal frío pareció devolverle el control perdido. La rabia, acumulada como brasas encendidas, rompió finalmente el dique. Cariel se puso en pie, tambaleándose, pero con un propósito que hacía temblar cada fibra de su ser.

La pistola se alzó con esfuerzo, el cañón apuntando directamente a Can. Su mano temblaba, pero sus ojos no vacilaban. Por un momento, el rostro de Can se petrificó; esa seguridad inquebrantable se resquebrajó al ver algo nuevo en Cariel.



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En el texto hay: crimen asesinatos, #acción, #alma

Editado: 30.12.2024

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