Mente fragmentada

Capítulo 2; Identidad desconocida

Me siento en una silla que ella sacó de algún lugar. Ella me observa expectante a lo que salga por mi boca. Esto parece una escena de secta satánica.

—¿Qué recuerdas? —cuestiona ella, anotando en un cuaderno.

No sabía que ella era terapeuta.

—Nada —vuelvo a repetir.

Lo cual es cierto. Si recordara algo, no estaría aquí perdiendo el tiempo. Tal vez estaría tomando un frappe de galleta con café, o quizás un helado de Dairy Queen, o aun mejor, una pizza de piña con miel.

—¿Cuál es tu película favorita? —pregunta.

Esto no va a servir, hasta que mi boca se abre en contra de mi voluntad.

—Todas las películas de Los Juegos del Hambre —respondo, sintiéndome tan sorprendida como ella.

¿Cómo es esto posible?

—¿Qué odias?

—A la humildad —me tapo la boca después de escucharme a mí misma decir eso.

Santo.

Sin embargo, ella, lejos de molestarse, comienza a reírse. Su risa es contagiosa, pero niego, sintiéndome extraña.

—Sí, definitivamente eres tú —se seca las lágrimas.

Claro, porque para ella eso tiene lógica.

—Sabes, tengo hambre y no puedo pensar con hambre —intento mi mejor sonrisa.

Solo que ella, al verme, en lugar de darme la razón, vuelve a carcajear. Está loca. Perfecto.

—De verdad, no miento, tengo hambre —me quejo, y me falta poco para llorar.

Ella se pasa las manos por los ojos.

—¿Qué? —cuestiono sin más.

—Es que tienes el mismo apetito de siempre —se ahoga en el proceso y se recupera rápidamente.

Me levanto lentamente, sintiendo mi estómago rugir. Esta mujer me va a dejar morir de hambre.

—¡Tengo hambre! —bramo, sintiéndome al borde del llanto.

Mis piernas cobran vida, sacándome de la tienda. Si sigo aquí un segundo más, me voy a meter un tiro. El aire golpea mi rostro y sigo caminando. Debería preguntarle más sobre mí, sobre quién soy, sobre mi vida, pero no puedo pensar con hambre. Me detengo frente a un carro sedán negro, de segunda.

¿Por qué me detuve frente a este carro?

—Katherine, ¿cómo supiste que ese es mi carro? —cuestiona la extraña a la que todavía no sé su nombre.

Me giro y la sorpresa se impregna en su rostro. ¿De verdad es su carro? A esto me refiero, no entiendo la mitad de las cosas que están pasando o el porqué hago las cosas que hago.

—No lo sé —tartamudeo—, solo caminé hasta aquí.

Ella se sube al carro sin discutir conmigo. La imito, adentrándome a la comodidad de un carro de segunda, pero se ve tan limpio y vuelve a transmitirme esa misma sensación de familiaridad. Eso se siente tan extraño.

Viajamos hasta lo que parece ser un restaurante al aire libre. Las personas caminan de un lado al otro; los árboles se entremezclan en el lugar. Los colores, el lugar, dan la sensación de estar en el bosque, cosa que me gusta aún más: el verde, el naranja de las hojas, el amarillo del sol. Me gusta, pero me parece tan familiar.

Sin saber en qué momento, termino frente a un arco gigante en el que debería estar la puerta. Me dirijo hasta el mostrador. Un chico sonriente se me acerca a tomar mi pedido.

—¿Frappe de galleta con café? —cuestiona él.

Como si fuera una costumbre. ¿De verdad es una costumbre? ¿Acaso venía aquí seguido? No, no…

—Claro —responde mi acompañante sin nombre por mí.

El chico se aleja para hacer el pedido. Volteo a ver a la chica en busca de alguna respuesta.

—No te preocupes.

Asiento sin más y me dirijo a una mesa alejada del resto. Eso sería lo único bueno por el momento, ¿verdad? Una pequeña ramita tan cerca de mi silla. ¿Qué debo hacer? Los pedidos llegan sin que me percate de ello.

—Soy Linda —pronuncia la chica.

Es bueno que tenga autoestima, pero decirme eso, ¿con qué propósito?

—Soy linda —vuelve a repetir.

¿Cree que soy sorda?

—Me llamo Linda —exclama por tercera vez.

Ah, eso tiene más sentido. Ella niega mientras se toma un batido color diarrea. Le doy el primer sorbo a mi frappe y sabe a gloria. Me adentro en el sabor por un segundo, sintiendo el azúcar hacer lo suyo en mi cuerpo.

Hasta que un destello capta mi atención: es sutil, un rubio oscuro, suelto y corto, pero un corto que permite que se lo peine hasta con las manos. Es liso, con ligeras ondas. Su rostro es simétrico, con una sonrisa que presiento que atrapa a las mujeres. No soy capaz de ver el color de sus ojos. Con una complexión delgada, pero que desde lejos se nota atlética.

Habla con mucha energía con un grupo de personas, semejante a una élite.

¿Dónde se supone que estoy? ¿Acaso me metí por accidente en una película? ¿O un libro? De ser un libro, mínimo debería saber en cuál.

—Deja de mirar tan fijamente —me regaña Linda.

Volteo a verla, sintiendo cómo sus labios se estiran en una sonrisa extraña. Tal vez existe algún libro del exorcista y estoy en él, ¿verdad?

—Si lo vas a hacer, mínimo arréglate el cabello —sugiere, y se siente más como una crítica.

Me agradaba más cuando hacía la señal de la cruz contra mí.

Sigo bebiendo cada gramo de galleta mal batido, por lo menos puedo masticarlo. Pero vuelvo a verlo nuevamente. No se trata de que sea de buen parecer. Tengo la misma sensación que llegó cuando vi a Linda, de conocer a esa persona, solo que no soy capaz de reconocer si él es buena persona o no. Es decir, ¿qué tipo de relación tenia con él?

Tal vez es el novio de una amiga o quizás no nos conocemos y es alguien popular en este lugar.

—Reitero, si vas a mirarlo tan descaradamente, péinate —sugiere nuevamente.

—¿Por qué debería peinarme? Cuando ya lo estoy —me defiendo.

Mi cabello está en transición. Después de años de plancha, decidí dejarlo en su forma natural, con unos rizos muy suaves. Claro que no estoy acostumbrada al volumen o al frizz de esta situación.

Espera… ¿yo...?

La pregunta sigue en el aire. Debería hacer algo.

Dejo el frappe y me levanto, captando la mirada de Linda nuevamente.




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