Mente fragmentada

Capítulo 11: Indiscreción

El cansancio se ha instalado en mi cuerpo como un invitado no deseado, cada una de mis extremidades se siente el doble de pesada, mis ojos amenazan con cerrarse en cualquier instante, mi respiración se ha vuelto casi imperceptible. Al igual que mi corazón ha dado su mejor trabajo, pero está igual de exhaustivo que el resto de mi cuerpo.

Ada no está en la habitación, imagino que estará clavada en la biblioteca avanzando con los datos técnicos de su tesis. Se que aunque estuviera aquí, estaría en silencio, producto del cansancio y fatiga mental, aun cuando muchas personas no creen en ello.

La cama me llama, haciendo mil promesas ante mis ojos, solo que sin importar el cansancio en mi cuerpo, algo más permanece activo en mi cabeza. Mis piernas avanzan sin que yo lo considere, me arrodillo frente a mí cama y saco mi maleta de viaje, la abro lentamente observando mi teléfono.

Lo tomo entre mis manos y me siento en el borde de la cama. la yema de mis dedos acarician los bordes en busca de algo, solo que no estoy segura de que será. Hasta que la pantalla se ilumina dejándome contemplar esas prímulas amarillas de fondo de bloqueo de pantalla. Deslizo mi dedo por la pantall e introduzco esa misma contraseña que dijo mi ex aquel día.

Contemplo la infinitez de aplicaciones, redes sociales, algunas aplicaciones de lectura, hasta otras donde se practica el inglés hablado. ¿por dónde debería iniciar? ¿que debo buscar? hasta que mis dedos se detienen frente a mi galería.

Me adentro en ella, sintiendo mi respiración menguar. Observó la carpeta de todas las fotos. Hay demasiadas fotos de páginas, documentos, solo que no me detengo a observar de qué clase de documentos son. Hasta que las páginas llenas de palabras son reemplazadas por personas. En algunas fotos están Nicol con Ada y mi persona en diferentes localidades.

Cine o eso parece, las tres juntas, sonriendo. La imagen frente a mí parece un fragmento de una vida que no reconozco del todo, un recuerdo que no me pertenece, aunque soy la protagonista de esa historia. Mis amigas, radiantes, con sus risas contagiosas, parecen haberse detenido en el tiempo, mientras yo, aquí y ahora, me siento como una extraña en mi propia piel.

Observo mi rostro, notando el extraño hoyuelo que se forma en mi mejilla. Es un rasgo que nunca supe que tenía. Mis ojos, en la fotografía, brillan con una luz que ahora se siente lejana. La felicidad que irradia esa imagen me llena de una profunda envidia, como si esa mujer que sonríe y parece tan segura de sí misma fuera, de alguna manera, un reflejo de alguien más.

Mi cabello, corto por los hombros, se alza con volúmenes de rizos rebosantes, un color ginger que resplandece bajo el sol. En la foto, esos rizos parecen danzar con alegría, mientras que yo, al mirarlos, no puedo evitar preguntarme quién era esa persona. ¿Cómo era posible que me sintiera tan viva, tan plena, en un momento que ya no recuerdo?

Mientras contemplo la imagen, el aroma de pasto recién cortado y flores silvestres flota en mi mente, recuerdos evocados que no sé si son míos o si simplemente los imagino. Todo en la fotografía es vibrante, y sin embargo, me siento atrapada en una niebla de confusión. La chica de la imagen parece conocer la felicidad de una manera que ahora me resulta extraña y lejana.

Una punzada de melancolía me atraviesa, y me doy cuenta de que estoy sintiendo envidia de mí misma. Quiero alcanzar esa alegría que parece estar tan cerca, pero al mismo tiempo tan distante. La risa y el amor que destilan mis amigas contrastan con el vacío que siento ahora. Es como si en esa imagen estuviera observando a otra persona, una versión de mí que ya no existe, pero que aún me grita que era capaz de ser feliz.

El aire se siente denso a mi alrededor, y la sensación de familiaridad se mezcla con la incomodidad. Esa chica que sonríe es, sin duda, yo, pero a la vez, no lo soy. Envidio esa confianza y la libertad que parece tener, y me pregunto si alguna vez podré recuperar algo de lo que era.

Algo tibio se desliza por mi mejilla y me percato de que estoy llorando. Limpio todo rastro de evidencia. Sigo observando las fotos solo que no me detengo tanto en ellas, para evitar cualquier afloración de emociones. Varían entre fotos con ellas y fotos con Linda. Salgo de esa carpeta y me percato de que hay una carpeta con clave.

¿Que se supone que estará oculto allí? ¿Qué es lo que no quería que nadie más conociera?

Guardo todo en su lugar, intentando aclarar mi cabeza. Necesito tiempo, necesito ayuda, pero lo que más necesito es alguien en quien confiar. Busco todos mis artículos de aseo personal y me dirijo al baño. El pasillo se me hace largo, pero perfecto para meditar.

Me adentro poco a poco en las bañeras, hasta que el agua fría golpea mi rostro, ayudando a respirar en el proceso.

Creo que es mejor bañarse con agua fría en lugar de agua caliente, porque al finalizar ese baño, el ambiente seguirá frío, solo te harás más daño a ti mismo. Siento que mi propio cerebro intenta decirme algo con esa metáfora, pero ¿de qué se trata?

Cierro la llave y me coloco mi toalla, estoy lista para salir, hasta que escucho dos pares de voces que ya he escuchado antes.

—Doctor —la voz acaramelada de Linda hace eco en el baño.

Solo que ella se salva de que a esta hora nadie ronda el baño, prefieren acostarse sin bañarse. Pero ¿con quien está? ¿que hace aqui? ¿no tiene presupuesto para el hotel o el motel?

—Solo una vez más —suplica ella nuevamente.

Permanezco quieta, estoy al final del pasillo, por lo que es casi imposible que me puedan ver. Además la pared frente a mí ayuda a evitar que vean mi silueta.

—Linda, tienes que calmarte, nadie puede sospechar nada —le reprende una voz gruesa, esa misma que causa sensación en el hospital.

El director. No sé su nombre. ¿Qué hace él con ella?¿Qué hacen aquí?

—Dijiste que me ibas a ayudar a entrar en los dormitorios —le musita y seguido el sonido de un ciper se adueña del silencio que sigue.




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