La manta cubre mi cuerpo, calentándose en el proceso. Estamos en el apartamento de Nicol, pasa, resulta que no fuimos capaces de volver a entrar, además de que esa rana había llegado con amigos, solo que no lo sabíamos.
En una de mis manos está una taza caliente de chocolate y en la otra mi teléfono brillando. Debería buscar respuestas, solo que todavía no sé por dónde iniciar. Tengo pocas horas para descansar porque tengo turno en el servicio de alimentación, pero también quiero visitar a la pequeña niña.
Observo a mi alrededor, cautivada por el lujo del lugar. Todo aquí parece gritar "caro" en el sentido más absoluto de la palabra. Las paredes están decoradas con obras al estilo renacentista, sus colores profundos y detalles meticulosos iluminados por luces cálidas que realzan cada trazo. Pero lo que realmente llama mi atención es un pequeño marco en una esquina. En la foto, aparecen Damián y Nicol junto al director de la universidad, los tres juntos en un evento formal. La postura de Damián y Nicol, la familiaridad en sus expresiones… Hay un parecido ahí que no puedo ignorar, y un millón de preguntas surgen en mi mente. Pero algo me dice que no recibiré respuestas de ninguno de ellos.
—Deberías descansar —la voz de Nicol me saca de mis pensamientos.
Levantó la vista y la veo entrar con una suave pijama color marfil. Sus ojos reflejan diversión y sarcasmo, y su expresión me hace sentir como si fuera la protagonista de una broma privada. Tomó un sorbo de chocolate caliente, que quema mis labios y hace que vuelva plenamente al momento.
—¿Qué pasó? —le pregunto, tratando de despejar mi mente mientras la observo sentarse a mi lado con esa típica ceja levantada, medio divertida, medio enigmática.
—Ada está en el baño —me informa—. No creo que salga por la próxima hora; necesita exfoliar y limpiar su mente.
El tono de la burla es evidente, y no puedo evitar sonreír. Sé que nos ve como dos locas, pero si hubiera vivido lo que Ada y yo acabamos de pasar, tal vez entendería. Me siento tentada a explicarlo, pero entonces Nicol me interrumpe, y su tono cambia, volviéndose más reflexivo.
—Él fue. Siempre irá, aunque esté molesto contigo —dice en voz baja—. No importa la estupidez que salga de su boca, él irá a donde estés si te escucha gritar o estás en peligro.
Sus palabras quedan flotando en el aire, y una nueva ola de preguntas me invade. ¿Es por eso que fue a mi dormitorio? ¿Alguien le dijo que necesitaba ayuda o simplemente… lo sintió? ¿Estaba con Nicol cuando la llamé?
—¿Tú lo llamaste? —le pregunto, decidida a desterrar la duda.
Nicol se vuelve hacia mí, y en su mirada veo una tristeza inesperada, como si hubiera algo que compartimos, un recuerdo que solo ella conserva.
—Estaba a mi lado cuando llamaste gritando como desquiciada —dice con una sonrisa triste.
Una sonrisa se escapa de mis labios, y no puedo evitar devolverle la broma.
—Si hubieras estado en mi lugar, te sentirías igual que yo —contesto, en tono de desafío.
Ella se encoge en el sillón, abrazando sus piernas, y por un instante parece perderse en algún recuerdo distante.
—Lo sé —responde en un susurro cargado de una tristeza que me deja un mal sabor en la boca.
La miro, sintiendo que algo importante está escapando de mi entendimiento. Algo que debería recordar, pero que se escabulle como arena entre mis dedos.
—El tiempo te lo dirá —me asegura, su voz cargada de un tono enigmático que me desconcierta—, aunque las respuestas que buscas tal vez no sean las que quieres encontrar.
Hay un peso en su tono, una advertencia sutil que me resulta difícil de aceptar. Todo esto es demasiado reflexivo para mi gusto; odio sentirme atrapada en misterios que parecen envolver cada rincón de mi vida.
—Él… —empiezo, pero las palabras se atascan en mi garganta. No sé cómo formular la pregunta que late en mi pecho.
—Eso no importa. Necesitas regresar al hospital —me recuerda.
Lo sé. Me recuesto en el sillón junto a ella, intentando ordenar mis pensamientos, pero es inútil. Mientras Nicol se abraza a sí misma, protegida en su propio mundo, deslizo mis dedos por la pantalla de mi teléfono, abriendo carpetas y revisando archivos. Me detengo en los que están bloqueados, en fotos y documentos que no puedo abrir, como si mi propio pasado estuviera bajo llave.
¿Qué se supone que hacía yo el año pasado? ¿Por qué todo está lleno de contraseñas? ¿Es posible que alguien como Alfred tenga la respuesta?
Finalmente, abro una carpeta sin bloqueos y me detengo en una foto en particular. Estoy allí, rodeada de rostros familiares. Damián, Nicol, Linda… todos juntos, sonriendo. Un nudo me aprieta el pecho mientras observo esa imagen. ¿Qué se supone que pasó? ¿Por qué terminamos tan separados?
Mi corazón late con fuerza al ver nuestros rostros juntos en esa imagen, un recordatorio de algo que ahora parece lejano, irreconocible. ¿Qué nos separó? La pregunta queda suspendida en el aire, una duda que empieza a crecer, a carcomerme desde adentro, mientras intento recordar ese pasado que parece escurrirse en cada intento.
Me alejo de todos en busca de un baño. Hasta que un uniforme nuevo cubre mi cuerpo, unas bonitas y comodas zapatillas me hacen un buen lugar.
El hospital me recibe con los brazos abierto, metaforicamente.
Me adentro por la cocina, organizando todo lo que tengo que entregar en cada piso. Los suplementos rotulados para ciertos pacientes. mis manos pican por el deseo de busca a esa pequeña niña.
No quiero encariñarme con esa niña. No quiero nada, sabiendo que su tiempo es limitado, que la muerte está allí, siempre presente, esperando su momento.
El chef me recibe con una sonrisa amplia, ajeno a mis pensamientos, y comienza a hacerme mil preguntas sobre cualquier tema para distraerse. Hasta que se inclina hacia mí, como si compartiera un secreto importante.
—Deberías ir a verla —me dice con una sonrisa de orgullo—. Logré escabullirme y, bueno… ella está mucho mejor. Sus ojos brillan, no tiene ese aire enfermo que tenía hace días.
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Editado: 16.01.2025