Mentir es encender fuego

Capítulo 5

Capítulo 5

El enorme caballo negro se detuvo frente a una cabaña aún humeante. A través de su poblada barba, su jinete percibía la agradable sensación del calor de los últimos rescoldos de las vigas que se resistían aún a ser convertidas en cenizas por el fuego.

—Debe haberse desatado una guerra, desde ayer solo encontramos aldeas reducidas a cenizas y bastantes muertos. Allí delante se ve otra humareda, temo que no sea nada distinto a esto —pronunció uno de los integrantes de su banda que acababa de abandonar la búsqueda de objetos útiles o de valor entre las ruinas de la cabaña calcinada.

El jinete del caballo negro alzó la vista confirmando que, por encima de la espesura de un bosque, una fina columna de humo ascendía disipándose tras sobrepasar los árboles empujada por la brisa.

—Una guerra provoca enfrentamientos y nada de lo que hemos visto me hace pensar que eso haya ocurrido. Hemos encontrado muertos, todos vizcaínos, es cierto, pero tampoco demasiados, por lo que supongo que aquellos que pudieron, escaparon. De lo que no cabe duda es de que seguimos el rastro de un ejército —afirmó seguro.

—Será como dices, dentro de esa cabaña he visto los cuerpos de una mujer y un niño.

—¿Cómo los mataron? —inquirió curioso el jinete, que prestaba una atención desmedida a todos los cadáveres que encontraba.

—Debió de caerles el tejado encima al arder, pues están abrazados el uno al otro, quemados. Más bien parecen dos leños chamuscados de una hoguera.

—¡Basoa! ¡Basoa!

El jinete del caballo negro volvió la cabeza buscando la voz que le llamaba. Todavía quedaban algunos miembros del grupo inspeccionando por los alrededores y uno de ellos le apremiaba haciendo gestos para que se acercase.

—¡Aquí hay uno que aún respira!

Basoa azuzó levemente a su montura hasta ponerse frente al herido. Se trataba de un hombre mayor. Tenía un fuerte golpe en la cabeza, por el que había sangrado en abundancia. Su aspecto era lamentable, con numerosos golpes que deformaban su rostro.

—Acaba de espabilarse ahora. Pensé que estaba muerto.

—Sin duda los que le hicieron esto también debieron pensarlo.

Basoa descabalgó, incorporó al herido hasta que este quedó sentado apoyando su espalda en el tronco de un haya. Supuso que el anciano, a tenor de encontrarse ligeramente alejado del núcleo de la aldea, habría intentado escabullirse sin fortuna por el bosque que ahí mismo comenzaba.

Basoa le ofreció un poco de agua de su pellejo, pero el tullido era incapaz de retener el líquido en su boca. Ahora descubrían en su costado una profunda herida. El anciano estaba en los últimos instantes de su vida.

—¿Quién ha hecho esto? ¡Responde!

La mirada del herido se perdía mirando hacia las ramas del hayedo. Con un gran esfuerzo consiguió serenarse y atender a la pregunta.

—Ejército...

—¿Quiénes? ¿Musulmanes?

El viejo se estaba abandonando ya, tomó aire de nuevo para sus pulmones pero apenas le quedaba un hilo de vida; aun así tuvo fuerzas para negar y aun pronunciar algo casi inaudible. Basoa tuvo que acercar su oído a la boca del herido.

—Musulmanes no, otros... una invasión. Cientos, miles...

De repente el anciano pareció recobrar un instante de lucidez, escudriñando el rostro de Basoa.

—Yo te conozco. Tú eres...

—¿Hace cuánto que se fueron?

—Sí, ¡eres tú!

—¡Responde, viejo!

—Venías a robar... Tendrás que cambiar de oficio, maldito ladrón. Estos te van a dejar sin nada... Nos van a dejar sin nada a todos.

Basoa dejó de sujetarle por los hombros y poco a poco el herido se fue dejando caer hasta reposar de costado esperando la muerte.

Haber sido reconocido no le produjo ninguna inquietud. Ciertamente era posible que aquella aldea, como tantas otras, hubiese sido asaltada por su partida en el pasado.

—¡Vámonos! —ordenó Basoa—. ¡Aquí no hay nada útil!

Antes de que los bandidos partiesen, llamó con un gesto a uno de sus hombres.

—Este nos ha reconocido. No le queda mucho, pero si viniese alguien detrás de nosotros quizá podría dar noticia de que hemos estado aquí.

El bandido asintió, no necesitaba escuchar nada más para saber qué debía hacer. El anciano, con la mirada inquieta (se diría que era en los ojos el único lugar de su cuerpo donde le quedaba un poco de energía), parecía querer decir algo ahora que era consciente de que le iban a matar, pero no lograba articular palabra. Iba el bandido a desenvainar su espada para segar la vida del anciano cuando Basoa sujetó su mano.

—Aguarda, utiliza esto.

Basoa le dio su puñal. Entonces sintió que de nuevo le ocurría. Levantó la mirada hacia la copa del árbol en el que el infortunado viejo descansaba apoyado. Las ramas se agitaban violentas, enredándose unas con otras como si de sogas se tratasen. Aquella imagen y los sonidos que hacían crujiendo como si se astillasen estremecían al bandido. Su secuaz, en cambio, no parecía percibir aquella visión y aguardaba la señal de su jefe, que sujetaba con fuerza su mano sin dejar de observar a la copa del árbol.

—¡Hazlo ahora!

El hombre obedeció la orden sin variar la expresión serena de su rostro. El hierro, al hundirse en el corazón, despertó en el anciano un dolor inmenso que duró lo que dura un trueno en una tormenta; después le abandonó la vida.

Con una palmada en el hombro de su esbirro, Basoa le indicó que se podía retirar, permaneciendo él aún unos instantes observando la aterradora visión, hasta que esta fue decreciendo en intensidad para desaparecer por completo. Entonces extrajo el cuchillo del pecho del finado.

Azuzando sus caballos hasta ponerlos al galope y maldiciendo por no haber hecho botín, los bandidos se alejaron retornando a su guarida ascendiendo por empinadas laderas pobladas de bosques, lugares por los que ningún hombre de bien se adentraría, pues eran parajes que decían estar poblados por bestias, lamias y por númenes malvados. Aunque era más fácil toparse con lobos, jabalíes y de vez en cuando con algún que otro oso. Pero incluso estas bestias, en opinión de los bandidos, parecían presentir a las claras que no era conveniente acercarse a aquel oscuro señor del bosque que era su líder, a Basoa.



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Editado: 09.04.2020

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