Ada me está platicando sobre el problema que tiene con su tesis y como siente que la cabeza le va a estallar en cualquier minuto, pero la verdad es que no soy capaz de grabar o retener nada de lo que salga de sus labios.
Me siento cansada de la vida, de todo, semejante a que tuviera algo pesado apretando mi cuello, cortando el suministro de aire. Debería hacer algo, pero ¿qué hacer? me invitaron al entierro de la niña. No estoy segura de cómo su madre logró conseguir mi información, pero me hizo llegar la invitación. ¿cómo debería presentarme a un entierro, si mi propio cuerpo quiere caer en hueco también?
–Katherine ¿sabes que hay un club donde realizan orgías? —la pregunta de Ada me saca de mi mente.
La observó extrañada. ¿quiere que la lleve? pero si no tengo ni carro. Ella es la de dinero, no yo o ¿quiere que vaya con ella? no creo que eso sea lo mio. Soy más de la monogamia, no me imagino compartiendo a mi pareja con nadie más.
—No es algo que me llame mucho la atención —le avisó de antemano.
y Ella estalla en una carcajada, logrando que las esquinas de mis labios se estiran en una sonrisa involuntaria.
—Ya que no me escuchas, necesitaba sacarte del entumecimiento –su voz cargada de un humor muy extraño.
Seguimos por el pasillo de la universidad, la voy a acompañar a hablar con el directo sobre un permiso, después tengo que regresar al hospital.
—Pero, si existe —afirma con cierta severidad–, es un club nocturno que está en el centro de la ciudad y es muy exclusivo.
No lo dudo. Imagino que solo asistieron personas importantes que no quieren ser vistas. Apuesto que el director asiste con Linda a ese lugar.
Nos detenemos frente a la puerta del director.
—Ada yo te espero afuera —le aviso.
—Quiero hablar primero con usted, señorita Hernandez —demandando el director.
Perfecto.
Mis piernas obedecen a la fuerza, el aire se vuelve denso, pesado, la mirada del director dice todo lo que no quiero escuchar está mañana. Se sienta en su silla, observandome en silencio.
—¿Que fue lo que te dije el día que llegaste? –cuestiona.
No lo recuerdo.
—No… —no me deja terminar.
Su puño se estrella con fuerza contra su escritorio.
—¿Qué te dije Katherine? —vuelve a cuestionar.
Solo que lejos de afectarme, me irrita su enojo.
—No lo recuerdo —afirmo con toda la paz del mundo.
Su mirada se inyecta en sangre, las venas de su cuello palpitan con fuerza.
—Te dije que no te metieras en problemas y no causaras los mismos problemas de aquella vez —afirma.
Algo asi recuerdo.
—Yo no he hecho nada —afirmo.
Creo que le voy a provocar un infarto.
—Solo te estoy recordando, porque asi como lograste conseguir todo lo que tienes, de esa misma manera puedes perderlo todo –amenaza.
—Lo tendre en cuenta –-es lo único que respondo, antes de girarme en dirección a la puerta.
Siento un extraño puntazo en mi espalda.
—Dos advertencias son demasiadas —afirma.
con esas últimas palabras abandonó la habitación sintiéndome cansada. Ada me voltea a ver con cierta pena en su rostro.
Me despido en silencio, mis piernas avanzan como si no estuvieran conectadas a mi voluntad, llevando mi cuerpo sin rumbo hasta que el paisaje familiar cambia, y de repente me encuentro frente al entierro de la pequeña niña.
A la distancia, veo a su familia, vestida de negro, un grupo compacto de figuras encorvadas por el peso de la pérdida. Sus hombros tiemblan en sincronía con los sollozos que se escapan, aunque apenas los escucho. Todo parece irreal, amortiguado, como si una capa espesa de neblina se interpusiera entre ellos y yo.
El ataúd de un dorado apagado refleja las luces mortecinas del cielo gris. Es pequeño, más de lo que puedo soportar, como si su tamaño enfatizara aún más la injusticia de todo esto. Mis ojos se enfocan en el ataúd, y siento que algo se rompe en mi interior, algo frágil y callado, algo que había contenido hasta ahora.
Un peso se asienta en mi pecho. Trato de respirar, pero el aire se siente denso, pesado, y cada inhalación es como tragar un puñado de cenizas. Parpadeo y noto que mis mejillas están húmedas, aunque no recuerdo haber empezado a llorar.
Me siento más sola que nunca. Aquí, a unos pasos de aquellos que lloran, y aún más lejos de los recuerdos que se niegan a aparecer del todo. El déjà vu regresa, tan fuerte que me tambaleo y tengo que abrazarme a mí misma. He sentido esta pérdida antes, la he llorado, pero no sé cómo ni cuándo.
Mientras el pastor murmura palabras de consuelo que no escucho, me doy cuenta de que no solo estoy despidiendo a esa niña, sino a una parte de mí que ni siquiera sabía que existía. Algo en mi interior susurra que quizás alguna vez prometí protegerla, y ahora todo es vacío, todo es fracaso.
Doy un paso atrás, incapaz de seguir mirando. Pero una última mirada se escapa hacia el ataúd. Mi visión se nubla, el sonido de la tierra que golpea la madera resuena en mis oídos, cada golpe una sentencia, una despedida que no podré recuperar.
Hasta que mis ojos se detienen en un hombre que está parado a lo lejos, su cabello blanco es lo que más puedo visualizar a lo lejos. Es el mismo que encontré ayer en el hospital. Se aleja y sin saber porque lo sigo.
Él avanza con una facilidad que me resulta inalcanzable; sus piernas largas prácticamente me dejan atrás. Intento apresurar el paso, pero cada músculo de mis piernas arde por el esfuerzo, cada inhalación es una punzada en mis pulmones. Mis pensamientos giran en espiral, como si mi mente misma me jugara una mala pasada. ¿Por qué lo estoy siguiendo? ¿Qué espero encontrar en esta búsqueda desesperada?
Finalmente, el edificio del hospital emerge ante mí, oscuro y solemne bajo el cielo encapotado. El clima sombrío lo convierte en una presencia siniestra, como si las sombras mismas lo envolvieran en una advertencia. La estructura parece viva, como si respirara a la par de mis pasos tambaleantes, y cada ventana vacía y opaca me observa con una hostilidad inquietante.
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Editado: 16.01.2025