Mis piernas me impulsan a seguir caminando, el sol calienta mi piel de una manera exquisita; es como si lo extrañara, pero no comprendo por qué. Las personas pasan a mi lado, algunas voltean a verme con asombro, otras simplemente hacen la señal de la cruz y caminan más rápido.
Busco alguna respuesta sobre el porqué de su comportamiento, pero no encuentro ninguna. No es mi vestimenta, porque llevo un pantalón jean negro, una camisa un poco holgada de manga larga en tono gris. ¿Entonces por qué se persignan?
Llegó hasta unos pequeños locales de venta de ropa que me parecen familiares de una forma muy extraña. Siento que ya estuve aquí, solo que no recuerdo cuándo. El tiempo les ha caído encima, eso lo noto por la pintura que se cascarilla poco a poco, la falta de ropa y el gran grupo de cajetas que aguardan dentro. ¿Tal vez se estarán mudando? ¿O quizás son nuevos inquilinos?
Sin saber por qué, me aproximo hasta el interior de la pequeña tienda. La puerta se abre con facilidad, sin hacer ruido, lo que contrasta con lo que emana el lugar. Me detengo frente a muchas cajetas y siento el impulso de rozarlas con los dedos, y eso hago. Las yemas de mis dedos recorren las diferentes formas, acumulando suciedad; sin embargo, también me causan cosquillas. Mis mejillas se estiran levemente, formando una sonrisa inconsciente.
Mi corazón martillea con fuerza, mis manos pican por seguir tocando todo a mi alrededor. Es extraño. Creo que es... ¿felicidad? Pero, ¿por qué?
El crujido de la madera me hace girarme para contemplar a una chica de cabello negro, ojos saltones y tez pálida. Al verme, se pone más pálida. Comienza a temblar, hace la señal de la cruz y forma una cruz con ambas manos.
De nuevo está sucediendo. ¿Por qué todos hacen eso? Hasta que a mi mente llegan pequeños destellos junto a esta chica, dándome a entender algo: ella es mi amiga.
—Oh —murmuro.
Un pequeño vacío en mi mente se va llenando poco a poco, y la claridad me golpea. Pero ¿por qué estoy tan perdida? Aunque mi mente lo está, mi cuerpo evoca la sensación de familiaridad con este lugar, con ella.
—¿Qué haces? —cuestiono, cansada de no comprender lo que todos a mi alrededor hacen.
Ella da un paso hacia atrás, hasta que su espalda choca contra la puerta de vidrio. Sus extremidades tiemblan, al igual que sus ojos, que se tornan de un color rojizo. ¿Será que no me recuerda? ¿O cree que le voy a robar? No tengo esa fachada en lo absoluto.
—Se supone que estás muerta —susurra por lo bajo.
¿Muerta? Esas palabras golpean mi cabeza, causando más agujeros de los que ya siento.
Debe ser un mal chiste, ¿verdad? ¿Por qué estaría muerta si estoy aquí parada?
—No hagas ese tipo de bromas, son muy malas —la regaño, cruzándome de brazos.
Me giro levemente, buscando la caja que parece más fuerte con el fin de sentarme. Hasta que encuentro una medio decente, aunque es probable que termine llena de tierra. La chica permanece en el mismo lugar, observándome. Es posible que sus ojos quieran escaparse de sus cuencas.
Es extraño, la recuerdo, pero no recuerdo su nombre. ¿Eso les pasará a las personas a menudo?
—No estoy jugando. El año pasado te enterramos, incluso se realizó un velorio en tu honor —su voz va ganando volumen poco a poco.
Se yergue, cruza los brazos y, en cuestión de segundos, su expresión pasa a una de pocos amigos.
—La pregunta es, ¿quién eres tú? —sus palabras cargadas de ira.
Avanza un paso en mi dirección.
—Ese es otro problema, no recuerdo mi nombre…
Cierro los ojos al entender que acabo de decir eso en voz alta. Inspiro con esfuerzo y exhalo, llenándome de valentía. Abro los ojos lentamente, encontrando la misma capa de molestia en el rostro de la chica, solo que por un segundo esa máscara se agrietó un poco.
—¿Qué haces aquí? —cuestiona ella.
Me encojo de hombros.
—No lo sé, solo sentí que conocía este lugar y que te conozco, pero no recuerdo tu nombre —me sincero.
Tal vez ella pueda ayudarme, tal vez ayude a mi mente a liberarse de los inmensos agujeros con los que están plagados mis recuerdos.
Ella asiente, sin mucha convicción. Sigue aproximándose, hasta que se detiene frente a mí. Se agacha hasta quedar a la altura de mi rostro. Sus ojos son oscuros como el carbón, algo que siento que es imposible. Su cabello es igual de oscuro, tal vez un negro azabache. Su rostro es fino, levemente voluminoso. Ella sujeta mi mano derecha y la voltea, hasta que sus ojos se detienen en una marca que tengo en la muñeca, semejante a que alguien hubiera apagado un cigarro muy grande en esa zona. Es de un tono rojo.
Sus ojos regresan a mi rostro con asombro, sus pupilas se dilatan y brillan levemente. Tal vez es la iluminación. Sigue inspeccionando mi brazo, hasta detenerse en dos lunares que están en mi brazo, cerca de esa zona donde a los doctores les gusta sacar sangre a sus pacientes. Baja y observa mis dedos: el pulgar, índice y dedo medio, que en su interior están llenos de cortes, de tal manera que es imposible tener una huella dactilar en ellos.
Se aleja levemente, llevando su mano hasta su boca y parece contener un jadeo. Las lágrimas se deslizan por sus mejillas, tiñéndolas en el proceso. Pero ¿por qué llora?
Volteo a ver por la ventana, no sé qué se debe hacer cuando alguien llora.
—Sí, eres tú —pronuncia con asombro.
Asiento sin comprender el significado de esas palabras. Sí, soy yo, pero ¿quién se supone que soy? ¿Por qué no recuerdo nada? ¿Qué se supone que me pasó? ¿Por qué la gente cree que morí hace un año?
Llevo mis manos hasta mi cabeza, rascándome con cierta prisa.
—De verdad eres tú —el asombro se filtra cada vez más.
—Sí, sí, soy yo —mi voz sale plana—, solo que no sé quién soy.
Ella se detiene a mirarme por unos minutos más y, de la nada, me empuja contra el suelo. Meto las manos, impidiendo golpearme en otros lugares, pero una pizca de dolor recorre mis muñecas. Perfecto, llegué con una loca. Hasta que siento que ella levanta la parte trasera de mi camisa.
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Editado: 16.01.2025